Habrá a quien le parezca una broma que alguien se dedique a buscar la relación entre el número de dosis recibidas del ARNm y la postura respecto a lo que cuentan los medios de comunicación sobre el conflicto en Ucrania. Otros se indignarán, aunque los daremos por amortizados, pues la indignación es su estado natural.
También habrá quien encuentre en ese esfuerzo una forma de perder el tiempo y el dinero, después de haber comprobado de manera empírica cómo los mismos que se negaron a cambiar de tema durante dos años ahora lo han hecho de un día para otro, de la mascarilla a la bandera, sin abandonar su compromiso de rebaño expresado en odio, antes a los negacionistas, ahora a los rusos.
El estudio lo recoge el periódico canadiense Toronto Star, que contrató a la agencia demoscópica EKOS Politics para consultar a los habitantes del país norteamericano sobre sus puntos de vista relativos la guerra en curso entre Rusia y Ucrania, separándolos en tres grupos bien diferenciados: los que han recibido todas las dosis indicadas por el gobierno, los que se quedaron en la segunda y los no vacunados.
Los de la llamada pauta completa abrazan por completo la narrativa oficial, hasta el punto de que el 82% se muestra a favor de las sanciones a Rusia —y a los rusos— y la mayoría (59%) ve con buenos ojos el estallido de la Tercera Guerra Mundial, mediante el establecimiento de una zona de exclusión aérea sobre Ucrania.
Entre los no vacunados impera, sin embargo, el escepticismo: sólo el 18% se muestra a favor de las sanciones y de la no-fly zone. Algo que, a estas alturas, no debería llamar la atención, después de dos años sufriendo una severa y creciente discriminación personal y profesional por rechazar la narrativa oficial y oponerse a recibir las inyecciones de un compuesto químico en fase experimental, según las propias autoridades.
Por último, los receptores de dos dosis que, al menos por ahora, se niegan a un tercer pinchazo, forman un grupo del que no se puede extraer una postura mayoritaria, aunque ésta sea más parecida a la de los no inoculados. Y es que cosa es haber recibido dos inyecciones en su día y otra muy diferente estar dispuesto a convertir el pinchazo en hábito, por lo general con entusiasmo y siempre en nombre de la ciencia. Como muestra la encuesta, la mayoría de este grupo se somete a la autoridad y adopta la narrativa actual con total independencia de la efectividad real de las soluciones.
Igual que muchos no han necesitado el estudio de EKOS Politics para identificar una correlación entre la postura ante el virus y la visión de la guerra, tampoco se les ha escapado que la división social de Occidente no se da en el eje izquierda-derecha, sino entre quienes instintivamente cuestionan a quienes detentan el poder, junto a los que adoptan una actitud consciente de desconfianza basada en la experiencia, y quienes aceptan toda versión gubernamental y mediática —valga la redundancia—, confiados en que será fruto de intenciones benéficas, ante las que reniegan de su discernimiento y también de su precaución.
Los políticos de casi todos los partidos alimentan y premian la adopción del relato oficial ante la calamidad de turno como un acto de virtud social, que no moral, mientras castigan su rechazo con una especie de ostracismo. Como con el virus, es más fácil adherirse a la narrativa oficial de Ucrania que resistirse a ella. Menos costoso socialmente y, sin duda, más cómodo.
No apoyar acciones como un régimen sancionador sobre Rusia armar hasta los dientes a las milicias ucranianas o incluso la imposición de una zona de exclusión aérea, que iniciaría de hecho la Tercera Guerra Mundial, sirve para tachar a cualquiera como mala persona. Y, claro, son pocos los dispuestos a soportar el sambenito, aún menos quienes lo reciben como un honor.