Cuando se debate sobre aborto, sí, aborto, no, jamás se escucha hablar del padre. Nunca he presenciado una discusión sobre el aborto en la que en algún momento se aluda al padre de la criatura a exterminar. Obviando, evidentemente, los casos en los que el padre ni está, ni se le espera, ¿por qué nadie menciona al hombre cuyo espermatozoide ha permitido la concepción de esa vida?

El padre no tiene al bebé dentro, dirán. Bien, ¿y? ¿Acaso es menos hijo por no poder gestarle por caprichos de la naturaleza? ¿Tiene menos derecho a decidir si quiere que su hijo pueda llegar a ver el mundo fuera del vientre de su madre? Resulta curioso porque los pro-abortistas contestarían un claro y rotundo «sí». «Nosotras parimos, nosotras decidimos», «es nuestro cuerpo», y demás eslóganes baratos. Pero, ojo, que en cuanto ese niño nazca el padre va a tener exactamente los mismos derechos y obligaciones que la madre.

Los primeros nueve meses de embarazo el hombre será sólo un poquito padre, padre a medio gas, padre sin derecho a decidir no abortar a ese niño, pero cuando el embarazo llegue a término, ¡no oses decir que padre y madre no son iguales! El padre también tiene que cuidar al niño, alimentarle, cambiarle, consolarle, educarle y, en definitiva, criarle, igual que la madre.

Insisto en que, claro, esto no afecta a los que depositan el espermatozoide y después se desentienden como si ese niño no fuera tan hijo suyo como de su madre. Esos no merecen ni ser mentados. Aun así, aunque esa madre se encuentre sola ante el inmenso reto de tener un hijo, eso no debería ser argumento para decidir no darle la oportunidad de vivir, de ser feliz, a ese bebé inocente que no tiene la culpa de ese padre miserable que Dios le ha dado. Sea quien sea.

El Ministerio de Igualdad de Irene Montero trabaja para ampliar la ley del aborto. Eliminar los días de reflexión obligatorios antes de la intervención, por ejemplo, es uno de los grandes «avances» que quieren introducir.

«Las mujeres somos mayorcitas si ya hemos decidido abortar no necesitamos tres días de reflexión», dicen. O sea que para votar necesitas una jornada de reflexión sagrada, para casarte necesitas un noviazgo para reflexionar si quieres pasar el resto de tu vida con esa persona, para comprar una lavadora tienes que reflexionar si es la mejor opción del mercado… pero para abortar ¡no necesitas reflexionar!

Ni que decir tiene de las menores, que con la reforma de Montero no necesitarán permiso paterno para abortar. Es que, por favor, qué retrógrados somos, ¿cómo una niña de 16 años que no puede comprar tabaco, beber o entrar en una discoteca va a necesitar permiso paterno para abortar? Qué tontería. Que aborte sin decírselo a sus padres y sin reflexionar, por supuesto.

Asombra la amoralidad de que haya gente que considere a una sociedad más avanzada cuanto más defienda el «derecho» al aborto. Es para reflexionar. Aunque Montero no quiera que lo hagamos.