Los héroes de Igueriben: el preludio de Annual

«Los oficiales de Igueriben mueren pero no se rinden»

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A principios de julio de 1921 la situación de España en el protectorado marroquí parecía idílica: las operaciones del Ejército eran brillantes, apenas había sido necesario disparar una sola bala para tomar y apaciguar las cabilas y territorios más preocupantes y próximos a Melilla. Lejos parecía quedar la semilla de la subversión que el líder rifeño Abd El-Krim venía sembrando y regando entre su gente. El Alto Mando español en Marruecos confiaba ciegamente en el apoyo comprado a las harkas aliadas y la policía indígena a dulce gusto de peseta. A pesar de los continuos alzamientos de las cabilas rifeñas en los ataque sufridos sobre Abarrán y Sidi Dris el 1 y el 2 de junio, el Alto Comisario Dámaso Berenguer y el Comandante General de Melilla Fernández Silvestre coincidían en que aquellos sucesos no pasaban más allá de meros eventos aislados. Asuntos menores. La prioridad estaba en los planes de Silvestre y Berenguer, centrados en asestar el golpe definitivo en el corazón de la rebelión rifeña: Alhucemas.

Los preparativos comenzaron el 5 de junio, cuando miles de hombres fueron concentrándose progresivamente en Annual, a unos 60 km de Melilla. La posición, a pesar de su amplitud, no era la mejor para acampar durante mucho tiempo, apenas había agua y en caso de ataque la defensa podría convertirse en poco menos que un infierno. Guarecida por lomas, la única opción de asegurar Annual era controlar las elevaciones a su alrededor, por ello rápidamente se ocuparon las principales posiciones elevadas en torno a la demarcación. Igueriben fue una de éstas, la principal, el puesto que tras Abarrán debía constituir el primer foco de resistencia frente a una posible retirada en Annual. Mal abastecido de agua y con peores estructuras defensivas, Igueriben quedó guarecida por 350 soldados españoles, un nutrido grupo de la policía indígena y el apoyo de la harka de Tensamán, todos comandados por el Comandante Julio Benítez.

Fernández Silvestre siguió operando con la misma confianza y tranquilidad que hasta entonces, no tenía porqué preocuparse, sus informantes en ningún momento le dieron pistas ni razón sobre ningún gran levantamiento. Nada más lejos de la realidad. Desde junio Abd El-Krim venía ultimando los detalles de la gran ofensiva que preparaba contra las líneas españolas. Con miles de nativos favorables a su causa y su extraordinario conocimiento acerca del Ejército español, el líder rifeño planeaba lanzar un ataque múltiple y devastador que arrinconara a los españoles hasta la misma ciudad de Melilla. Fue así como el 14 de julio comenzó la ofensiva rifeña estableciendo un cerco sobre la posición de Igueriben. En un primer momento el Comandante Benítez no parecía especialmente preocupado, si bien las condiciones eran precarias aún contaba con una guarnición nada despreciable y la posibilidad de auxilio desde Annual. Sin embargo, pronto advirtió que aquello iba en serio. De la noche a la mañana, la harka de Tensamán y la policía indígena dejaron de estar al servicio de los españoles y aunaron su fuego al de los atacantes rifeños. Entre el 14 y el 16 de julio los 350 defensores de Igueriben resistieron como buenamente pudieron, surtidos de munición, racionando provisiones, parapetados entre sacos terreros, con el único blindaje del alambre de espino y bajo la continua ilusión de la llegada de refuerzos desde Annual.

Mapa de Igueriben

Igueriben cercado

El verdadero infierno comenzó el domingo 17 de julio, cuando los moros estrecharon el cerco e improvisaron varios cañones con los que acosaron duramente la posición. Para colmo la aguada se hizo imposible y la sed causó estragos entre los defensores de Igueriben. Benítez sabía lo desesperado de su situación, pero aún así continuó dirigiendo la defensa de la posición, insistiendo al General Silvestre en la necesidad de auxilio y negándose a cualquier parlamento con el enemigo. Cuentan los supervivientes que a la propuesta mora de entregar la posición, los españoles respondieron con vivas a España y fuego a discreción contra el enemigo.

