La visita de León XIV a Turquía ha dejado gestos de diplomacia, entre ellos la ofrenda realizada en Anıtkabir, el mausoleo de Atatürk, fundador de la Turquía moderna, símbolo de un Estado que quiso distanciarse por las malas de su pasado cristiano. En aquellos territorios antes otomanos, muchos fieles católicos, ortodoxos y especialmente armenios, los pocos que quedan, conviven con una realidad de todo menos «diplomática».
Un informe reciente del European Centre for Law and Justice (ECLJ) advierte de que los cristianos en Turquía sufren hostilidad legal, institucional y social, trabas a su reconocimiento jurídico, confiscaciones y episodios de violencia. El documento subraya que esta vulnerabilidad está vinculada a la negación oficial de hechos históricos criminales, especialmente el genocidio armenio, que aniquiló comunidades cristianas enteras y dejó abierto un trauma profundo.
Ante la prudencia diplomática papal, cabe preguntarse si la misión del Pontífice no debería alzar la voz para visibilizar ese sufrimiento histórico. El recuerdo del genocidio armenio sería un gesto de justicia y caridad hacia quienes todavía son perseguidos por su fe. La paz comienza, siempre, por la verdad.


