Quedarse calvo

La mayor preocupación física de los hombres sanos de Occidente es quedarse calvo. Es un tema de conversación recurrente y motivo de complejos

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Un día entre semana de una tarde cualquiera. Un barrio periférico y la actividad menos original de cualquier adulto: salir a correr. Una canción salta en Spotify. La versión gratuita inflige anuncios y sugiere canciones. El grupo es más conocido que la canción. Dos versos sobresalen por encima del resto de la letra: «Es que creo que me estoy quedando calvo / Solo me miro al espejo y falta algo». Sigue la canción y la carrera, pero los versos permanecen.

Quedarse calvo. La mayor preocupación física de los hombres sanos de Occidente. Tema de conversación recurrente, motivo de complejos y comparaciones. La franja no está clara, pero irá desde los veinte a los setenta años más o menos.

Día siguiente. Misa por la mañana. Jonás va a Nínive arrastrando los pies y repite el oráculo del Señor: «¡Dentro de cuarenta días, Nínive será destruida!». Los ninivitas se convierten, hacen penitencia y Dios se apiada de ellos. Jonás, el antiprofeta, se agarra una rabieta. Primero no quería viajar, luego se lo ha tragado un pez. Por fin ha anunciado la destrucción de la ciudad y ahora resulta que no va a pasar nada. Jonás Llora desconsolado a las puertas de la ciudad y Dios hace crecer una planta de ricino sobre su cabeza. Éste se alegra por la planta que le cobija. Se le pasa el disgusto.

Sin embargo, al día siguiente, Dios manda un gusano y la planta de ricino se seca. Jonás vuelve a disgustarse y desea morirse. Dios intenta que entre en razón: «Tú te compadeces del ricino, que ni cuidaste ni ayudaste a crecer, que en una noche surgió y en otra desapareció, ¿y no me he de compadecer yo de Nínive, la gran ciudad, donde hay más de ciento veinte mil personas?».

Vale, ¿y qué tiene que ver el ricino de Jonás con quedarse calvo? Pues que el pelo es el ricino de muchos hombres jóvenes. De repente, Dios dice: «Tú te compadeces de tu pelo, que no ayudaste a crecer, que ha salido sin que tú hagas nada. En cambio, no te preocupas por…». Que cada uno termine la frase. El pelo puede ser nuestro ricino. Habrá que descubrir las Nínives de las que huimos.

¿Y el Nuevo Testamento? ¿Menciona la cuestión capilar? Por supuesto. Jesús habla sobre la necesidad de desprenderse: «¿No se venden un par de gorriones por un céntimo? Y, sin embargo, ni uno solo cae al suelo sin que lo disponga vuestro Padre. Pues vosotros hasta los cabellos de la cabeza tenéis contados. Por eso, no tengáis miedo: valéis más vosotros que muchos gorriones». Jesús tira mucho de ironía. Puede que, al dar su discurso, viese de lejos a un hombre joven preocupado por la lenta extinción de su melena. Estaba hablando de pájaros, pero introdujo una cuña sobre alopecia al tiempo que esbozaba una sonrisa suave. Solo el medio calvo se dio cuenta. «Lo dice por mí». Lo mejor es que el Evangelio se renueva con cada lectura. Ahora cualquier hombre joven puede volver sobre ese pasaje, intuir la sonrisa de Jesús y repetir: «lo dice por mí». Y será cierto.

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