El declive de Asturias: del impulso indiano a la estafa del del 78

Modernizada por la filantropía de sus emigrantes y arruinada después por la desindustrialización, la despoblación y la utilización política del Régimen del 78

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Asturias no se modernizó por decreto ni por ideología, sino por obra de sus hijos ausentes. Cuando a mediados del siglo XIX decenas de miles de asturianos embarcaron rumbo a Cuba, México o Argentina, lo hicieron huyendo de la falta de oportunidades y, no pocos, del hambre. Muchos de ellos regresaron con fortuna y con una voluntad decidida de transformar su tierra. Aquellos indianos, comerciantes, banqueros, empresarios, fueron la palanca del progreso regional.

En buena parte del principado, no fue el Estado, sino los emigrantes retornados, quienes llenaron el mapa de escuelas, fuentes, hospitales, casinos, caminos e incluso sistemas de abastecimiento de agua. En casi cada parroquia hay huellas indianas: una escuela en Colombres, una fuente en Llanes, un hospital en Grado, un casino en Cangas de Onís. La Fundación Valdés-Salas, germen de la actual Universidad de Oviedo, nació del mismo espíritu: devolver a la tierra lo que la vida dio fuera de ella.

La filantropía que levantó una región

El capital indiano fue benéfico, sí, y también productivo. Financiaron el Banco Herrero, el Instituto de Salinas, la mina de Arnao o los primeros talleres metalúrgicos del Nalón. Fundaron navieras, almacenes, cooperativas y una red de empresas que generó empleo y prosperidad en las cuencas y en la costa.

Aquella iniciativa anticipó la llegada del ferrocarril, conectó puertos, financió infraestructuras y consolidó un modelo de economía local mixta, donde la inversión privada y el trabajo manual convivían en equilibrio. La Asturias de finales del XIX y principios del XX era una tierra de iniciativa, donde la emigración era una herida pero también una oportunidad.

Ese modelo cívico, emprendedor, austero, moralmente exigente permitió que Asturias entrara en el siglo XX con niveles de alfabetización y bienestar superiores a los de la media española. En las aldeas donde un indiano había costeado una escuela, los niños aprendían a leer antes que en muchas capitales de provincias españolas. La región entera se benefició de una competencia virtuosa entre familias que querían dejar huella.

Del trauma de 1959 al fracaso de 1978

El equilibrio se quebró con la revolución cubana. Miles de asturianos con intereses en la isla vieron cómo sus negocios eran expropiados y su capital confiscado. Aquella ruptura, económica y afectiva, cortó de raíz la arteria que unía al principado con América. Cuba había sido la segunda patria de Asturias; su pérdida supuso el inicio de una decadencia silenciosa.

Durante el franquismo, la industrialización, centrada en la siderurgia, la minería y los astilleros, sostuvo el empleo y el nivel de vida, a través de un modelo dependiente del Estado, con grandes empresas públicas y fuertes sindicatos verticales. Cuando el ciclo industrial tocó a su fin, Asturias quedó atrapada en un sistema que ya no podía sostenerse por sí mismo.

Con la llegada de la democracia, Asturias entró en un largo declive. El Régimen del 78 dejó libertades políticas y más dependencia económica: la del subsidio y la burocracia. Las reconversiones industriales de los años ochenta y noventa arrasaron con el tejido productivo que había tardado un siglo en consolidarse. La minería, la siderurgia y la construcción naval fueron desmanteladas con la promesa de una modernización que nunca llegó.

Hoy, Asturias tiene menos habitantes que en 1980, un PIB per cápita que ha caído en la comparativa nacional (ha pasado del quinto al decimotercer puesto) y una de las tasas de envejecimiento más altas de Europa. Los jóvenes se van, las fábricas cierran, los pueblos se vacían. La región se ha convertido en un laboratorio del fracaso del modelo autonómico y de la política económica del 78.

Un relato falso y nocivo

El relato oficial, que atribuye el progreso asturiano al impulso socialista, no resiste el contraste con los hechos. Antes de que el PSOE fuese reinventado, existía la colaboración local. Antes de las soflamas socialistas, ya había ahorro, cooperación y orgullo. La Asturias cívica del siglo XIX devino en la Asturias estatizada y subvencionada del siglo XX. Ni más igualdad ni más riqueza, sino un declive sostenido disfrazado de estabilidad. El principado vive de fondos europeos y de pensiones, mientras el sector privado se reduce y la natalidad se hunde.

Asturias fue modernizada por trabajadores que se fueron a miles de kilómetros en busca de una vida mejor y arruinada por estructuras dependientes. La tierra que levantaron los indianos con su esfuerzo, su orgullo y su sentido de pertenencia se ha ido apagando bajo décadas de resignación y tutela política. Lo que un día fue ejemplo de filantropía, hoy sobrevive entre subvenciones y discursos que prometen una reindustrialización imposible bajo la bota del globalismo. El principado envejece, pierde habitantes, empresas e identidad.

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