La islamización de la política europea: la conquista silenciosa que Bruselas se niega a afrontar

El creciente peso político musulmán desafía los valores fundacionales del continente

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Europa vive una transformación política y social que sus élites se niegan a reconocer, ya sea por miedo, cobardía o complicidad. Mientras los movimientos patrióticos y conservadores de derechas son sistemáticamente demonizados como «una amenaza para la democracia», se deja la puerta abierta —prácticamente sin resistencia— a una progresiva islamización de nuestras instituciones, barrios, escuelas y parlamentos.

El caso del Reino Unido es paradigmático: en las recientes elecciones parlamentarias se eligieron 25 diputados musulmanes, un récord, muchos de ellos con perfil islamista o alineados abiertamente con causas pro palestinas, incluso cuando entran en conflicto directo con los intereses y alianzas estratégicas de sus propios países.

No se trata sólo de un aumento de representación fruto de cambios demográficos. Lo que está en juego no es simplemente un cambio de rostros, sino una profunda alteración de valores. Un porcentaje creciente de estos nuevos representantes musulmanes impulsa posiciones políticas que chocan frontalmente con los pilares de las democracias liberales europeas: respeto a la igualdad de género, libertad religiosa y rechazo de todo supremacismo ideológico.

Islamismo silencioso

Tampoco es un fenómeno exclusivo del Reino Unido. En Francia, los servicios de inteligencia han alertado sobre lo que denominan «islamismo silencioso» (estrategia de infiltración social promovida por los Hermanos Musulmanes para implantar progresivamente la sharía, controlando espacios comunitarios, asociaciones, escuelas e incluso partidos políticos). Según un informe clasificado remitido al Ministerio del Interior, estos grupos avanzan prácticamente sin oposición. Al mismo tiempo, el presidente Emmanuel Macron llama a «evitar caer en la paranoia» y resta importancia al problema.

En Alemania, la situación resulta igualmente alarmante. Barrios enteros de ciudades como Berlín, Duisburgo o Hamburgo funcionan de facto como enclaves islámicos, donde códigos de conducta religiosos han sustituido en la práctica a la ley alemana. El caso del profesor homosexual Oziel Inácio-Stech en Berlín es especialmente revelador: acosado, insultado y amenazado por niños de primaria debido a su orientación sexual, fue retirado de las aulas y sufre estrés postraumático. Frases como «aquí manda el islam» o «eres una vergüenza para el islam, arderás en el infierno», pronunciadas por menores, muestran el grado de adoctrinamiento ya presente en muchas familias musulmanas en Europa.

Valores europeos

Durante décadas, liberales y progresistas creyeron que los inmigrantes —sin importar su origen— acabarían adoptando los «valores europeos» que tanto proclamaban. Nada más lejos de la realidad. Lo que estamos viendo es una radicalización creciente, impulsada por la magnitud de la inmigración y por una cosmovisión occidental posmoderna, desarraigada, artificial e incapaz de defenderse.

Lo más inquietante es que instituciones educativas, judiciales y políticas miran hacia otro lado. La sharía puede operar como sistema jurídico paralelo en escuelas, hospitales y distritos enteros. Las agresiones contra profesores, mujeres, homosexuales, cristianos y judíos se relativizan en nombre de la «diversidad cultural». Quienes se atreven a denunciarlo son criminalizados como si fueran racistas o extremistas.

En elecciones locales británicas, candidatos islamistas independientes como Maheen Kamran, de 18 años, que propuso gimnasios segregados por sexo, han ganado en antiguos feudos laboristas. En ciudades como Leicester, Birmingham, Sheffield o Dewsbury, los votantes musulmanes han abandonado al Partido Laborista en favor de opciones de identidad islámica centradas en Palestina, la sharía y una feroz crítica a Occidente. Se está consolidando un bloque electoral religioso, comunitarista y excluyente que no busca sólo representación, sino hegemonía.

Islamo-izquierdismo

Quienes hablan de «islamo-izquierdismo» para describir la nueva ola de partidos progresistas no se equivocan. La raíz profunda de esta transformación es demográfica. En países como Francia, Alemania o Italia, el porcentaje de población musulmana crece cada año por la inmigración masiva y altas tasas de natalidad. En Alemania, más de un 12% del electorado en 2021 tenía origen extranjero. En Francia, en 2016 los musulmanes mayores de 18 años ya representaban un 6% de la población, cifra que hoy es sin duda más alta. En Italia, más de 1,5 millones de musulmanes han obtenido la nacionalidad. Están empezando a organizar su propio poder político, mientras la izquierda tradicional continúa utilizándolos como clientela electoral, sin darse cuenta de que ya no los controla.

Occidente afronta una encrucijada civilizatoria. La democracia, si no se asienta en valores compartidos y límites morales firmes, puede convertirse en un arma contra sí misma. La islamización de la política no es un proceso democrático más: es la penetración deliberada de una cosmovisión religiosa autoritaria en nuestras estructuras de decisión, con el objetivo declarado de sustituir la cultura europea cristiana por normas derivadas del Corán.

Mientras tanto, la Unión Europea, en lugar de responder con firmeza, se enreda en debates triviales sobre lenguaje inclusivo, cuotas de género o cambio climático. La clase política europea vive en una burbuja ideológica que la ciega ante lo evidente: si no defendemos activamente nuestra identidad cultural y religiosa, esta será desplazada. Es clave entender que quienes hoy nos gobiernan no sienten pertenencia ni respeto por la identidad histórica, cultural y religiosa de Europa. Podrán no creer en Dios, pero permiten concesiones impensables en nombre de Alá.

La islamización de la política no es una amenaza futura. Ya está aquí, y avanza cada día con el beneplácito de quienes juraron defender Europa.

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