Como es habitual, cada semana nos encontramos con pseudonoticias destinadas únicamente a tapar las vergüenzas del gobierno. Cortadas por el mismo patrón, se caracterizan por ser burdas manipulaciones que sacan de contexto algo que no sería noticia, con el fin de señalar a una parte de la sociedad y, como buenos matones de barrio, machacarlos, insultarlos, amenazarlos y tratar de condenarlos. Por suerte dan la visibilidad que no se alcanza a través de los canales habituales y permiten evidenciar el desastre en el que se han convertido los medios de comunicación, donde becarios a cuenta de políticos nini meten la gamba en cada renglón. Cada lunes se reinicia la máquina y como por arte de magia se olvida lo anterior. Hace una semana fueron los colegios mayores y ahora el premio ha sido para Infovlogger y Los Meconios.

Son la inquisición progre, la versión 2.0 de aquellos luteranos que sacaban el mechero a la mínima. Una mala caricatura de la descripción de los Monty Python. Ahora, igual que en Salem, los tribunales señalan a todo el que disiente del discurso oficial, al que con sus palabras puede llegar a ofender a la generación de cristal y tachan de facha a Lucía Echeverría, a Bunbury, a Miguel Bosé, a Sherpa y a todo aquél que ose decir que los números no son inclusivos o que un hombre no puede ser madre. Lo preocupante es que les sale bien, porque el miedo a opinar es palpable y han logrado que la gente sólo se sienta libre de expresarse con sus más allegados. Consiguen el silencio, que la gente se esconda, que vivan con el temor constante a que un día les pillen en un descuido o a que alguien con maldad tergiverse sus palabras y acabe sucumbiendo a la soledad, al destierro y al anonimato. Para ellos libertad es Otegui, como dice Isaac Parejo, y es ETA, el Che, la religión musulmana, Pfizer y Bill Gates. Todo lo demás es delito de odio y extrema derecha.

Es lo que produce la analfabetización sistemática de la sociedad. Gracias al bipartidismo socialdemócrata y a los Kang y Kodos que han mandado desde hace casi 50 años, nos encontramos en un escenario distópico trufado de políticos de Twitter sin escrúpulos, cuya única función es robar hasta el último céntimo de los bolsillos de los ciudadanos. Tronistas del Congreso arrodillados ante los dioses del avión privado. Oligarcas que han creado esta realidad orwelliana que pisotea nuestros derechos y nos asfixia con impuestos, donde llegar a fin de mes es cada vez más difícil y donde cumplir el sueño de nuestros padres y abuelos de formar una familia y no pagar eternamente un alquiler por algo que nunca será nuestro es inalcanzable.

Ahora este gobierno con rigor mortis desde su formación empieza a oler a descomposición y llora por las esquinas del palacio de La Moncloa por lo que unos youtubers cantan. Se rasgan las vestiduras mientras viajan en Falcon porque unos chavales dicen que sus políticas nos van a llevar al 36, como ya hizo el Partido Socialista en su momento. Montan un teatro donde las víctimas son los mismos que se acuestan con escolta. Una comedia para convencer al ignorante medio de que el fascismo está preparando un golpe de estado y nos lleva a las puertas de una guerra civil en la que el jefe del Estado es un pelele que luce el pin de la Agenda 2030 en la solapa, una España sin servicio militar, con armamento obsoleto o con tres millones de funcionarios preparados para su última subida de sueldo. La realidad es que, por mucho que unos cuantos artistas suban a un escenario y le pongan muchas ganas, ni se está cocinando ni se espera ninguna revuelta con tanques y bombardeos.

Lo que de verdad les quita el sueño es ver cómo políticos preparados como José María Figaredo les dan un repaso sin despeinarse. Derraman lágrimas cuando ven que se les acaba el tiempo en el trono y que, por muchos millones que regalen unos y otros a Pedro J para gastarse en Exuperancia, no hay dinero que convierta las mentiras en verdades.