Estos días navideños en los que recordamos con especial emoción a quienes ya no están: padres, abuelos, hermanos… que faltan, no podemos olvidar a quienes entregan la vida por su fe, a los mártires dispersos por todo el mundo, muchas veces relegados al silencio.
Sólo en el último año, más de 4.400 cristianos han sido asesinados por causa de su fe; cerca de 7.600 iglesias han sufrido ataques y otros 4.700 creyentes han sido perseguidos, amenazados o forzados a convertirse a otras religiones. Estas cifras reflejan que uno de cada siete cristianos en el mundo sufre persecución por profesar su fe.
Los países donde esta realidad se manifiesta con mayor intensidad son Corea del Norte, Somalia, Yemen, Libia, Sudán, Eritrea, Nigeria, Pakistán, Irán y Afganistán. A esta lista se suman otros contextos que rara vez ocupan titulares, como la República Democrática del Congo, India o Arabia Saudí, donde la violencia y la discriminación religiosa forman parte de la vida cotidiana
Según datos de la organización Puertas Abiertas, entre los principales factores que impulsan esta persecución destaca la opresión islámica, ejercida tanto mediante procesos de islamización sistemática como a través de la violencia militante. En países como Nigeria o el Congo se han documentado acciones del Estado Islámico, que incluso ha difundido pruebas gráficas del asesinato de cristianos con el objetivo de intimidar y sembrar el terror entre sus comunidades.
Esta realidad ha quedado muy bien reflejada en un documental del periodista Fernando de Haro sobre la persecución religiosa en los últimos años. En él se recoge, entre otros testimonios, la situación de los cristianos coptos en Egipto. Una mujer egipcia responde perfectamente: «¿Podría abandonar el cristianismo? Por supuesto que no; no dejaré de ser cristiana porque Cristo se sacrificó por nosotros. ¿Por qué no podemos sacrificarnos algo por Él?».
Esta respuesta es una una puerta abierta a la reflexión, bajo el ejemplo de los mártires, sobre cómo se ha impuesto una negación del sufrimiento en nuestra sociedad que de manera poco paradójica supone más dolor para el hombre, y al recuerdo de nuestro propósito en la tierra. Siempre, y más en Navidad, es buen momento para pensar en los sacrificios a los que hemos renunciado y proponérnoslos como un nuevo propósito, teniendo presentes las palabras de san Juan Pablo II: «El futuro empieza hoy, no mañana».


