Alfonso Aguiló (Madrid, 1959) es una de las voces más reconocidas en el ámbito educativo español. Ingeniero de formación, ha dedicado buena parte de su vida a la enseñanza, la gestión educativa y la reflexión sobre los grandes retos pedagógicos y sociales de nuestro tiempo. Es presidente de la Confederación Española de Centros de Enseñanza (CECE) desde 2015 y, además, autor de once libros, así como más de cuatrocientos artículos en revistas y publicaciones.
Con mucha serenidad, en esta entrevista concedida a La Iberia, Aguiló nos señala que la educación siempre ha sido un espacio de confrontación ideológica, que existe una narrativa hiperprotectora a los alumnos o a los hijos, que León XIV ha sido fruto del Espíritu Santo para traer unidad a la Iglesia y que, para sorpresa de muchos, la Iglesia en España «está mejor de lo que se dice y parece».
Los cristianos siguen siendo perseguidos, la libertad educativa está amenazada, la educación privada está en el visor del actual Gobierno socialista. Parece que todas sus causas no andan libres de enemigos.
La educación siempre ha sido un espacio de confrontación ideológica. Me gustaría que no lo fuera, o sea, que hubiera buenas políticas de educación pero que no se politizara la educación. Pero hay que hacerse a la idea de que siempre habrá en ella muchos intereses, y buena parte de ellos nada presentables. Y es el escenario que nos ha tocado vivir y gestionar, sin estar siempre lamentándonos de ello.
Hay quien piensa que la mayoría de los problemas de España podrían resolverse con y desde una buena educación. ¿La educación ha ido degradándose?
Mi padre pensaba que la educación iba cada vez peor, y mi abuelo decía lo mismo. Ése ha sido un juicio muy habitual a lo largo de toda la historia. Eso me lleva a pensar que no es una impresión muy objetiva, sino que responde más a la frustración que los adultos sentimos al comprobar lo difícil que es educar a la siguiente generación, cuando en realidad a la anterior generación también le costó mucho educarnos a nosotros.
Sin embargo, la defensa de la libertad educativa con los intentos estatales de imponer una moral de género o una visión determinada del ser humano parece ser totalmente incompatible. ¿Existe hoy una nueva censura disfrazada de sensibilidad inclusiva, que limita el debate honesto en el ámbito educativo?
Cada época y cada cultura han tenido su censura. Siempre ha habido y habrá cosas que no se pueden decir, cosas que cuando pasa el tiempo nos avergüenza haber aceptado sin protestar. Pero sucede precisamente que se persigue al que protesta, y no es fácil escapar de esa inquisición social que siempre resurge con diversos rostros. Es un fenómeno habitual en cualquier poder cultural hegemónico, que con facilidad tiende a imponer sus ideas de un modo revanchista o autoritario. Es muy interesante advertirlo para así vacunarnos de esas actitudes y procurar no caer nosotros en ellas.
¿Cómo se puede enseñar a discernir en una época que glorifica el sentimentalismo como criterio de verdad?
Ha habido lugares y tiempos en que se ha dado poco valor a la educación emocional, y también ha sucedido y sucede lo contrario. Desde luego, si tratamos a los alumnos o a los hijos como demasiado vulnerables y frágiles, terminan por percibirse así y ser así. Eso impide el fortalecimiento que se adquiere en el contraste con las dificultades y contingencias del mundo real, y esa narrativa hiperprotectora de la vulnerabilidad genera abundantes problemas psicológicos e invita a manifestar síntomas de sufrimiento sobre cuestiones ordinarias que se podrían superar con normalidad.
¿Hay alguna anécdota en su carrera como educador que haya cambiado su forma de ver la enseñanza o la adolescencia?
Ninguna anécdota concreta en particular me ha llevado a grandes cambios. Ha sido más bien un conjunto de percepciones y valoraciones que me han convencido poco a poco de que una sociedad que alcanzara grandes avances, que fuera protagonista de un gran desarrollo económico, científico, cultural o social, pero que fracasara en la educación de la siguiente generación, sería sin duda una sociedad fracasada, porque todos aquellos logros se perderían, y por eso una sociedad inteligente debe dedicar a la educación sus mejores energías, su mejor talento, sus mejores recursos y su mayor ilusión.
Ante el beligerante marco cultural que se encuentran hoy nuestros jóvenes, ¿qué ocurrirá antes: una regeneración ética de la política o una revolución silenciosa desde la educación?
A largo plazo confío más en la educación, pero la regeneración política es decisiva para el futuro de la educación. En todo caso, lo más decisivo es la actuación de la sociedad civil, de modo que sea capaz encarar la educación con un enfoque proactivo, de esperanza, de esfuerzo, de superación. Un relato que resulte realmente inspirador para todos y que permita atraer el mejor talento para la educación, y que haga que el compromiso por educar, tanto en la familia como en la escuela, tenga cada vez mejor consideración y reconocimiento social.
¿Cómo recibe las primeras palabras de León XIV a la cabeza de la Iglesia?
Me alegra ver que todo el mundo está encantado con León XIV y que todos lo consideran próximo a su propia visión personal. Creo que ha sido un gran esfuerzo del Espíritu Santo para traer unidad a la Iglesia.
¿Cómo ve a la Iglesia en España?
En cuanto a nuestro país, pienso que la Iglesia en España está mejor de lo que se dice y parece, y que tiene un peso grande en el mundo católico, y tengo que decir que espero mucho de lo que hagamos (todos, porque la Iglesia somos todos los católicos) para que sea cada vez mejor.
Muchos acusan a la Iglesia de estar «fuera de la realidad». ¿Cree que eso se debe más al discurso mediático, a fallos reales dentro de la institución o es mero desconocimiento de quienes defienden esta postura?
Creo que son descalificaciones un poco arrogantes. Situarse uno mismo en la realidad y decir que los demás no lo están, no me suena nada bien. Cada uno tenemos nuestra visión de las cosas, y quizá hemos de respetar un poco más la visión de los demás, y tener todos un poco más de deseo de aprender de la visión de los demás.
¿Cree que la Iglesia debe aspirar a recuperar influencia política o centrarse únicamente en dar testimonio de su mensaje?
La Iglesia tiene que poder opinar sobre las cuestiones sociales que tienen una dimensión ética, y eso no es hacer política sino participar, como un actor más, en la vida pública, como una voz que no se puede silenciar. Su mensaje que puede tener influencia política pero no es politizar a la Iglesia.
¿Qué libro recomienda siempre que puede?
Me gusta mucho leer a Ratzinger, Higinio Marín, Luigino Bruni…