La sociedad avanza decidida al encuentro del superhombre definitivo. Cada vez más cerca del hombre inmortal. Cada vez más lejos del hombre eterno. Lo primero es el castigo de vivir para siempre, pero sin encontrarse nunca con Dios. Lo segundo es el regalo que uno recibe después de la muerte.

Pero es precisamente la muerte lo que el superhombre actual está intentando eliminar. Aunque, ironías de la vida, conseguirlo sería para el hombre un castigo peor que la muerte más dolorosa.

Curiosa raza de superhombres la que necesita acabar con los débiles para demostrar su poderío. Es como si el hombre moderno quisiera eliminar todas las taras y a todos los tarados para olvidar que también él está herido de muerte.

Y, claro, intentar negar que en la vida se llora no nos hará sufrir menos. Al contrario, nos hará llorar más. Porque al final, la realidad, que puede ser muy plomiza, siempre pesa más.

A poco que uno observe cuando va por la calle descubre que apenas hay niños enfermos. A muchas familias les parece buena idea eliminarlos antes de que haya llegado su hora. Vistiendo de compasión lo que en verdad es una cruel ejecución a la altura de los sueños más húmedos de Adolfo.

Buena manera de negar la realidad, pensar que una vez muerto el perro, muerta la rabia. Como si se pudiera cortar de raíz con el sufrimiento. Como si un niño sano no tuviera que sufrir —o no nos hiciera sufrir.

Y, claro, luego vienen otras enfermedades que los padres no han detectado a tiempo —a tiempo para abortarlo, claro— y la tristeza lo invade todo. Y es que, si a uno le han hecho creer que existe la manera de vivir sin sufrimiento, cuando el dolor llama a la puerta, la primera reacción de querer dar un portazo es la que marcará ya toda la vida.

Por eso es importante asumir la realidad y abrazarla, para rehuir la tentación de construir un superhombre sin tara que, al final, resulta ser sólo un superhombre infeliz o un hombre superinfeliz, que para el caso es lo mismo.