El restaurante favorito de Benedicto XVI

La Cantina Tirolese, en el romanísimo barrio del Borgo

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Cuando fue llamado a Roma, allá por el año 1981, el joven cardenal Joseph Aloisius Ratzinger paseaba por las calles con total naturalidad. El entonces prefecto de la Congregación para la Doctrina de la fe vivió durante años en una pequeña piazza a la derecha de la explanada de San Pedro, ignorando que un par de décadas más tarde viviría a escasos metros de allí: en la residencia papal. Hoy, su portal romano está custodiado por un McDonald’s que, no exento de polémicas, facilita la vida a miles de turistas. Ratzinger no hubiese comido en la franquicia, puesto que hoy recordamos, tras su fallecimiento el pasado 31 de diciembre, sus lugares favoritos de Roma: dónde compraba, la óptica en la que graduaba sus gafas y, por supuesto, los restaurantes en los que solía comer.

Y es que Benedicto XVI, como buen alemán, tenía excelente gusto culinario. Por eso LA IBERIA se ha acercado estos días a un pequeño local que, no muy lejos de las dependencias vaticanas, hizo durante años las delicias del Sumo Pontífice. Si bien se ha dicho que soñaba con la pasta carbonara de Passeto di Borgo —un tradicional mesón italiano—, hemos podido conocer de cerca una modesta cantina alemana que atendió a Ratzinger durante varias décadas. ¿Se imaginan ustedes a Benedicto XVI comiendo macarrones y aqua frizzante o salchichas y cerveza? Pues eso.

La cantina en cuestión, inaugurada en 1971 por Gertrude Macher, se encuentra a pocos metros del mesón italiano. A Joseph Ratzinger le gustaba pasear por el barrio deL Borgo y encontró en la Cantina Tirolese, ubicada en la vía Vitelleschi, un lugar acogedor. Con una decoración y menú austriacos, el cardenal bávaro pronto se sintió cómodo y allí pudo recordar los sabores de su patria. De hecho, tras convertirse en Benedicto XVI, sabiendo que sus paseos sabáticos por aquel barrio serían infrecuentes, y como agradecimiento por los años de acogida, el recién elegido Papa envío a los gerentes del restaurante una carta de su puño y letra: «Gracias por hacerme sentir como en casa». En la cantina lo cuentan con orgullo, claro.

A Benedicto XVI le gustaba especialmente el strudel, elaborado con la antigua receta tirolesa. Y pese a su gusto por la cerveza, «solía pedir aranciata», gaseosa de naranja. Cuando ya no pudo ir a por su strudel favorito, al ser elegido Papa, el strudel fue a él. «Cada 16 de abril, fecha de su cumpleaños, Ratzinger recibía un strudel», cuenta una de las administradoras del local. «Recuerdo que lo llevábamos directamente al Vaticano. Pasaba varios controles pero le llegaba, porque siempre recibíamos su carta de agradecimiento», añade. Regido ahora el local por la tercera generación de la familia Macher, rememoran cómo siempre acudía a su sitio, en una mesa cuadrada a la que invitaba a otros prelados. Ahora esa mesa recuerda a Benedicto con una placa, las cartas de agradecimiento que fue enviando y una fotografía con San Juan Pablo II. Una mesa que desde la semana pasada se parece a la del cielo.

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