Desde las faldas del majestuoso Pico de Orizaba, la montaña más alta de México, nace una experiencia única que fusiona espiritualidad, naturaleza, arte y solidaridad: el Camino de Guadalupe. Algo más que una ruta, es una invitación a reencontrarse con la fe, con los demás, y, sobre todo, con Dios. No son pocas las herramientas que este itinerario propone al peregrino.
Inspirado en el Camino de Santiago, este trayecto lleva al peregrino «de la mano de María» a un camino de belleza y contemplación. Recorre senderos naturales que conectan 14 estaciones o Plazas de Guadalupe, distribuidas a lo largo de unos 75 kilómetros en las faldas del Pico de Orizaba.
Cada estación rinde homenaje a la Virgen de Guadalupe mediante esculturas monumentales de artistas locales, que llegan a superar los tres metros de altura y más de tonelada y medio de peso. Además, el entorno ofrece una vivencia directa con la naturaleza: montañas, ríos, flores, y la hospitalidad de los campesinos locales, con quienes el caminante comparte pausas, miradas y palabras cargadas de sencillez.
Al ritmo de la creación
Como en el Camino de Santiago, para recorrer esta ruta mariana no hace falta ser un experto montañista; hay rutas para todos los niveles. Puedes optar por recorridos breves de 5 kilómetros o desafiarte con tramos de hasta 50 kilómetros. Muchos peregrinos, precisamente, eligen dividirlo en etapas según su condición física y preferencias: a pie, en bicicleta de montaña o incluso en coche. Todos comparten que la experiencia es muy personal: desde senderistas que buscan adrenalina en uno de los parajes más privilegiados de México hasta quienes desean silencio y reflexión. Todo en la creación habla del Creador.
No es sólo cuestión de andar
Por este reclamo del Creador, que se hace evidente a las faldas del Orizaba, el Camino de Guadalupe nunca fue solo un sendero: es una misión. Este itinerario es un proyecto de evangelización impulsado por la Misión MasAlto y los Legionarios de Cristo, que desde 2018 han tejido redes de transformación comunitaria en las zonas marginadas del volcán. No es sólo cuestión de andar.
Gracias a este proyecto, cientos de familias han sido beneficiadas con viviendas, acceso a agua potable, huertos, viveros, invernaderos y talleres de oficios. También se han implementado brigadas de reforestación, en colaboración con numerosas organizaciones, para cuidar el entorno natural y generar alternativas productivas para las comunidades.
Trayectoria y consolidación
El Camino comenzó en 2018 con una sencilla imagen colocada por el padre Evaristo Sada en la comunidad de El Minero. Esa señal inicial llamó la atención de los fieles y las comunidades, y poco a poco se consolidó una red de plazas marianas que hoy suma 14 estaciones y 75 kilómetros, con proyección de llegar a más de 100 kms para el año 2031 —con motivo de los 500 años de las apariciones de la Virgen de Guadalupe.
La inauguración oficial del Camino fue en mayo de 2023 en las faldas del Pico de Orizaba. Ese día se celebró una peregrinación que reunió a miles y miles de peregrinos, marcando el inicio de una nueva etapa de oración y belleza entre las comunidades más sencillas de la región del Orizaba.
Espiritualidad plasmada en el arte
Cada plaza es un punto de encuentro con lo sagrado, una meditación expresa en piedra y paisaje. El Camino encarna la propuesta teológica del camino de la belleza del papa Benedicto XVI: una forma privilegiada de acercarse a Dios a través de lo hermoso.
El símbolo del Nahui Ollin —ese motivo central con forma de flor en la tilma de la Virgen— recuerda a lo largo de todo el camino, asimismo, cómo la fe se encarna en símbolos profundamente mexicanos, capaces de unir el cielo con la tierra, la tradición indígena con la católica y la flor más sencilla de México en la ofrenda más hermosa para la Guadalupana.