Alejandro Macarrón (Avilés, 1960) es ingeniero y uno de los analistas más destacados actualmente en el ámbito de la demografía en España. Responsable de Estudios y Análisis Social de CEU-CEFAS, autor de Suicidio demográfico en Occidente y medio mundo y consultor de estrategia empresarial en numerosos sectores, lleva más de una década alertando sobre las consecuencias sociales, económicas y culturales de la caída de la natalidad y la desestructuración familiar.
En esta entrevista exclusiva con LA IBERIA, Macarrón habla con claridad de lo que muy pocos políticos se atreven: del suicidio demográfico y sus consecuencias reales, de la soledad creciente que asola a España, del colapso de la natalidad española, de los avances y límites de la inmigración, del aumento de divorcios, etc. Lejos de ofrecer una receta simplista, insiste en la necesidad de recuperar los valores tradicionales predominantes. Sin rodeos, afirma que los españoles siempre «hemos sabido lo que hacía falta para formar familias estables con varios hijos». Esta entrevista es una llamada a la reflexión –y a la acción– ante un fenómeno que amenaza el futuro mismo de nuestra sociedad.
El término «suicidio demográfico» implica una decisión voluntaria, una acción propia, particular y personal que se viene produciendo en España y «en medio mundo», haciendo alusión a su libro, y que puede hacer temblar todo lo que conocemos, desde la continuidad de nuestra nación hasta el mantenimiento de nuestra cultura o nuestro estado de bienestar. ¿Somos conscientes?
No lo suficiente, ni de lejos. Aunque va habiendo más preocupación que hace años por el asunto, la baja natalidad nunca ha sido mencionada de forma apreciable en las encuestas del CIS, u otras similares, en las que se pregunta a la gente sobre cuáles son los principales problemas de España. Tampoco es tema de primera importancia en los debates electorales entre los políticos más importantes.
Algunos defienden que la inmigración es una solución. La última reforma del Reglamento de Extranjería apunta en esa dirección. ¿Hasta qué punto considera que esa idea es un mito antes que una solución estructural?
Al 100%. La inmigración puede aportar, y aporta, mano de obra con cualificación baja y medio-baja, cosa que es valiosa, pero poca con cualificación alta y medio-alta, que es igualmente muy necesaria. Y no sirve ante el desierto afectivo y la soledad en el hogar que crean la baja natalidad y la desestructuración familiar, dos fenómenos mutuamente alimentados. Si no he tenido hijos, no puedo «importar» uno del extranjero cuando sea anciano para que me dé el cariño que da un hijo. Y si solo tuve uno no puedo «importar» hermanos para él (apenas hay ya adopciones internacionales).
La inmigración no detiene el envejecimiento social que produce la baja natalidad, solo ralentiza algo su ritmo, pero nada más. Y si es masiva, comporta claros riesgos. Por una parte, que venga demasiada, atraída por un Estado de bienestar generoso y con control laxo de fronteras oneroso, lastra al erario en prestaciones, más paro y erosión salarial en empleos menos cualificados, congestión en vivienda y sanidad… Es el caso de España. Además, hay un riesgo claro de deficiente integración sociocultural (más delincuencia, yihadismo, fracturas sociales), como se ve en Francia, Bélgica o Suecia, y también en algunos lugares de España. La inmigración masiva no puede ser una solución suficiente a la baja natalidad propia, y sus riesgos son evidentes.
La mayoría de inmigrantes que tienen hijos son musulmanes. Casi todos, de Marruecos. Tienen entre el doble y el triple de hijos por mujer que las españoles. ¿Cree que zonas como Ceuta y Melilla o Algeciras, con comunidades islámicas creciendo exponencialmente, serán en el futuro españolas?
En el plano humano-demográfico, Ceuta y Melilla son ya más marroquíes que españolas, y más entre sus jóvenes. Si Marruecos tomase la determinación de ir a por ambas plazas, el desenlace dependería de si España se mantiene firme en su derecho soberano sobre ambas, y de si en su población magrebí predomina el elemento sentimental o la racionalidad de preferir ser ciudadanos de una España en la que no sólo gozan de pleno derecho a practicar su religión musulmana, sino que pertenecen a un Estado miembro de la Unión Europea y mucho más próspero y con mejor sanidad y servicios públicos que el marroquí.
El suicidio demográfico afecta a todo. Sin niños no habrá colegios, y por ende, tampoco harán falta profesores ni pediatras ni universidades, etc. De manera reciente, usted ha llegado a afirmar que de aquí a 50 años desaparecerá la mitad de la población española. ¿Podría desarrollar esta idea?
Como cada año mueren más españoles autóctonos (los que son hijos y nietos de personas nacidas en España) de los que nacen, si siguiéramos con tan baja natalidad, los españoles «de toda la vida» serán 50% menos que ahora en unos 65-70 años. Por otra parte, con la gran cantidad de inmigrantes que hay, y el ritmo intensísimo al que llegan más cada año, si se mantienen las pautas de los últimos cinco años de crecimiento de la población foránea, más sus hijos nacidos aquí, y de desaparición de españoles autóctonos por más defunciones que alumbramientos (1,7 millones menos desde 2012), hacia 2044, en España habrá mayoría de población inmigrante, incluyendo la segunda generación, es decir personas nacidas fuera de España más los hijos suyos nacidos aquí).
Prácticamente la mitad de la gente ya no se casa en España y junto a ello, las tasas de divorcio se muestran alarmantes. ¿Qué efectos nos han traído estas graves realidades?
