Tras visitar la exposición que se programó en la Biblioteca Nacional de España, en Madrid, sobre Jorge Semprún, he releído su obra Autobiografía de Federico Sánchez, publicada en 1977 y ganadora del Premio Planeta, donde el autor se despojó del silencio y se enfrentó consigo mismo y con su pasado político. Bajo el seudónimo que usó en la clandestinidad (Federico Sánchez), el autor reconstruye su paso por el Partido Comunista de España (PCE), sus años como dirigente oculto en la España franquista y, sobre todo, su ruptura ideológica con el comunismo oficial.
Lejos de ser una autobiografía tradicional, esta obra es un relato fragmentado, hecho de recuerdos, reflexiones, contradicciones y reproches. Reproches a los demás, pero también a uno mismo. No sigue un orden lineal, sino que salta entre momentos, lugares y pensamientos. En lugar de justificar sus decisiones como suele hacerse en las autobiografías, Semprún las analiza, las pone en duda y, a veces, incluso se enfrenta a ellas con ironía. La historia de Federico Sánchez no se cuenta como una hazaña heroica, sino como un proceso complejo de aprendizaje y desengaño. Y de responsabilidad personal y colectiva en un fracaso y por supuesto, en muchos errores y horrores.
El contexto en el que transcurre gran parte del libro es crucial: la posguerra española, la represión tras la guerra, la clandestinidad política y las tensiones internas del PCE, un partido que, según Semprún, fue incapaz de adaptarse ni entender los cambios de la sociedad española. A través de sus páginas, se asoma una crítica profunda al estalinismo, en el que militó con fe ciega, a los dogmatismos de partido, y a figuras históricas como Santiago Carrillo o La Pasionaria, a quienes retrata como símbolos de una izquierda fosilizada, rodeada de exiliados profesionales que no saben ni quieren vivir fuera de «la verdad» que es, no ya el partido, sino las personas que encabezan la dirección del mismo.
A través de Autobiografía de Federico Sánchez, escrito hace 50 años, he podido comprobar como se repiten ciertos parámetros de forma sistemática. Los años no han cambiado muchas cosas. La falta de libre albedrío en las cabezas de quienes optan por la militancia política y la ausencia de capacidad de análisis real de lo que pasa y lo que piensa la sociedad, es lo que llevó al poderoso PCE a fracasar una y otra vez en su oposición al franquismo y luego a la irrelevancia, o cosas peores, en la transición. Esa misma cerrazón e indigencia intelectual es la que ha llevado al régimen del 78 a la situación de parálisis, decadencia moral y social del pueblo español, que vivimos en la actualidad. La supeditación que se vislumbra en la obra de Semprún, de los análisis del PCE a directrices externas —las diferentes administraciones soviéticas, estalinistas y posteriores— es perfectamente homologable a la sumisión de nuestras élites políticas a todas las entidades supranacionales. Una organización o un país, sometido a los intereses de terceros, que son en la mayor parte de las ocasiones, ajenos e incluso contrapuestos a las necesidades reales de los españoles.
Semprún, hay que reconocer la valentía en aquellos momentos, nos recuerda también que ser fiel a uno mismo puede ser más difícil —y más honesto— que ser fiel a una causa. Sobre todo si quienes encabezan esa causa son poco ejemplares.


