Campo de batalla

Nos dicen que votamos cada cuatro años para elegir a nuestros representantes, pero en realidad escogemos a los delegados del globalismo que se encargan de ejecutar la decisiones que otros toman sobre nuestras vidas. Para que España cumpla con los designios diseñados en despachos bruselenses o neyorquinos se requiere, en primer lugar, la destrucción de la identidad nacional que, en nuestro caso, tiene mucho que ver con el campo.

El desmantelamiento del sector agrario, en cambio, no sólo cumple una función de desarraigo, también tiene como consecuencia una pérdida cultural y de soberanía alimentaria. Aquello que la Comunidad Económica Europea prometió proteger, la Unión Europea, en su perversión, ha vendido a intereses extranjeros.

El pasado fin de semana más de 2.000 personas recordaron a David Lafoz, símbolo de resistencia frente a la ofensiva del Gobierno, mamporrero de la Agenda 2030, contra la agricultura y la ganadería españolas. El joven se suicidó al no poder soportar la asfixia burocrática y fiscal sumada al resto de problemas que enfrenta el campo, como la falta de relevo generacional o la competencia desleal de las importaciones procedentes de países con normativas menos exigentes.

Los españoles tenemos numerosos y graves frentes abiertos. Salvar nuestro sector primario es urgente y necesario. Es tanto como salvarnos a nosotros mismos.

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