En la actualidad, nadie pone en duda que los ciudadanos conservadores opten por cuidar la Tierra para que permanezca en la mejor condición posible para las generaciones venideras. Lo que es ambiguo, sin embargo, es cómo deberíamos llevarlo a cabo. Las soluciones repetidas hasta el cansancio por la izquierda son muy conocidas, pero sus defensores, en realidad, no aportan de forma significativa a la protección del planeta. Similar a la élite política actual, cuyas afirmaciones grandilocuentes sólo tienen el propósito de calmar temporalmente a los ciudadanos inquietos por lo que vendrá.
Esto es aplicable al Pacto Verde Europeo (Green Deal). Todos recordamos cuando, en 2019, Ursula von der Leyen hizo campaña proclamando que Europa debía conseguir la neutralidad de carbono para 2050. Hoy es evidente que esta visión no se puede realizar; sin embargo, a pesar de todas sus irracionalidades e irrealidades, se sigue intentando llevarla a cabo a toda costa. Tampoco debemos pasar por alto que Europa —más concretamente, la Unión Europea— es responsable sólo de un 6% de las emisiones globales de gases de efecto invernadero. Por lo tanto, está claro que el destino del mundo no depende únicamente de los ciudadanos y las empresas europeos. Al ser los únicos en cambiar nuestras tecnologías habituales y estilo de vida, sólo complicamos nuestra cotidianidad sin resolver el problema, ya que la mayoría de los cambios ambientales son de carácter global.
Desde luego, ser un abanderado de la neutralidad climática y la protección ambiental, así como actuar como modelo, puede parecer positivo, pero se vuelve inútil o, al menos, inconveniente. Para lograr resultados reales, es necesario que colaboremos, o, por lo menos, actuemos de manera coordinada, con los principales emisores: China, los Estados Unidos e India. Sin su cooperación, el esfuerzo es en vano. Por lo tanto, es imprescindible mantener la máxima conectividad posible. De lo contrario, iremos sufriendo las consecuencias del 94% restante de la contaminación como cualquier otro, al tiempo que perjudicamos seriamente a la competitividad de nuestra economía.
El New Deal y el Green Deal
Aunque el nombre ostentoso del Green Deal evoca el antiguo New Deal estadounidense, en realidad, los dos poco tienen en común. A lo largo de los últimos cien años, se han desarrollado tradiciones distintas en la introducción de reformas destinadas a resolver conflictos sociales en Estados Unidos y Europa. Cuando Franklin D. Roosevelt asumió la presidencia en 1933, ya contaba con planes sólidamente desarrollados para enfrentar, junto con sus compatriotas, la situación provocada por la Gran Depresión. Estos planes dieron origen a lo que hoy conocemos como el New Deal. Harry S. Truman hizo lo mismo al presentar el Fair Deal en 1945 y 1949, al igual que John F. Kennedy, quién expuso su idea de reforma denominado New Frontier en su inauguración en 1960. Su sucesor, Lyndon B. Johnson, también continuó por esta senda con sus iniciativas para el Great Society en 1964. En cualidad de presidentes, cada uno de ellos propusieron soluciones a los problemas apremiantes de su época junto con los ciudadanos.
En contraste, negociar con la sociedad de esta manera no es tan característico de la cultura europea. El continente se ha formado —y sigue formándose— a través de un proceso intrincado de interacciones, en el que los actores en conflicto o con intereses opuestos a menudo han tenido que llegar, y aún deben llegar, a acuerdos de compromiso para hallar un terreno común. Este fue el contexto de la Magna Carta Libertatum de 1215, la Bula de Oro de 1222, las libertades doradas polacas y el propio desarrollo de los estamentos. La idea de resolver problemas compartidos a través de negociaciones volvió a cobrar fuerza en el siglo XX con el neocorporativismo, y la influencia del concepto de negociación colectiva se puede detectar en los movimientos políticos que han moldeado el desarrollo del continente después de la Segunda Guerra Mundial: en el corporativismo social y liberal, así como en las ideas democristianas y en los conceptos de economía social de mercado.
Por consiguiente, hasta el momento, la tradición europea predominante ha sido la de buscar un consenso entre las partes con intereses políticos y sociales opuestos, tomando decisiones de compromiso que, al final, todos consideren como propias. Estas ideas se encontraban en las visiones políticas de los padres fundadores de la Unión Europea. En efecto, la formación de la comunidad fue un proceso que demandó compromisos considerables en aras de lograr una cooperación mutua y un desarrollo pacífico.
El New Deal ofreció respuestas efectivas, bien elaboradas y cuidadosamente planificadas a los problemas que realmente afectaban a los ciudadanos estadounidenses. Por el contrario, el Pacto Verde se ocupa de temas que en este momento tienen un impacto menor en la vida cotidiana de las personas. Asimismo, el plan de Roosevelt para superar la Gran Depresión favoreció a todos los sectores de la sociedad. En ese momento, los líderes de los Estados Unidos no sólo perseguían la mejora de los indicadores económicos, sino también el bienestar de la población. Desde esta perspectiva, el Green Deal no se asemeja a su casi homónimo estadounidense, puesto que no tiene en cuenta el factor humano en ningún aspecto. De igual manera, no se alinea con las tradiciones europeas mencionadas, ya que no negocia no escucha a nadie, sólo declara y prescribe.