El Carlismo (y III): de las guerras al 78

El régimen de 78 restauraba a la dinastía liberal en el trono de España y el propio sistema democrático, con su deconstrucción de todo lo que significara tradición

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Sólo en 1890, el carlismo volvería a participar en los comicios del nuevo régimen liberal. Por primera vez, el liberalismo ya no era un enemigo que estaba frente al carlismo —única defensa de la religión católica—, sino que el liberalismo había conseguido penetrar en muchos sectores católicos, especialmente en altas esferas sociales a las que les interesaba estar a bien con el poder constituido. El catolicismo liberal realizó una ingente y constante campaña para presentarse como una forma moralmente lícita para participar en política. Esta tesis excluía al carlismo, mostrándolo como un arcaísmo histórico que había que dejar herrumbrarse y morir.

Sin embargo, el carlismo, en sus feudos tradicionales, resistió bastante bien la estrategia conservadora. Ello fue posible gracias al despliegue impresionante de su prensa, a la existencia de un porcentaje importante de clero tradicionalista y a la aparición de numerosos círculos carlistas. Así consiguió resistir el primer embate del catolicismo liberal que pretendía alejar al carlismo del pueblo llano. La prensa carlista siempre había sido uno de los baluartes del carlismo. Antes de la Tercera contienda, la Comunión católico-monárquica, contaba con 97 periódicos en toda España. A ellos habría que sumarles 15 satíricos carlistas, que debido a su contenido y para evitar represalias se publicaban extraoficialmente.

La escisión integrista

En 1888, el carlismo había sufrido un duro golpe con la llamada escisión integrista que acusaba a don Carlos de ser liberal. Esta escisión arrastró a una buena parte de la prensa carlista al bando integrista. Con el tiempo, el Partido integrista acabaría, paradójicamente, aceptando a Alfonso XIII con rey de España. Con el cambio de siglo y gracias a la acción organizativa del Marqués de Cerralbo, representante de don Carlos en España, el carlismo contaría una organización con 2.500 juntas, 300 Círculos, 30 periódicos y 10 diputados en Cortes. Sin embargo, el régimen liberal, a pesar de sus constantes crisis internas, se fue consolidando y sólo tembló ante la pérdida de Cuba y Filipinas en 1898.

En 1900, para sorpresa de todos, se produjo una nueva carlistada —prácticamente desconocida para muchos—. En octubre de ese año se produjo la sublevación de Badalona, donde 60 carlistas armados atacaron el puesto de la Guardia Civil. Mientras, algunas partidas se levantaron en las poblaciones barcelonesas de Igualada, Berga y Piera, incluso en Jijona y Jaén. Fue la llamada octubrada, para la que los sectores insurreccionistas habían adquirido 3450 fusiles Remington y más de 300.000 cartuchos. La represión que sufrió el carlismo por esta intentona, paralizó toda su actividad política y llevó a una crisis organizativa. La crisis se acentuó con la muerte de Carlos VII. Y nuevamente la historia parecía dispuesta a enterrar al carlismo.

Pero tras su llorada muerte, a don Carlos le sustituyó en el liderazgo de la Comunión Tradicionalista su hijo don Jaime. El carlismo en muchos lugares pasó a denominarse jaimismo. En 1909, ante los constantes ataques revolucionarios y la violencia política, mandó fundar el Requeté. Esta organización tomaba el nombre de los viejos combatientes carlistas, aunque más a modo de organización paramilitar urbana, como servicio de defensa y orden del partido. Eso le dio al carlismo un prestigio ante sus enemigos, que volvieron a mirarle con respeto y temor. Luego llegaría la fundación de los Sindicatos Libres y cientos de iniciativas políticas, aperturas de círculos y aparición de nuevos periódicos.

A partir de la Segunda República

La llegada de la Segunda República, profundamente anticlerical, volvió a insuflar oxígeno al tradicionalismo. En 1935 el carlismo mostraba músculo. El Boletín de Orientación Tradicionalista —que venía a ser como el Boletín Oficial del Estado carlista— comunicaba que la Comunión tenía constituidas en España más de 700 juntas y delegaciones locales, 350 círculos, 250 secciones de juventudes, 300 agrupaciones femeninas y 80 secciones locales del Requeté. Y en la inevitable guerra civil, que el carlismo tomó como Cruzada, se pudieron movilizar 60.000 requetés en los frentes. El carlismo aportaba así, una vez más, sus mejores hombres a la causa de Dios y de España.

Tras la victoria en 1939, el carlismo sufrió, quizá, su peor derrota: la política, a la que le siguió la confusión doctrinal, las luchas intestinas dinásticas y la incomprensión del régimen franquista. El régimen de 78, que restauraba a la dinastía liberal en el trono de España y el propio sistema democrático, con su deconstrucción de todo lo que significara tradición, dejó a una sociedad poco predispuesta a luchar por algo que no fuera su propio bienestar material. Quizá muy tardíamente, muchos empiezan a ver a este régimen liberal como el factótum de la actual descomposición de España y, por ese mismo motivo, vuelvan su mirada a los que ha significado el carlismo en la historia de España y de la Cristiandad.

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