Es difícil calcular qué fue lo peor para los defensores de Igueriben después del desastre de la aguada del 17 de julio, ¿las patatas machacadas, el líquido y aceite de las conservas, la tinta, la colonia, o los orines que debieron beber para sofocar la sed? ¿Acaso fue peor el sentimiento de abandono? ¿O lo más devastador fue lo que vieron hacer a los moros con los cadáveres de sus compañeros? Es imposible cuantificar el miedo, el horror y la desesperación por la que pasaron aquellos héroes escogidos por la fatalidad del azar.

Y es que a esas alturas los de Igueriben ya eran héroes, y lo eran porque pese a todo aquel infierno, decidieron sobreponerse y resistir. Resistieron por pundonor, por camaradería, porque sabían perfectamente lo que supondría para los de Annual que los rifeños tomaran su posición.

El infierno de los héroes

La madrugada del 17 al 18 de julio los rifeños reanudaron las hostilidades por la noche y se lanzaron contra los españoles, llegando a alcanzar la alambrada y dando lugar a los primeros combates cuerpo a cuerpo. En aquel lance los mulos destinados a convoy quedaron mutilados y hubieron de ser rematados. El calor de aquel día, que ciertas fuentes cifran en 55ºC, terminó por hinchar y reventar los cadáveres de los animales, sembrando un hedor insoportable por toda la posición y atrayendo a todo tipo de insectos. Por si esto fuera poco, los moros lograron hacerse con el control de un cañón, que si bien disparaban con poco acierto, servía para causar desconcierto entre los defensores.

A las 4.00 del 19 de julio el Comandante Benítez, tan estoico como sus hombres, volvió a ponerse en contacto con Annual solicitando refuerzos desesperadamente. Hasta cuatro columnas se formaron para probar suerte con el rescate, pero ante el enconado fuego de fusilería de los rifeños todas optaron irremediablemente por la retirada. Ese mismo día por la tarde, un proyectil de artillería golpeó duramente el parapeto norte de la posición e hizo saltar por los aires cuatro cajas de municiones.

A falta de agua, refuerzos y provisiones, el Comandante Benítez recibió un telegrama que rezaba: «El Mando felicita a los heroicos defensores, alentándoles a seguir manteniendo la resistencia con ese admirable espíritu de sacrificio, que es la admiración y orgullo de sus hermanos de armas. Ya se hallan concentradas en Annual numerosas fuerzas que han de convoyar los socorros de que tan necesitada está esa posición. Y tropas frescas para relevar a los heroicos defensores de Igueriben, que tan ganado tienen el descanso. La Patria, atenta a vuestro gallardo gesto, sabrá recompensar vuestros sacrificios».

Mermados, sedientos, heridos y exhaustos, pero sin despegar el fusil de la cara, los españoles de Igueriben continuaron resistiendo de madrugada, sufriendo los continuos asaltos, la explosión de las granadas moras y el fuego indiscriminado. Desde la posición se pidió a los artilleros de Annual bombardear los alrededores, con lo que los defensores al menos pudieron respirar aliviados durante unas horas. El tiempo suficiente como para que el General Navarro, recién llegado a Annual con refuerzos de la policía indígena, decidiera rehusar el envío de ayuda a Igueriben por considerar inútil cualquier intento. La noticia no se comunicó a los defensores.

