Avanzan los derechos abortivos, acudiendo los provida a los tristes resultados de sus intentos por que la llamada interrupción voluntaria del embarazo deje de ser una garantía; la última estocada la ha dado el Tribunal Constitucional al ratificar la ley de 2010 después de que aquel recurso del PP permanecería en el limbo.
Estoy acostumbrado a ver cómo desde posiciones conservadoras se intenta librar la batalla de la vida. Lo he presenciado en Actuall, de la mano de nuestro también compañero Nicolás de Cárdenas, y lo palpo ahora con Luis Losada a los mandos. Siempre pienso lo mismo, que no se enfoca el problema desde la óptica apropiada. No conseguirán el objetivo ladrando o manifestándose por doquier sin sentido pedagógico. En la pedagogía reside la clave de la controversia. Las campañas son sólo un primer paso, no debemos olvidar que existe una mayoría social aleccionada de que nuestra sociedad tiene muchos derechos y ninguna obligación.
Los defensores de la vida antes y después de la concepción asisten cada día a una derrota sin paliativos al ver la apertura del abanico eugenésico. Vean como Emmanuel Macron pidió en el Parlamento Europeo que se considerase el aborto una garantía fundamental. Para revertir lo establecido hay que ser mucho más astutos. De la misma forma que lo fueron todos aquellos que han conseguido destruir la familia o inocular ideas posmodernas en la sociedad, utilizando la ingeniería social cargada de proselitismo, si se quiere invertir las políticas actuales hay que obrar de la misma forma sibilina. ¿Ustedes se creen que los belgas habrían apoyado hace setenta años la eutanasia indiscriminada que impera hoy en día en sus fronteras? ¿De verdad consideran que los alemanes habrían votado a Hitler y secundado sus ideas eugenésicas totalitarias sin un blanqueamiento previo? Todo está cargado de un profundo trabajo preliminar explicado pedagógicamente para convencer a la ciudadanía.
Cuando una persona ve una marquesina proclamando que hay que rezar delante de una clínica abortista, le hará una foto y lo compartirá, pero mientras no se consiga cambiar las tornas desde las instituciones todo será en vano. Lo mismo ocurre al ver a una persona defender a ultranza el derecho a la vida y condenando el aborto en televisión. Escuchan, pero la mayoría de la gente asimila la silueta del comunicador como la caricatura de un carca retrógrado. Las campañas de este tipo sirven para autoconvencer al público objetivo de que tiene razón, no para hacer apostolado y hacer pensar a otros sectores. Valientes por salir en medios y gastarse el dinero en ese tipo de campañas, pero todos los esfuerzos serán en vano si no actúan con inteligencia y paciencia.
Para que la ley del aborto se derogue tiene que ganar las elecciones un partido político que abogue por esa misma premisa. ¿Recuerdan cuando el Partido Popular destituyó a Gallardón por querer restringirlo y la población se le echó encima? ¿O los virajes de Alberto Núñez Feijoo y su teoría de las aristas? Ningunas siglas van a ganar hoy en día unos comicios con la supresión del aborto como propuesta programática principal. Hasta que no se asuma, perderán el tiempo, energía y dinero. Únicamente puede ocurrir si se convence a la población del mensaje que quieren dar. Es inútil que una persona diga muchas veces que abortar es matar si la mayoría de la población piensa que no lo es o lo baña con una justificación.
¿Por qué cuesta ser tan perspicaz como la izquierda? Ha cambiado toda la percepción existencial a base de ingeniería social. Primero aprobaron el divorcio exprés para cargarse de un plumazo muchas familias, después fueron más allá evitando que florecieron esos proyectos conyugales concibiendo las relaciones como pasajeras y ligeras, e incluso replanteándose la tradición monógama abriendo la puerta al poliamor y a la poligamia. ¿Se creen que eso habría sido posible sin un proselitismo previo? Hace cincuenta años muy pocos habrían apoyado estas doctrinas revolucionarias.
Las leyes, como actos políticos que son, no pueden ir separadas de las políticas ni la políticas puede estar emancipada de las leyes, puesto que en la realidad reglada en la que vivimos, nada se puede ejecutar si no está legitimado por las normas democráticas. Para que una idea fructifique y se convierta en una regla gracias al arte de lo posible que es la política, primero se debe convencer a la ciudadanía. Movimiento basado en crear la necesidad de legislar sobre un asunto determinado —los manidos consensos— y que el electorado termine secundando la tesis formulada a través del voto.