He de reconocer que es la primera vez que me enfrento a un folio en blanco después de casi dos meses habiéndolo dejado de lado. Escribir, como acto creativo que es, no resulta sencillo. Las ideas están ahí, van y vienen, cambian siempre, y muchas se pierden por el camino. Algunos pensamientos vuelven a aparecer mientras otros se pierden para siempre en el olvido, lo que en muchas ocasiones es una lástima. Sentarse a escribir no es fácil porque, en primXer lugar, hay que tener algo que decir y, en segundo lugar, estar dispuesto abrir la herida ―porque donde duele, inspira. El problema surge cuando la apatía vence y el escritor se queda sin palabras, frustrado con él mismo y frustrado con lo que escribe porque no se le antoja lo suficientemente bueno. En cambio, hablar es facilísimo.

Ha llegado el mes de septiembre y con él, como si todo estuviese guionizado al más puro estilo The Truman Show, se repite ese extraño ritual de cambios del que se sirven las personas para sobrellevar de forma más liviana y con optimismo la vuelta a sus respectivas rutinas. Yo podría ser una de ellas y establecerme un sinfín de metas, pero la realidad es que el mes de septiembre ―como el de enero― carece de poderes mágicos. A la hora de proponerse objetivos, la protagonista es la determinación y ésta no proviene del exterior, sino que nace en nuestro interior y, miren ustedes, le importa un bledo en qué momento del año estemos. Aun así, concluido el verano, esta época se inunda de ingenuos propósitos que ―¡sorpresa!― casi nunca van acompañados de una verdadera voluntad para conseguirlos.

No es mi intención relacionar este fenómeno con la charlatanería ―o sí―, pero siempre es mejor que hablen los hechos y no una persona que se está engañando a sí misma y a los demás. Sin embargo, por poner un ejemplo, soy consciente de lo tentador que es subir a las redes sociales una foto en el gimnasio con algún sticker que diga «Day 1». Tal vez me esté convirtiendo en una cascarrabias o, tal vez, últimamente mi paciencia sea directamente proporcional a mis ganas de que se financien con dinero público talleres para abolir la masculinidad, pero todos sabemos que la imagen de los gimnasios colapsados sólo dura un par de telediarios.

Además de las metas relacionadas con el físico y la salud, la misma suerte suelen correr aquellos objetivos relacionados con los estudios como el de ponerse al día con el inglés. En cambio, sin duda alguna, el más escandaloso de los engaños es lo del nuevo curso político del que se ha venido hablando estas últimas semanas. Lo cierto es que han bastado un par de intervenciones de los miembros del gobierno, como la de Yolanda Díaz sobre el establecimiento de precios máximos, para darse cuenta de que de nuevo tiene muy poco, ya que ella no lo sabrá, o si lo sabe es peor aún porque lo estaría haciendo a sabiendas, pero se tienen registros de controles de precios y salarios desde los tiempos de Hammurabi y el Antiguo Egipto, esto es, hace 4.000 años y no, nunca han funcionado.

Si allá por el mes de julio escribía que arrimar el hombro en política significaba que son los ciudadanos los que terminan asumiendo los platos rotos, ahora vemos que lo nuevo es lo de siempre. En cualquier caso, para no romper con la tradición de septiembre, la que escribe estas líneas se compromete a no volver a dejar de hacerlo.