«Resistid»

20 de julio, desde Igueriben el Comandante Julio Benítez continuaba insuflando ánimos desesperados a su tropa mientras observa impotente como aquellos pobres muchachos lentamente quedaban a merced de la rabia mora. El desgaste, el calor y la falta de municiones pronto inutilizaron las ametralladoras, y por si aquello fuera poco en medio del hastío un proyectil voló por los aires la enfermería, llevándose consigo 30 heridos. Apenas quedaban 100 defensores en la posición que no alcanzaban ni a cubrir el parapeto. Benítez, desesperado telegrafió a Navarro: «Se ahogan con el hedor de los cadáveres; la pestilencia y carencia de agua hace mortales las heridas y conclúyense las municiones». La respuesta no pasó de: «Héroes que tan alto ponéis el nombre de España … resistid unas horas más, pues lo exige el buen nombre de España».

«Resistid esta noche, y mañana os juramos que seréis salvados, o todos quedaremos en el campo del honor». Con este telegrama de Navarro pasaron la madrugada los defensores de Igueriben batiéndose entre disparos y bayonetas. Al despuntar el alba del día 21 de julio de 1921, el General Navarro puso en marcha el cumplimiento de su promesa enviando 3.000 hombres en dos columnas. Sin embargo, nuevamente, aquello no pasó del intento. Los hombres enviados por Navarro apenas demostraron capacidad combativa y, tan pronto como los oficiales tomaron cuenta, decidieron tocar a retirada.

Benítez, que observaba atónito tal despropósito telegrafió a Annual diciendo: «Parece mentira que dejéis morir a vuestros hermanos, a un puñado de españoles que han sabido sacrificarse delante de vosotros». El General Fernández Silvestre, recién llegado a Annual con refuerzos y testigo del mensaje de Benítez, recomendó al Comandante parlamentar con el enemigo, a lo que Benítez respondió con mucha braveza: «Los oficiales de Igueriben mueren pero no se rinden».

«Fuego sobre nosotros»

Hacia las 16.00 la situación se había vuelto insostenible, las avanzadillas españolas más próximas a Igueriben comenzaban a replegarse dirección Annual y desde dicha posición se exigió a Benítez abandonar la defensa. El Comandante aceptando con crudeza lo inevitable, decidió asumir toda la responsabilidad y respondió: «Nunca esperé recibir de V.E. orden de evacuar esta posición, pero cumpliendo lo que en ella me ordena, en este momento, y como la tropa nada tiene que ver con los errores cometidos por el Mando, dispongo que empiece la retirada, cubriéndola y protegiéndola debidamente, pues la oficialidad que integra esta posición, conscientes de su deber, sabremos morir como mueren los oficiales españoles». Acto seguido Benítez formó cinco columnas, repartió las municiones que quedaban, inutilizó la posición y, bajo el fuego de fusilería de los moros, despachó a sus hombres camino de Annual. Su última consigna al mando fue: «Sólo quedan doce cargas de cañón, que empezaremos a disparar para rechazar el asalto. Contadlos, y al duodécimo disparo, fuego sobre nosotros, pues moros y españoles estaremos revueltos en la posición».

Mientras la tropa caló bayoneta y se lanzó ladera abajo ante el ataque de los rifeños, Benítez y el resto de la oficialidad aguantaron en la posición cubriendo la retirada de sus hombres. Allí dejaron la vida todos salvo el teniente Casado, que fue apresado. Del resto de la tropa tan sólo sobrevivieron 14 soldados, aunque otras fuentes cifran en 36 los supervivientes. Cuatro de ellos fenecerán en Annual antes del desastre, intoxicados por un atracón de agua. Se calcula que en total murieron 320 hombres de los 354 defensores.

Pese al encono y braveza de su defensa, el esfuerzo de los héroes de Igueriben tan solo sirvió para que las futuras víctimas del Desastre de Annual retrasaran unos días más la fecha de su óbito. El Alto Mando reaccionó mal y demasiado tarde, haciendo imposible su rescate y desaprovechando el tiempo que aquellos mártires fueron capaces de rascar al Diablo para poner a salvo la vida de los miles de soldados acantonados en Annual.

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