El carlismo (I): ¿Un simple conflicto dinástico?

El movimiento político más antiguo de Europa que ha conseguido mantener una continuidad organizativa hasta nuestros días

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Puede decirse que el carlismo es el movimiento político más antiguo de Europa que ha conseguido mantener una continuidad organizativa hasta nuestros días. En menos de dos décadas celebrará el segundo centenario de su aparición en la historia de España, lo cual no es poco. La historia del carlismo arranca explícitamente con una proclama legitimista en 1833 que inició una cruenta guerra civil, la llamada Primera Guerra Carlista, que toma su nombre del Infante Carlos, hermano de Fernando VII y que, tras su muerte, reivindicó la corona española. La derrota del bando carlista, en 1840, provocó que muchos anunciaran la muerte de este movimiento. Pero, contra todo pronóstico, la que empezó a conocerse como la «dinastía legítima» encabezó dos guerras civiles más a lo largo del siglo XIX, sobreviviendo a una restauración de la dinastía liberal tras la Primera República.

La larga restauración de la «dinastía liberal», en 1876, que duraría hasta la proclamación de la Segunda República, supuso una prueba de fuego para la supervivencia del carlismo en un régimen hostil dominado por un turnismo conservador-progresista. Sin embargo, el movimiento tradicionalista supo adaptarse a la incipiente urbanización de una población antaño rural y a los movimientos obreristas en los que, sorprendentemente, supo liderar un sindicalismo militante e innovador. El carlismo renació con fuerza inusitada durante una Segunda República profundamente anticatólica. Ello llevó a que tuviera un papel crucial en el Alzamiento del 18 de julio de 1936 y que los carlistas consideraron como una Cruzada, al igual que las guerras decimonónicas.

El legitimismo español no representó exclusivamente una serie de acciones bélicas para conseguir por las armas lo que no se otorgaba por justicia y correspondía por ley. Bien es cierto que, sin una dinastía que se prolongó en línea prácticamente directa hasta 1936, sería difícil entender una pervivencia tan prolongada que aún sorprende a los historiadores. El carlismo durante todo ese tiempo contó siempre con un monarca que levantaba la bandera no sólo de la legitimidad, sino también de unos principios políticos y religiosos. Los reyes carlistas despertaron un fervor popular del que siempre careció la dinastía liberal. Además pudo contar entre sus filas con numerosos pensadores como Francisco Alvarado, Vicente Pou, Aparisi y Guijarro, Ortí y Lara, los Nocedal, Vázquez de Mella, Navarro Villoslada, Polo y Peylorón, Enrique Gil Robles o Víctor Pradera entre muchos.

En realidad, tras el conflicto dinástico se escondía una lucha sempiterna entre la Tradición y la Revolución. Un enfrentamiento que duró los siglos XIX y XX y que parece haber ganado casi definitivamente el liberalismo revolucionario. El mundo en el que vivimos, domina el paradigma o cosmovisión que impuso con el tiempo la Revolución francesa. En la Guerra de la Independencia las tropas de Napoleón fueron derrotadas, pero sus ideas quedaron asentadas en nuestro solar. El carlismo la cristalización de una parte del pueblo español que siguió luchando contra la implantación de esas ideas. Hoy nadie puede dudar del carácter sumamente popular del carlismo y ello fue debido a que recogió el sentir de una sociedad católica que se sintió profundamente arraigada.

El carlismo deber ser entendido en sus antecedentes. Esto es, en otros conflictos previos que participaron de un mismo espíritu de cruzada frente a la «herejía de la modernidad». Entre ellos cabe destacar la Guerra de la Convención (1793-95), la que fuera una guerra popular de España contra la Francia jacobina que acababa de ejecutar a su rey y ponía en peligro la religión. A modo de continuidad, el mismo espíritu se manifestó en la Guerra de la Independencia (1808-1814). Otra contienda, fue la mencionada Guerra realista (1820-23) contra la facción liberal y masónica del Ejército español. Tenemos también la Guerra de los Agraviados, en 1827, que supuso un levantamiento popular contra los ministros masones que rodeaban a Fernando VII.

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