El poder de la propaganda verde: un 35% de los europeos ya acepta comer carne falsa

La batalla cultural y mediática contra la carne real ha calado: millones de europeos asumen que el futuro será ingerir productos de laboratorio

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El último informe del EIT Food Consumer Observatory titulado Reimagining Protein: Consumer Perceptions of Cultivated Meat, confirma lo que muchos temían: uno de cada tres europeos estaría dispuesto a comer carne artificial. Es decir, carne fabricada a partir de células animales en laboratorio, sin cría ni sacrificio, bajo la promesa de «salvar el planeta». Lo que hace apenas una década habría parecido una distopía hoy se presenta como una conquista moral del progreso.

El documento no oculta sus intenciones. Desde la primera página repite que el consumo de carne «es insostenible debido a sus emisiones de gases de efecto invernadero y al uso intensivo de tierra, agua y pesticidas», lo que justificaría sustituir la ganadería por tecnologías que «produzcan alimentos con menos recursos». En ese marco, la llamada carne cultivada se describe como «real», «sostenible» y «libre de sufrimiento animal».

Sin embargo, el mismo estudio reconoce que los consumidores la perciben como artificial, carente de sabor y potencialmente peligrosa para la salud, lo que no impide que Bruselas y las grandes corporaciones alimentarias continúen promocionándola como la solución definitiva.

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Fracaso social

El informe de EIT Food detalla que sólo un 29% de los europeos afirma que la probaría con certeza, aunque los jóvenes y los más formados —los mismos sectores más expuestos a la propaganda climática y digital— son los más predispuestos. Se afirma que el reto no es tanto mejorar el producto como «educar al consumidor» y «eliminar los miedos culturales» asociados a la comida natural. En otras palabras: el problema no es la carne artificial, sino quienes todavía prefieren la de verdad. ¿La solución para eso? Más lavado de cerebro.

No contentos con el 35%, el estudio subraya que la industria debe «contrarrestar los mensajes negativos» que relacionan la carne cultivada con términos como «cáncer» o «falta de transparencia». Lo sorprendente no es que existan esas críticas, sino que se considere legítimo neutralizarlas mediante campañas de comunicación coordinadas.

Se llega incluso a proponer que los científicos —-considerados «los más confiables»— sean quienes expliquen al público las supuestas bondades del nuevo producto, porque «las autoridades carecen de competencia y los fabricantes no inspiran confianza». Es decir, una estrategia de manipulación emocional diseñada para sustituir el debate científico por marketing institucional. ¿Nos suena de algo esto? ¿Hemos olvidado el famoso «comité de expertos» durante la pandemia? La ciencia es manipulable, por mucho que a algunos les cueste reconocerlo.

Fracaso moral

El documento es, en sí mismo, una confesión del fracaso moral de esta cruzada. En varios pasajes reconoce que el «momentum de interés por la carne cultivada está decayendo» y que «la falta de progreso visible genera escepticismo». También admite que los consumidores desconfían de un alimento «demasiado procesado», «no natural» y con posibles efectos adversos sobre la salud a largo plazo. Uno de los testimonios recogidos en la investigación lo resume así: «La carne cultivada será algo artificial. No confío en que sea saludable», confesaba Kasia, una participante polaca. Otro, de Bélgica, añadía: «Cuando era niño se dijo que la sacarina era revolucionaria. Luego se descubrió que podía causar cáncer. No deberíamos repetir el mismo error». Esto para algunos es considerado un «freno» al progreso.

Y, pese a todo, la agenda sigue adelante. El informe insiste en que la «carne híbrida» (mezcla de proteínas vegetales y grasa cultivada) podría ser una «estrategia pragmática», aunque reconoce que los consumidores la ven como «la peor combinación de ambas opciones». Tampoco funciona la idea de presentar el producto como un lujo gastronómico: según el propio estudio, «posicionar la carne cultivada como Wagyu o foie gras artificial se percibe como innecesario, elitista y contrario a la idea de sostenibilidad».

Es decir, ni gusta al que come carne, ni convence al que no la come, ni resulta creíble para nadie. Pero la maquinaria política y mediática continúa. Los autores del estudio recomiendan seguir «educando» a los consumidores y aumentar la exposición mediática para «normalizar la tecnología». Reconocen, además, que la cobertura de prensa «ha disminuido» y que esto «da la impresión de que no se avanza», motivo por el cual piden más campañas institucionales y «una narrativa positiva sobre el futuro alimentario de Europa». ¿Pero no habíamos acordado que proteger la libertad del consumidor era lo más importante?

Reeducación

El resultado de todo este proyecto es una sociedad reeducada para desconfiar de lo natural y depender de lo artificial, un público que ya no elige por gusto o tradición, sino por corrección política. Europa, cuna de la mejor cocina y de una cultura agrícola milenaria, se encamina a un futuro donde la carne se imprimirá en 3D y el filete auténtico será un privilegio.

Lo más inquietante no es que existan laboratorios capaces de fabricar proteínas, sino que una parte de la población haya sido convencida de que eso es moralmente superior. Como toda propaganda exitosa, la del clima y la sostenibilidad ha conseguido transformar la culpa en virtud: comer carne es pecado, consumir biotecnología es redención.

El estudio de EIT Food quería ser una radiografía del cambio alimentario europeo. Sin proponérselo, se ha convertido en un espejo del adoctrinamiento de masas. Les invitamos a que busquen en dónde están localizadas las principales empresas de este futuro sector. No digan que luego no les avisamos.

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