Monumental muestra de cine bélico de cuatro horas de duración para recrear la batalla que inclinó el conflicto civil norteamericano del lado yanqui. Gettysburg (1993) es una impresionante película netamente militar centrada en la estrategia antes y durante del enfrentamiento que libraron más de 150.000 hombres. La épica se debe, en gran parte, a la espectacular fotografía. El equipo de rodaje logra recoger con precisión los colores de los distintos uniformes azules y grises de los contendientes, los extensos campos de cultivo en los alrededores de la ciudad de Gettysburg (Pensilvania) o las diferentes tonalidades de luz a lo largo de las más de 72 horas que duró la batalla más sangrienta de esta contienda.
La extensa duración del metraje no debe asustar. El director-guinista reserva destacados momentos emocionantes donde los personajes dialogan entre sí o escuchamos sus pensamientos sobre las causas que les mueven a tomar las armas en uno u otro bando. El fin parece evidente: invitar a la reflexión del espectador sobre uno de los acontecimientos más divisivos de la historia de los Estados Unidos. Por un lado, los sureños luchan por su libertad, sus derechos y sus tradiciones frente a la opresión del poder centralizador de los federales (la frase «Why can’t you just live the way you want to live, and let us live the way we do? Live and let live» de un prisionero sudista a un oficial unionista lo condensa bien). Por otro lado, los leales a Washington pelean por la conservación de la Unión y el fin de la esclavitud en todos los EEUU («America should be free ground, all of it, not divided by a line between slave states and free / all the way from here to the Pacific Ocean», dice el coronel Chamberlain).
Quizá uno de los elementos más llamativos de la película son las continuas muestras de deferencia hacia ambos bandos: no pone a ninguno como bueno o malo. Todos son héroes de guerra. Probablemente no pocos critiquen que esta ecuanimidad es, en realidad, un ejemplo de falseamiento de la historia. Sin embargo, hay algo verdaderamente cierto que se proyecta en varias escenas: lo difícil que les era combatir contra sus propios compatriotas. Generales que compartieron trinchera en conflictos anteriores o excompañeros de pupitre de West Point ahora enfrentados como si el otro fuera una fuerza extranjera. Hay no pocas tomas donde se aplaude la valentía del ejército sureño o la asombrosa capacidad de resistencia de los soldados del Norte frente a las oleadas de la infantería enemiga.
Sirva de ejemplo también cómo en distintos instantes, en el momento álgido de la apoteósica banda sonora, se da unos segundos de protagonismo a la bandera confederada o a la Star-Spangled Banner. O cuando de fondo suena Dixie. También el intercambio de palabras entre un militar británico, observador en la contendienda, y un oficial sudista. Este le enumera los antepasados de algunos de sus soldados: padres de la nación estadounidense. Un guiño claro: los denominados «rebeldes» descendían de los rebeldes de las 13 colonias en la Guerra de Independencia. Algunas escenas recuerdan a otras películas de antaño como Murieron con las botas puestas (1941), donde se trataba con esta elegancia el vigor y nobleza de unos y otros (su escena de West Point es antológica). De hecho, John Ford, oriundo de Nueva Inglaterra, siempre admiró el espíritu y caballerosidad de los hombres del sur. Lo reflejó en películas como Misión de audaces (1959).
La presencia de Dios también es muy relevante, especialmente en los sudistas. El general Lee, por ejemplo, aparece en varios momentos rezando y pidiendo «que se haga la voluntad del Señor», algo que ejemplifica la fuerte identidad religiosa de los norteamericanos. El respeto hacia los perdedores es tan grande que en los créditos finales se señala que Lee es, quizás, el militar más querido por los estadounidenses.
La historia refleja la terrible verdad que encierran las guerras civiles: una lucha a muerte entre hermanos que comparten una misma historia, unas mismas tradiciones y una misma tierra. El visionado de esta película me ha generado cierta envidia: en España hay pocos ejemplos donde se expliquen a través de un buen guion aspectos concretos o generales de nuestra última guerra civil sin recurrir a la caricatura o la propaganda. Es nuestra asignatura pendiente, aunque bien es cierto que las circunstancias de ambos episodios históricos distan sobremanera.
Gettysburg es una aproximación realista, sin olvidar que recurre a elementos de ficción, a la batalla clave de la Guerra de Secesión. Verla animará al espectador a adentrarse más a fondo en un fenómeno histórico que ayuda a comprender mejor distintos aspectos de la sociedad estadounidense desde entonces hasta hoy.