«We’ll be a sanctuary» fue lo que dijo el demócrata Gavin Newsom, gobernador de California, acerca de la ampliación de los nuevos plazos abortivos —entre otras cuestiones de igual gravedad— que se extenderán próximamente hasta el mes de nacimiento de la criatura. Todo este oscuro asunto dependerá, hasta donde alcanza mi entendimiento, de las nuevas indicaciones —porque para algunos siempre es todo relativo— que debiliten o refuercen la histórica sentencia de Roe v. Wade.

No puedo asegurar con certeza a qué acepción semántica se refería Newsom cuando tildó a California de «sanctuary». En el idioma de nuestros amigos anglosajones, sanctuary puede significar tanto «asilo, refugio» como «santuario». Probablemente el gobernador estuviera pensando en lo primero. Por entonces proponía dar servicio, recoger, a todas aquellas mujeres que quieran abortar y no puedan hacerlo por razones puramente restrictivas del estado en el que viven. Además, sería una suerte de refugio porque todo el proyecto estará revestido de un financiamiento que cubra las necesidades de viaje, alojamiento y aborto.

Newsom, con la perspicacia del que quiera dar gato por liebre, tal vez logre vender con éxito todo su inocuo y desinteresado plan; tal vez pretenda dar a entender que en Planned Parenthood oran día y noche unas dulces carmelitas descalzas, y que no existe mayor cometido que el de ofrecer un simpático servicio de cercenamiento masivo. Porque todo lo que puede haber de divino en este asunto es de naturaleza rebelde y desangelada. Ante la grácil sutileza de este refugio que acoge con benevolencia, lo que esconde la retaguardia es, efectivamente, un santuario: un lugar sagrado de magia negra donde se amontonan día tras día el sacrificio humano de otros y que ahora quiere prolongarse hasta el periodo perinatal.

Lo que pedimos a Newsom no es que convierta un refugio en santuario, que el engaño es malo, sino que se adentre en un santuario que es refugio; que cambie el mármol impoluto por el mármol milenario, los guantes de látex por la mano anciana del monje, la bata por el hábito. Queremos que deje de ser un lacayo del poder, un político al servicio no se sabe bien de qué competente autoridad para serlo de la Verdad, del honor, de lo justo. De esta forma, tal vez, Newsom, que no es más que una traba en el hablar, y subrayando lo paradójico de esta situación, pueda ser bautizado y renacer de nuevo como new son, como el hijo pródigo y amado que está de regreso a casa.

Toni Gallemí
Barcelona, 1995. Periodista sin vocación. Estuve en Mediatech Soluciones Tecnológicas y FibracatTV. Actualmente curso un Máster en Humanidades en la Universidad Pompeu Fabra. Discípulo de Chesterton y Hadjadj. Busco editorial.