Decidir no decidir

Acoger y no escoger nos libra de nosotros mismos, de nuestra falta de criterio y de nuestra limitada perspectiva

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Resulta curioso, cuando se mira hacia atrás, reparar en el momento exacto en el que uno empezó a ser de su equipo de fútbol. O empezó a ir al cine con regularidad, o a construir maquetas de aviones. Me resulta curioso porque no recuerdo elegirlo, no tengo conciencia de haber decidido ser del Real Madrid, o de proponerme, con catorce años, a ir todas las semanas a ver una película en los cines de al lado de casa con mi padre.

Fue más bien un descubrimiento, una pasión que me pertenecía y que estaba esperándome. No elegí ser del Real Madrid, lo soy a mi pesar. Y lo soy porque si ahora eligiese un equipo, sin duda sería otro. Pero es que, entonces, no sería el mío. Soy del equipo que, un día, me hizo pedir la radio en el coche, en vez del cedé de El Canto del Loco. Ahí es donde uno se da cuenta de que se ha encontrado con un gran amor.

Las pasiones juegan en otra liga, no pertenecen a la categoría de lo razonable. Son del corazón. Para bien, pero también para mal. Y es que incluso un astuto criminal, capaz de ser invisible durante años, podría encontrarse allí donde no elige estar, sino donde su corazón lo pone. Por eso, en El secreto de sus ojos, Espósito y Sandoval consiguen dar con el asesino en esa inolvidable escena en el estadio del Huracán.

Pero no sólo nos encontramos con nuestras pasiones, también con nuestros amigos, los verdaderos. Aparecen de pronto, sin ser invitados, y se quedan para siempre. Siendo honestos, ¿alguien habría elegido los amigos que tiene? Yo, desde luego que no. Y doy gracias por ello. Porque de haberlos elegido, quizá un día, cansado, elegiría a otros en su lugar. Pero como me los han puesto en el camino, no los cambiaría por nada del mundo. Y más importante que esto último, si los amigos se eligiesen, ¿quién me habría elegido a mí?

Si la amistad fuese una cuestión lógica o razonable, muy probablemente nos habríamos perdido esa extraña pareja que forman Tintín y el capitán Haddock. Y es difícil pensar que Harry hubiese escogido como mejor amigo al penúltimo de una familia pobre y numerosa. El conde Rostov no le habría dedicado más de un minuto a Nina si no fuese por su arresto, y es evidente que la pandilla de Mike, los Goonies, no eran los tipos más brillantes del mundo.

Si seguimos rascando, si vamos más allá de lo que a uno le apasiona o de los amigos que tiene, es posible ver cómo lo esencial, lo verdaderamente importante, no se escoge, se acoge. Los padres no eligen a sus hijos, los reciben en su casa y en su vida. Les crean un hogar y los educan para ser mejores que ellos. Pero no deciden cómo van a ser o qué cosas les van a gustar. Hay un proceso entre padres e hijos de conocerse mutuamente y una decisión de acogerse y de aceptarse.

Tampoco creo que uno elija a su mujer o a su marido. Aquí nos movemos por instintos, vamos cerca de quien hace latir un poco más fuerte nuestro corazón y allí encontramos una sensación similar a meterse dentro la cama con sábanas limpias después de una ducha.

Con tantas opciones para absolutamente todo, decidir no decidir es acertar. No se trata de ojear un catálogo de rebajas para encontrar la mejor oferta, se trata de salir a la playa a buscar oro, a pasear de lado a lado hasta escuchar el sonido del detector de metales. Acoger y no escoger nos libra de nosotros mismos, de nuestra falta de criterio y de nuestra limitada perspectiva. No elegir nos permite llegar a lugares que no podríamos ni imaginar. Y, otra vez, doy gracias por ello.

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