El Imperio romano vuelve a desplegarse, piedra a piedra, en una nueva cartografía digital que permite recorrer sus caminos con la precisión del siglo XXI. Dos milenios después, un amplio grupo de investigadores ha recurrido a la tecnología más avanzada para reconstruir el mapa de carreteras (las famosas calzadas) del mundo romano, revelando que su extensión fue casi el doble de lo que se creía y que, sin embargo, apenas queda nada de su trazado original.
El resultado de ese trabajo es Itiner-e, un atlas digital de acceso abierto publicado en Nature Scientific Data y fruto de la colaboración entre la Universidad Autónoma de Barcelona (UAB) y la Universidad de Aarhus (Dinamarca). El proyecto integra fuentes arqueológicas, históricas y topográficas para componer la imagen más detallada del sistema viario romano hacia el año 150 d.C., cuando el Imperio alcanzaba su máxima extensión.
En total, el mapa documenta 299.171 kilómetros de calzadas, una cifra que supera en más de 100.000 los registros anteriores y equivale a dar siete veces la vuelta al planeta. Desde la actual Escocia hasta el extremo oriental del Sáhara, y desde el mar Negro hasta la costa atlántica de Marruecos, los caminos imperiales cosieron un territorio de cuatro millones de kilómetros cuadrados y permitieron el movimiento de legiones, mercancías e ideas. Sólo en Hispania, las vías superaban los 40.000 kilómetros, con grandes ejes que partían de urbes como Augusta Emérita (Mérida), capital de la Lusitania.
«Cuando se pasa por un camino muy hundido por el paso del tiempo, aún se dice que era una calzada romana, pero los romanos las hacían para que durasen», explica Pau de Soto, investigador de la UAB y primer autor del estudio. «Otra creencia que desmentimos es que todas fueran enlosadas como la vía Apia. En realidad, estaban formadas por capas de gravas cada vez más finas, con una capa de rodadura compactada, más cómoda para los caballos, que entonces aún no llevaban herraduras». Las carreteras romanas, añade, ya seguían principios de ingeniería moderna: se elevaban sobre el terreno y se inclinaban ligeramente para evacuar el agua.
Para reconstruirlas, el equipo ha empleado tecnologías GIS (Sistemas de Información Geográfica), que permiten combinar datos de múltiples fuentes: textos clásicos como el Itinerario de Antonino o la Tabula Peutingeriana —auténticos mapas de carreteras de la Antigüedad—, informes arqueológicos, mapas topográficos de los siglos XIX y XX, fotografías aéreas tomadas tras la Segunda Guerra Mundial e imágenes por satélite. Con todas ellas, los investigadores han podido trazar sobre el terreno el recorrido más plausible de cada vía, uniendo los vestigios conservados —un puente, un miliario, un tramo excavado— y respetando la topografía natural.
Apenas quedan calzadas
El resultado es un mapa donde sólo el 2,7% del kilometraje corresponde a restos comprobados; el resto son «ejes fosilizados», indicios de un trazado inferido por los arqueólogos, o hipótesis de conexión entre ciudades cercanas. Según De Soto, «las primeras carreteras modernas se hicieron siguiendo a los romanos», y hoy el propio tejido urbano europeo sigue siendo «una herencia de Roma: la mayoría de las ciudades europeas ya existían entonces y estaban conectadas entre sí».
El historiador Adam Pažout, coautor del estudio y profesor en Aarhus, subraya el papel político de esta red: «Las calzadas y el sistema de transporte fueron absolutamente cruciales para el mantenimiento del Imperio. Los romanos idearon un entramado de posadas, estaciones y puntos de relevo que permitía mover tropas, mensajeros y funcionarios por Italia y las provincias. Era el andamiaje que proyectaba el poder romano y lo mantenía unido».
Por esas mismas rutas se movieron millones de personas, mercancías y creencias, y también se propagaron epidemias devastadoras, como la peste Antonina o la de Justiniano, que debilitaron a Roma. A través de ellas avanzaron las invasiones bárbaras que pusieron fin al Imperio.
Hoy, aunque de muchas de aquellas calzadas sólo queden vestigios, su huella sigue latente bajo los caminos de Europa. El nuevo atlas permite recorrerlos de nuevo, desde los Alpes hasta el Guadalquivir, desde Alejandría hasta York, y comprobar que el viejo lema sigue siendo cierto: todos los caminos llevan a Roma.