Pésimos. Como país, mucha menos natalidad y la necesidad de unos tres millones de viviendas más para albergar a la población actual que con las pautas familiares que había hasta hace 45 años en España. Desde 1981, de tres y medio a cuatro millones de niños y adolescentes han sufrido la separación de sus padres en diversos planos de primera importancia: en el plano económico, porque el divorcio empobrece; en el plano afectivo y educativo, por dejar de vivir con uno de sus progenitores, en general el padre; y en muchos casos, por acabar teniendo menos hermanos (muchas veces, ninguno) que si sus padres no se hubieran separado. En España se ha disparado el número de hogares unipersonales en las últimas décadas, como consecuencia sobre todo de la baja nupcialidad, la alta divorcialidad y la baja natalidad.
Entre todos los elementos y actores que han impulsado este suicidio demográfico a lo largo de estos últimos años en España, ¿cuáles cree que han sido los peores enemigos de la natalidad?
La irresponsabilidad, o algo peor, de las élites políticas, intelectuales, y de formación de la opinión pública en relación a la importancia de la familia casada de forma estable y con varios hijos. El modelo de hogar muy mayoritario hasta hace pocas décadas, y estadísticamente el mejor para tener y criar hijos, algo que promover y proteger. Pero se ha hecho lo contrario desde esas élites: el feminismo radical, el acomodamiento de una sociedad que antes era mucho más pobre y esforzada, el desplome de la nupcialidad y la alta divorcialidad, el retraso a la edad en la que se quiere tener el primer hijo (y subsiguientes, en su caso), en torno 100.000 abortos al año y un Estado que lo facilita cada vez más, la pérdida de religiosidad de mucha gente (las personas más religiosas tienen más hijos)…
En más de una ocasión ha defendido la idea de cambiar todo este paradigma a través de la cultura. ¿Cómo cree, de manera concreta, que la cultura puede revertir esta situación?
Cuando digo «la cultura» en relación con estos asuntos, no me refiero específicamente a las bellas artes y cosas así, que también influyen, sino a los valores sociales predominantes en relación con la natalidad (querer tener varios hijos, y antes de ser demasiado mayores) y al matrimonio (querer formar uno estable para toda la vida con varios hijos, y llevarlo a cabo). Eso era lo predominante en España desde siempre hasta la Transición, para más del 90% de la población. Ahora es algo muy minoritario. A ese cambio de valores culturales, desde luego, se puede y debe contribuir desde los focos de «cultura» típicos: la escuela, la literatura, el cine, los medios de comunicación, etc. Pero además de ese tipo de focos o instrumentos, los políticos y las personas más influyentes en la sociedad, y la escuela con los niños, deben fomentar un gran cambio cultural pronatalidad y profamilia, o estaremos perdidos.
¿El suicidio demográfico que sufrimos es inevitable? Si no lo es, ¿qué políticas públicas considera urgentes y viables para fomentar una recuperación de la natalidad?
Aún es evitable, y es alucinante que revertir la actual situación de baja natalidad no sea una prioridad nacional. Por simplificar, toda la vida de Dios hemos sabido lo que hacía falta para formar familias estables con varios hijos. Sólo se tendría que recuperar al menos una parte apreciable de los valores tradicionales que nos llevaban a eso. Cada vez más gente está comprendiendo que ciertos valores y estilos de vida conducen a una vida privada y familiar —y, en consecuencia, a una sociedad— mucho más plena que la que predomina hoy: cada vez menos niños, más gente sin hermanos o con uno a lo sumo, más gente viviendo sola, parejas que no se casan o directamente no conviven, altísimas tasas de ruptura de matrimonios, gente que se casa mucho más mayor que hace 50 años, un porcentaje altísimo de los embarazos inesperados que acaban en aborto provocado, un porcentaje altísimo de los pocos niños que nacen son hijos de madres no casadas…
Sin entender eso, y sin los cambios que favorezcan esa recuperación de valores profamilia y pronatalidad en determinadas leyes y en la estructura fiscal; sin menos gasto público en general y muchos menos impuestos a las familias con varios hijos, el declive de los españoles será cada vez peor. Si hay un convencimiento social suficiente en favor de recuperar la natalidad y la estabilidad familiar, y la gente vuelve a tener varios hijos segura de que es lo mejor para su propia vida, no tengo la menor duda de que desde la política se favorecerá fiscal y legislativamente a las familias estables con hijos. Si no lo hay, se pueden dar todos los cheques-bebé o permiso de maternidad que se quieran, que no nacerán más niños.
Entre tanto dato alarmante, ¿hay algún autor o libro que le haya ayudado a comprender con más profundidad esta crisis civilizatoria?
Jordan Peterson, Nicholas Eberhardt, Julian Simon, Jonathan Last, Benjamín Franklin, que predijo hace 270 años que la natalidad caería en Norteamérica al prosperar la sociedad, Gonzalo Fernández de la Mora y Varela, Francisco José Contreras, Jaime Mayor Oreja, Joaquín Leguina, Juan Velarde, mi padre, etc. Y muchos comentarios de amigos y de personas anónimas ante mis conferencias, artículos, publicaciones. Y en especial algunos muy críticos, que son los que más me impelieron a afinar en las investigaciones y conclusiones. El aplauso agrada y motiva, pero te puede embriagar. En cambio, la crítica puede ser molesta, pero te obliga a buscar aún con más fuerza la verdad. De libros, What to expect when no one’s expecting.