La casa abierta de Delibes

Su recuerdo se ha instalado en el Palacio del Licenciado Butrón de Valladolid, consagrado en la primera casa museo del universo del escritor

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En el corazón de Valladolid, Miguel Delibes ha vuelto a abrir el salón de su casa. Su recuerdo, como él mismo, siempre más cercano la sobriedad que a la grandilocuencia, se ha instalado en el Palacio del Licenciado Butrón, consagrado en la primera casa museo del universo del escritor. No es un museo al uso, sino una prolongación de su mundo. Como la de la calle Dos de Mayo, una morada abierta.

Quince años después de su muerte, Delibes habita su sexta casa en la ciudad que marcó su destino literario y vital. Las otras cinco, las de su infancia, su juventud, su madurez y su retiro, fueron lugares íntimos. Ésta, en cambio, pertenece a todos. «Estamos persuadidos de que Miguel Delibes debe ser de todos. Él vivió en sus personajes y su casa es también la de Cecilio Rubes y su idolatrado hijo Sisí, la de Lorenzo el cazador, la del viejo Eloy y Desi, la del náufrago Jacinto San José, la de Kiko el príncipe destronado…», en palabras de Miguel Delibes hijo, con emoción contenida.

La casa del hombre y del escritor

Entrar en la Casa Museo Delibes es adentrarse en una biografía amplia. El primer espacio reproduce su hogar: el salón donde escribía al amanecer, el despacho con su vieja máquina de escribir, el dormitorio austero donde reposaba tras las jornadas de trabajo. Todo está dispuesto con un respeto reverencial, pero sin artificio: se respira la vida cotidiana de un escritor mundialmente conocido, periodista de éxito, dibujante, caricaturista, intelectual combativo, cazador, pescador y, antes que todo eso, un hombre bueno.

La segunda parte del recorrido muestra su relación con la naturaleza y el medio rural. Delibes fue, mucho antes de que existiera la palabra «ecologista», un amante de la tierra, un defensor del equilibrio entre el hombre y su entorno. En su obra los campos, los ríos y los pueblos no son paisajes, sino personajes. Nos enseñó a entendernos mejor y con ello a amar lo que fuimos y lo que somos.

El último ámbito está dedicado al escritor y sus criaturas: sus libros, los manuscritos tachonados de correcciones, los premios, las fotografías, los objetos que acompañaron su carrera. Allí está el eco de su defensa de la libertad de pensamiento y de expresión, que nunca adornó con discursos ni con gestos heroicos. Sin hacer ruido se convirtió en una referencia literaria magistral.

Para la familia, la apertura de la casa es un hito. «Durante quince largos años, la casa de Miguel Delibes ha permanecido como él la había dejado. Desmantelar sus habitaciones ha sido como arrancar la costilla de una herida que vuelve a sangrar», confiesa su hijo. La entrega de un legado de más de 10.000 objetos, documentos y recuerdos es también un acto de gratitud hacia los lectores, hacia una ciudad que le dio raíces y hacia una lengua que él contribuyó a ennoblecer.

Tiempo y espacio

Miguel Delibes supo mirar al ser humano sin aspavientos, con ternura y sentido crítico. En Los santos inocentes denunció la injusticia sin caer en el panfleto; en Cinco horas con Mario retrató la España contradictoria del franquismo; en El hereje reivindicó la conciencia frente al dogma.

La casa museo quiere conservar esa herencia moral. Sus tres salas, hogar, naturaleza y obra, son una metáfora de su vida: el hombre, el campo y la palabra. El visitante puede seguir el rastro de un escritor que prefería la bicicleta al coche, el paseo al discurso, el silencio a la retórica. Todo lo que fue Miguel Delibes, la mirada limpia, la prosa castellana, el humor seco, la ternura disimulada bajo la ironía, permanece ahora condensado en esas estancias.

Con la casa museo Delibes, Valladolid completa un mapa afectivo que incluye calles, parques y colegios. Delibes, que escribió que «un pueblo sin literatura es un pueblo mudo», vuelve a tener voz en su ciudad. Su palabra vuelve a sonar en los pasillos del viejo palacio del Licenciado Butrón, entre el rumor de las visitas y el silencio de los lectores. Ahí, entre muebles familiares y libros gastados, el escritor castellano espera a quien vaya a escucharlo.

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