Por las carreteras secundarias de Castilla y León, entre campos dorados y pueblos dormidos, a veces pasan jóvenes de vuelta, con proyectos bajo el brazo, dispuestos a devolver la vida a aldeas donde hace décadas sólo quedaban las piedras y la memoria. Lo que hasta hace poco tiempo era impensable, que una persona joven se interesara por comprar una vivienda en el ámbito rural, ni siquiera un pueblo o una aldea, ahora es una realidad creciente.
El movimiento, discreto todavía, está empezando a redibujar el mapa de la llamada España vaciada (vaciada a propósito). La demanda se concentra sobre todo en Ávila, Burgos, León y Soria, y, en menor medida, en Segovia y Zamora. En estas provincias de Castilla y León abundan los núcleos despoblados, donde el tiempo se detuvo cuando la fiscalidad, la PAC y, también, las preferencias propiciaron que el campo dejase de ofrecer futuro. Hoy, sin embargo, esas aldeas despiertan un nuevo interés: hay pueblos enteros en venta por 50.000 euros, menos de lo que cuesta un garaje en una gran ciudad, por una fracción de un apartamento en Madrid o Barcelona.
Causas de una tendencia en alza
El teletrabajo ha roto, aunque poco aún, la barrera entre el campo y la ciudad, la crisis del acceso a la vivienda en entornos urbanos se agrava año tras año, y crece entre los jóvenes el deseo de un modo de vida autónomo, emprendedor y más libre. En el medio rural, el coste de vida es menor y la naturaleza vuelve a ser un lujo asequible.
La mayoría de los compradores son jóvenes españoles, muchos en pareja, o grupos de cuatro o cinco amigos que forman cooperativas, con el mismo objetivo: huir de la ciudad y poner en marcha un negocio ligado al campo. Muchos quieren dedicarse a la agricultura, a la madera o a rehabilitar casas abandonadas para alquilarlas. Ese impulso emprendedor está transformando antiguas ruinas en proyectos con futuro. Algunos ayuntamientos y diputaciones de las provincias más afectadas por la despoblación ofrecen facilidades a los compradores, desde rebajas fiscales hasta ayudas a la rehabilitación.
Proceso de compraventa
Aunque los jóvenes constituyen el perfil emergente, no son los únicos interesados. Empresarios, familias con alto poder adquisitivo e incluso inversores extranjeros también están comprando aldeas y pueblos enteros, a veces como retiro, otras como destino turístico o refugio para el futuro.
Los vendedores suelen ser personas mayores que ya disfrutaron de la propiedad y prefieren desprenderse de ella o herederos que no pueden asumir los costes de mantenimiento. Muchas propiedades que llevaban años abandonadas salen ahora al mercado porque sus dueños no pueden hacerse cargo de los impuestos o de las reformas.
El proceso de compraventa dura una media de siete meses, aunque puede superar el año si el conjunto requiere trámites urbanísticos o varios propietarios deben ponerse de acuerdo. Pese a ello, la tendencia es firme: cada vez más jóvenes llaman a las agencias especializadas preguntando por una casa en el ámbito rural o, directamente, por un pueblo, no por un piso.
Cambio de paradigma
El fenómeno no solo habla de una nueva forma de invertir, sino también de un cambio cultural profundo. La generación que creció escuchando hablar del éxodo rural empieza ahora a protagonizar el camino inverso. Muchos de esos nuevos pobladores no buscan volver a un pasado idealizado, sino construir un futuro distinto, en el que la tecnología y la naturaleza convivan.
España, con más de 3.000 núcleos poblacionales abandonados, es una suerte de laboratorio de repoblación. Los pueblos fantasma son oportunidades para quienes quieren empezar de cero sin renunciar a su identidad. El movimiento todavía es minoritario, pero cada casa que se restaura, cada negocio que se abre, cada niño que vuelve a oírse en un patio vacío suponen victorias simbólica frente a décadas de abandono.
En los pueblos que despiertan, el silencio de la despoblación empieza a romperse con el sonido de martillos, risas y proyectos nuevos. Una España que parecía perdida puede volver, poco a poco, a ser habitada.