Un repaso de los datos sobre inseguridad en la ciudad de Washington arroja un patrón tan contundente como preocupante: la violencia letal y armada no se distribuye de forma homogénea, sino que se concentra en grupos demográficos y zonas geográficas muy concretos. Esta realidad, que las estadísticas confirman año tras año, dibuja una cartografía del crimen en la capital de los Estados Unidos muy distinto al que podrían sugerir las cifras globales.
Abruma el peso de los hombres jóvenes en las estadísticas de violencia. Según el Criminal Justice Coordinating Council, alrededor del 92% de las víctimas y sospechosos de homicidios y tiroteos no mortales son varones. La edad media en estos casos ronda los 30 años, y cerca de dos tercios tienen entre 18 y 34 años. Se trata, por tanto, de un fenómeno relacionado de forma desproporcionada a la juventud masculina, tanto en el papel de víctima como en el de victimario.
Esta tendencia no se limita a los delitos más graves. En los robos de vehículos con intimidación, el protagonismo de los jóvenes es aún más acusado. Según los datos policiales, el 56% de los detenidos por este delito desde agosto de 2023 son menores de edad. Entre ellos se han registrado casos de adolescentes de apenas 12 años, la mayoría tenía entre 15 y 16 años. Las cifras revelan un patrón de iniciación delictiva precoz y, en muchos casos, vinculada a entornos sociales y familiares con escasas oportunidades y alta exposición a la violencia.
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La demografía: un asunto de varones negros
Las estadísticas también muestran un sesgo racial muy acusado. El 96% de las víctimas y sospechosos de homicidios y tiroteos no mortales son personas de raza negra, pese a que la comunidad afroamericana representa en torno al 46% de la población total del Distrito de Columbia. Sobre el total de las detenciones —no sólo por delitos violentos—, ocho de cada diez adultos detenidos son afroamericanos.
El desfase muestra que la población negra comete, y también sufre, una parte desproporcionada de la violencia en Washington. La concentración de esta comunidad en determinados barrios, la elevada presencia de bandas, la transmisión generacional de conductas delictivas y la abundancia de subsidios en esos entornos explican en buena medida por qué sus tasas de criminalidad superan a las de otros grupos.
El fenómeno se retroalimenta: comunidades con altos niveles de violencia armada sufren un deterioro social y económico que limita aún más las oportunidades de sus jóvenes, cerrando un círculo vicioso que empuja a una parte de ellos hacia la delincuencia o los convierte en víctimas.
La geografía de la violencia: barrios marcados
Si la edad y la raza ofrecen un perfil claro de la violencia en Washington, la geografía termina de dibujar el mapa. En 2023, el 57% de los homicidios se concentraron en los wards (barrios) 7 y 8, las zonas más pobres de la ciudad y con la mayor proporción de residentes negros. La distribución llega a ser tan desigual que diez manzanas de toda la ciudad acumulan el 14% de los homicidios.
Esas áreas no sólo sufren más violencia, sino que también registran un tejido social marcado por redes muy reducidas que concentran la mayor parte de los delitos. Un informe del National Institute for Criminal Justice Reform estima que unas 500 personas (menos del 0,1% de la población de la ciudad) son responsables de entre el 60% y el 70% de los incidentes de violencia armada en un año cualquiera.
El crimen no es un fenómeno generalizado de igual modo en la ciudad, aunque se registran episodios violentos en todas las zonas, sino un problema hiperconcentrado en espacios y comunidades muy específicas. La inseguridad en Washington no es un fenómeno uniforme ni inevitable. Se requiere la voluntad que hasta ahora no ha existido para romper el ciclo que ha mantenido a determinados barrios atrapados en el crimen durante décadas y reducir de manera real la inseguridad en la capital de Estados Unidos.