Decía Juan Manuel de Prada, en una entrevista concedida hace unos años a mi querida Isabel Lozano, que la literatura infantil era una plaga muy perjudicial para la salud intelectual de los niños. El escritor veía en ella una vía de infiltración ideológica que destruía almas y cerebros. Algo de eso viene ocurriendo en los últimos tiempos, desde luego. Aunque en lo relativo a lo doctrinario no hace falta buscar en la literatura contemporánea, bastaría con ojear los libros de texto del actual sistema educativo.
Al margen de esa declaración con vocación de titular, algo tan característico en Prada, el autor salvaba de la ignominia los tebeos de Tintín y las fábulas. Si bien la misión de los cuentos clásicos infantiles es enseñar a los más pequeños que el mal existe, la de las fábulas es legar los valores morales. Y es ahí, en la transmisión del fuego, en ese aspecto de la tradición fabulística, donde tiene su hueco Centinelas (Colección Exit, Editorial Bambú).
Alfonso Paredes (Oviedo, 1976) ha escrito una novela cortita —¡se nos ha hecho corta!— de 140 páginas que la editorial ha clasificado para lectores a partir de catorce años. Sin embargo, Paredes tiene la virtud de ser un autor para todos los públicos, algo que se me antoja extremadamente difícil. Dirigido claramente a adolescentes, el adulto disfruta Centinelas igual. Mi recomendación es que lo compren, lo lean, y lo dejen distraídamente al alcance de los chavales.
Quienes conozcan su anterior novela, El señor Marbury (Homo Legens, 2020), están ya familiarizados con una prosa hogareña, sin estridencias, de chimenea y manta. Pero no por ello nuestro autor deja de meterse en jardines y abordar asuntos espinosos, que Centinelas va sobre el sufrimiento y la muerte. La marca de la casa es la universalidad del tema central, que Paredes suele apoyar no contextualizando sus obras en espacios o culturas identificables. De todas formas, esta vez se hace una excepción con el factor temporal puesto que se plantea una situación distópica —y por tanto futura— aunque no mucho. Y esto es importante. Ante los dilemas expuestos en Centinelas hay que prevenir, sobre todo porque tienen difícil «cura» y no tardarán tanto en hacerse realidad en nuestras vidas…
El joven Polo cuida a su tío agonizante, Roger, con quien vive desde que quedó huérfano. El dolor siempre nos interpela y las respuestas, o soluciones, pueden venir de sitios incorrectos, o tener intenciones espurias, pero estar muy bien envueltas. Alfonso Paredes presenta al lector personajes asépticos, obsesionados con la optimización del tiempo, los objetivos y la precisión quirúrgica. Y muestra sus debilidades. Ese universo matemático que rinde culto al dato, al cronómetro y al algoritmo, convive todavía con personas corrientes, que no tienen todas las respuestas pero sí la perspectiva, y que transitan el dolor del mismo modo que la felicidad. Centinelas es una oda a la comunidad, a la escucha paciente, a la belleza de la imperfección del labio de Mariana, de una bicicleta chirriante o de la vejez. El protagonista tendrá que decidir si poner fin al sufrimiento de su tío impelido por quienes calculan el valor de la vida, o vigilar y custodiar la esperanza hasta la aurora.
Polo recibirá valiosas enseñanzas («Dentro de ti hay lugares que aún no conoces y que solo podrás explorar cuando entre en ti el dolor») que le ayudarán a comprender y que se irán sosteniendo con el ejemplo de los clásicos, que, como él, viajaron heroicos por lo ignoto. Ni en Troya ni en Ítaca existieron héroes amarrados.
Recomendado para: los incondicionales de los textos de Alfonso Paredes en La Iberia; los que no pueden esperar a la secuela de El señor Marbury; los entusiastas de Sonata en Yo menor (Monóculo, 2022); padres, padrinos y profesores desesperados porque «el niño no me lee» y aquellos que consideren introducir las grandes cuestiones en el debate familiar y en la formación de sus hijos. Pero, sobre todo, sobre todo, para que los tíos solteros regalen a sus sobrinos 😉