Ahora mismo existen en el mundo dos clases de personas muy fáciles de identificar: los vacunados y los vacunos. A los vacunados se les detecta por el código QR que deben presentar si quieren viajar o entrar en algunos establecimientos. A los vacunos, que también están vacunados, se les reconoce nada más abrir la boca. No hace falta que enseñen ninguna documentación, es suficiente intercambiar unas palabras con ellos para descubrir que los han convertido en ganado.

Hay vacunados que conservan la libertad, yo conozco a muchos de ellos. Pero lo de los vacunos es harina de otro costal. A ellos les han frito tanto el cerebro que ya sólo les queda el ímpetu necesario para repetir como loritos la opinión publicada.

La teoría oficial ha asegurado hasta el momento que era importante vacunarse porque con la vacuna era más difícil el contagio del virus y, en caso de darse, los síntomas serían más leves. Y se han vacunado.

Después, los medios de terrorismo informativo se han lanzado a una cruzada contra los no vacunados. Y se han sumado.

Y claro, el terrorismo informativo tiene consecuencias. Uno ve a los vacunos y tienen el mismo miedo que el primer día. Viven aterrados por si se cruzan con un no vacunado. ¡Ríete tú de la lepra! Ésa es su confianza en lo que les han inoculado. Solo les hace efecto si el vecino también está vacunado. Curioso modo de discurrir el de estos vacunos.

Si yo fuera el inventor de este mejunje, estaría pero que muy cabreado. Mis clientes creen tan poco en mi producto que en vez de disfrutarlo y alegrarse por ello se dedican a señalar al que no lo quiere para obligarle a comprarlo.

Por eso no puedo dejar de preguntármelo: ¿por qué se vacunan los vacunos? Alguien tendría que decirles que su problema no es físico, sino psíquico.

Los vacunos quieren someter a los no vacunados a un apartheid brutal, despojarlos de toda vida social, encerrarlos en casa, negarles el saludo y, si es preciso, el alimento. Quieren que el día de Navidad coman solos, como comerán los vacunos cuando sean mayores y ya nadie los soporte. Su cerebro está tan dañado por el terrorismo informativo que culpan a los no vacunados de la poca eficacia de la vacuna.

Ahora resulta que la culpa de que tengan que ponerse tres dosis —y subiendo— no es de que la vacuna pierda el efecto más rápido que en un zumo de naranja la vitamina C, sino de los que han decidido no vacunarse, porque esta vacuna en concreto —no otras— les plantea muchísimas dudas. Por otro lado, más que razonables, como ya expliqué.

Harían bien lo vacunos en preguntarse a quién interesan estas disputas —y más en tiempos navideños— y dejarnos al resto de vacunados y no vacunados tranquilos. Si se quieren encerrar en una urna de cristal, que lo hagan, pero a los demás que no nos traten como si fuéramos ganado.

Hay mucho vacunado y mucho no vacunado harto de tanto vacuno. ¡Que se vayan al monte a pastar, que al resto no nos gusta que nos pongan cencerro!