Dentro de poco, rezar ante una clínica abortista será delito. Esto se hará, en concreto, a través de una mínima modificación del Código Penal. Simplemente añadiendo un artículo, el 172, la libertad de expresión y la libertad religiosa serán delito. La sorprendente metamorfosis de estas libertades en delito está siendo denunciada a través de una exitosa campaña publicitaria, promovida por la Asociación Católica de Propagandistas, con un mensaje muy claro: Rezar ante una clínica abortista está genial. Dicha campaña se instaló en las marquesinas de autobús y estaciones de metro de diversas ciudades españolas.
Su publicación ha propiciado sonoras críticas y alabanzas a partes iguales. A algunos ayuntamientos les faltó tiempo para retirarla de sus marquesinas, no fuese a ser que se contamine el espacio público por opiniones impopulares y retrógradas. Tal vez fuera su simplicidad y claridad, su diseño burdo y eficaz o el atrevimiento de publicitar, sin complejos, la peligrosa transformación de la libertad de expresión, fundamento de cualquier sociedad democrática, en delito.
Esta metamorfosis, se realiza a través de una simple reforma del Código Penal. Como si el Gobierno, no el presente, sino cualquier Gobierno, pudiese cambiar, a su antojo, uno de los derechos básicos de la democracia. Sería interesante comprobar si dicho poder, propio de un Kafka transformado en político, se pudiese utilizar para otras cosas más provechosas que socavar los fundamentos democráticos de nuestro país. Propongo, por ejemplo, que el Gobierno transforme el agua en vino, el paro en empleo o los residuos porcinos en luz. Solo por dar algunas ideas.
La libertad de expresión es un derecho de libertad, es decir, un derecho que no necesita un desarrollo legal o material, sino que se ejerce directamente por el individuo. El papel del Estado es el de reconocer dicho derecho y facilitar su ejercicio, imponiendo las mínimas restricciones. La libertad de expresión es el prerrequisito del diálogo y de la libre confrontación de opiniones, elementos básicos para una sociedad democráticamente saludable. No se entiende, pues, que el Gobierno imponga un límite tan restrictivo a un derecho tan importante.
Otro asunto sorprendente de esta transformación kafkiana es su justificación. Tanto en el proyecto de ley como en el tuit de Irene Montero, nuestra ministra de Igualdad, se justifican dichas restricciones como necesarias para evitar el acoso. Así aparece en dicho tuit: «Si robas, aunque reces, estás robando. Si acosas, aunque reces, estás acosando. Vamos a blindar todos los derechos para todas las mujeres».
Que desde el Gobierno se equipare rezar a acosar me parece una asimilación muy peligrosa, principalmente por dos motivos. El primero es que rezar es un acto personal, intimo que tiene como propósito conectar a todo aquel que lo realice con sus creencias más profundas, que le dotan de significado y configuran su visión trascendente de este mundo. Criminalizar el rezo es, de manera directa, atacar la libertad religiosa de los ciudadanos y también la manifestación pública de sus creencias más íntimas. Esto sí que no debería ser admisible en una sociedad democrática
En segundo lugar, se banaliza el significado de aquello que sí que es verdaderamente acoso. Este es un problema grave, complejo y que tiene graves consecuencias en aquellos que lo sufren. El acoso es una actividad condenable ahí donde se produzca, ya sea en el trabajo, la escuela, la familia o las redes sociales. De hecho, el acoso en estas situaciones ya es perseguido y es un delito. Rezar en silencio alrededor de una clínica abortista no es, claramente, acoso. Es una expresión de unos sentimientos y creencias que está amparada por la libertad de expresión y por la libertad religiosa. Cualquiera tiene derecho a manifestar y a expresar en público sus opiniones, por muy controvertidas que estas puedan ser. Además, gracias a la gente que reza ante las clínicas abortistas, se han salvado miles de vidas y se han transformado miles de familias.
No transformemos en acoso algo que no lo es. Los peligros de hacerlo son muy grandes y la pendiente en la que podemos caer es muy resbaladiza. Rezar no es acosar.