El Museo Nacional Thyssen-Bornemisza de Madrid abre sus salas a dos de los nombres más emblemáticos del arte del siglo XX. Bajo el título Warhol, Pollock y otros espacios americanos, la exposición reúne más de un centenar de piezas de ambos artistas y de figuras afines como Rothko, Rauschenberg, Lee Krasner, Helen Frankenthaler o Cy Twombly. La muestra busca ir más allá del reclamo de las grandes estrellas del arte contemporáneo y ofrecer una reflexión sobre los límites del canon moderno.
La exposición, compuesta por más de cien obras procedentes de una treintena de instituciones norteamericanas y europeas, pone frente a frente a dos artistas que, en apariencia, encarnan extremos opuestos: Jackson Pollock, con su pintura sin imagen, y Andy Warhol, con su imagen sin pintura. Pero el recorrido, dividido en seis salas, se propone justamente desmontar esa dicotomía.
«No hacemos exposiciones porque sean blockbuster o no lo sean», advierte el director artístico del museo, Guillermo Solana. «Warhol y Pollock nos interesan porque son centrales en la historia del arte, al margen de su celebridad, que solo nos interesa como terreno social e intelectual».
«Pollock representaba lo abstracto y Warhol lo figurativo; sin embargo, ambos se cruzan en un espacio pictórico donde las categorías se disuelven», según los organizadores. «Mirándolos juntos descubrimos un nuevo territorio en el que figuración y abstracción se mezclan y se enmascaran una a otra. Es un espacio construido por capas, fragmentado, multifocal, ambiguo». Entre las piezas destacadas figuran Marrón y plata I, de Pollock; Express, de Rauschenberg; y Sin título (verde sobre morado), de Rothko, perteneciente a la colección del propio Thyssen.
Para la comisaria Estrella de Diego confesó que la muestra es el proyecto de su vida, fruto de más de dos décadas de trabajo y reflexión: «Llevo veinticinco años pensando en estas cuestiones que tienen que ver con cómo troceamos la historia del arte para entenderla mejor». Su propuesta revisa los juegos de oposición (renacimiento y barroco, figurativo y abstracto) que ordenan los manuales de arte pero rara vez se cumplen en la práctica. «Ni Warhol fue siempre figurativo ni Pollock siempre abstracto». En ambos ve una misma tensión entre la identidad pública y la creación íntima, entre la máscara y la vulnerabilidad.
Solana describe a Warhol como un artista «complejo, inteligente e irónico», víctima voluntaria de la imagen de «rubia tonta» que él mismo cultivó como disfraz. Pollock, en cambio, habría sido arrastrado por un papel trágico que tampoco le pertenecía: el del genio atormentado del expresionismo abstracto. «Ambos fueron, de algún modo, personajes atrapados por las expectativas de la historia del arte».
La exposición ofrece una revisión inédita del arte estadounidense de la posguerra, en la que conviven la energía gestual de Pollock, el brillo industrial de Warhol y las búsquedas paralelas de toda una generación de creadores. Más que una confrontación entre dos mitos, el Thyssen propone «un diálogo entre los lenguajes que definieron el arte del siglo XX, y una reflexión sobre la mirada con que lo interpretamos».