Los siguientes apuntes bien podrían valer como un guiño —a posteriori y con prisas— de un San Valentín que ya fue. Pero el que suscribe lo siguiente cree más honesto poder celebrar esto del amor de andar por casa —el cotidiano y bueno— cualquier día del calendario, así como no extender esta celebración, impuesta últimamente a codazos, más allá de los chavales que, con su llamada a la Tagliatella, realmente la viven con algo de ilusión.

Independientemente lo que es un hecho es que, en vísperas del 14 de febrero, con los escaparates de las tiendas repletos de globos monstruosos con forma de corazón y los primeros novios descubriendo el mundo interior de las floristerías —si la vida les sonríe, acabarán haciéndose un doctorado en la materia— disfruté y recorrí en un par de sentadas, que bien podrían haber sido una, el Señora De Rojo Sobre Fondo Gris, De Miguel Delibes. (1991)

Y pese a la tardanza inasumible en acudir a unos de los clásicos más traídos del que mejor —y cómo si no fuera gran cosa— ha escrito sobre sentimientos, arraigo y naturaleza en nuestro país, anudo por fin los cabos sueltos de aquella historia que descubrí de manera inadvertida en el documental que, Imprescindibles de RTVE, dedicó a la figura del escritor, y que bien podría ser la historia de amor por excelencia de Castilla, medio Santander y toda España, y de la que nadie, por cierto, impartió una sola conferencia el Día de los Enamorados.

Hay un pasaje de dicho documental que es para quedarse a vivir en él. En este, los hijos, nietos y biznietos del escritor —una familia numerosa, feliz y que se muestra unida— comparten un aperitivo y brindan, con la sombra continuamente presente del escritor, por su condición de ser la equis de una sigla preciosa: MAX (la eme de Miguel, la a de Ángeles y la equis, que es todo el fruto que fue dando aquella unión, la equis de MAX).

Una pequeña ecuación esta de MAX que echó a andar cuándo, cada verano y durante su noviazgo, Miguel Delibes cogía su bicicleta y se hacía los 94 kilómetros que separaban Molledo de Sedano para ir a ver su novia, Ángeles de Castro. ¡La Ruta Delibes! Y en la que hacía escala en un bar de macetas pobladas de flores y cartel añejo de cervezas El Águila, en los Paradores de Bricia, dónde a conciencia, y como preámbulo del esperado encuentro, le servían un par de huevos fritos con chorizo y un vaso de vino. 

Cuentan que pese a ir sorteando las duras subidas y bajadas, los últimos kilómetros tras el almuerzo en Paradores los hacia sin manos, cantando y dejándose llevar por el sentido que iba marcando la senda de lo contento que iba. El modo crucero de las primeras citas.

Abrocho ahora con las páginas de Señora De Rojo Sobre Fondo Gris, De Miguel Delibes. (1991), que bien podría haber leído hace veinte años, los cabos sueltos que quedaron de esta historia difícil de olvidar. La de un amor ejemplar y cuidado que descansa en 158 páginas presididas, desde el primer impacto que viene con la portada, por Ángeles de Castro. 

No doy abasto en recomendarle y apremiar a todo el que se me cruza por el camino a no cometer el error que cometí yo prorrogando tanto esta lectura. Pues no he encontrado todavía un tratado tan certero, tierno y dulce de lo que verdaderamente es el amor. El de andar por casa, con sus luces, sus sombras y su irremediable poso triste. Un encaje delicioso para cerrar el capítulo de su matrimonio.

Adquirí mi ejemplar hace unas semanas en la Cuesta de Moyano, a empujones y con un sol estupendo, mientras Cris me echaba la bronca por teléfono ya que habíamos quedado para tomar el aperitivo y llegaba tarde a comer. El año que viene, pese a mi calidad de agnóstico en la materia y tras haberle contado la historia por enésima vez, le propondré religiosamente celebrar el 14 de febrero entre Burgos y Santander. Con una bicicleta y un plato de huevos con chorizo de por medio. Quién sabe, lo mismo cae la breva, haremos fuerza para ello.