Réquiem por los obituarios del Washington Post

Ni los redactores de necrológicas se salvan del declive de un periódico dedicado a servir a sus amos, no a su audiencia

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Ni los redactores de obituarios se salvan del éxodo de profesionales que sacude a The Washington Post. El jefe de la sección, Adam Bernstein, ha fichado por The New York Times, acogiéndose a las salidas incentivadas que han dejado prácticamente desmantelado el equipo: todos los redactores, salvo uno, han aceptado el plan de bajas voluntarias. El único que permanece no tiene la antigüedad necesaria para acogerse a la oferta.

La salida del veterano periodista, al frente de la sección desde 2008, supone un batacazo profesional para la redacción de Franklin Square. Considerado una figura de referencia en el género, su fichaje por el Times refuerza al periódico neoyorquino como el último gran bastión de los obituarios de calidad. Además se une a las bajas en Opinión de figuras como Dan Balz, David von Drehle o Dan Steinberg.

La salido de los miembros del equipo en el Post no sólo es simbólica, aunque también. La muerte de la sección de oibituarios —la broma se hace sola— puede acabar suponiendo el abandono de un género que durante décadas ha representado una marca de distinción en la cultura política de Washington. En lugar de redactores especializados que preparaban auténticas biografías con antelación y confidencialidad, ahora se plantea que sean los reporteros de sección quienes redacten piezas más insulsas que omitan detalles relevantes por no incomodar a fuentes vivas.

Durante años, los obituarios del Post funcionaron como un rito de paso para la casta política capitalina: subsecretarios, embajadores secundarios o lobistas cuyas muertes no eran cubiertas por otros grandes medios, pero que sí encontraban espacio en el periódico de referencia de la ciudad. Uno de los autores del reportaje recuerda cómo el obituario de su padre, diplomático, fue publicado en 2017 como señal de reconocimiento.

A pesar de la poca visibilidad digital de los obituarios, muchos lectores de siempre los leían antes que nada. Como ocurre con la cobertura de deportes escolares o figuras locales, estas páginas contribuían a anclar el periódico en el llamado VMD (Virginia, Maryland, DC). Cuando ves la necrológica de alguien en el periódico, eso confirma que esa persona importaba. En una ciudad como Washington, donde importar es esencial, el cambio es más que simbólico.

La reducción del equipo coincide con la crisis de identidad local del diario fundado en 1931, cada vez más volcado en temas globales y, sobre todo, en servir a sus amos, no a su audiencia, tras la compra por parte de Jeff Bezos. Esa reorientación ha ido acompañada de una caída drástica de la audiencia en los últimos cinco años: de promediar más de 20 millones de visitantes únicos a sólo dos y medio o tres millones diarios, según cifras internas. La consecuencia: pérdidas de hasta 100 millones de dólares y un descenso de más de 75.000 suscriptores digitales hasta marzo de 2025.

Pese al colapso, el Post aún conserva unos 900 obituarios preparados, listos para publicarse cuando corresponda. Pero una vez agotado ese archivo, se abre un escenario incierto. Un obituario no sólo conmemora vidas más o menos célebres en Washington, también cuenta cómo alguien llegó al poder o entró en el Gobierno. Los buenos consiguen que pensemos: «Ojalá lo hubiera conocido antes de que muriera».

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