Nueva York busca su nuevo feriante

Si la Gran Manzana es una feria, parece haber encontrado en Mamdani su mejor payaso

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Nueva York es una feria decadente que, vista a los ojos de un niño, todavía conserva su magia. Pasear por sus calles peliculeras —todo en Nueva York es peliculero— lo enreda a uno en esa mezcla de vértigo y fascinación, como si el decorado de todas las cintas que alguna vez vimos se hubiese materializado a nuestro alrededor en altos edificios y arquitecturas imposibles. Sale humo de las alcantarillas de Nueva York, las palomas sobrevuelan las avenidas con ese aire de gaviotas extraviadas —dónde queda el mar entre tanto asfalto— y los rascacielos, espigados hacia el infinito, se levantan hasta un punto en que el cuello se rinde antes que la mirada.

Todo en la gran ciudad favorece la claustrofobia, que de tanta altura se hace pequeña. El cielo de Nueva York, apenas visible, parece un espejismo. Una niebla misteriosa lo recorre entero, como si alguien hubiese dejado encendida la máquina de humo de un rodaje que nunca termina. Luces, cámara y acción. Todo esta en Nueva York, esa mole del conjunto, la suma de todos los excesos del mundo moderno: ruido, velocidad, luces y anuncios que gritan desde las fachadas. Y en medio de esta brutalidad, una esquina pintoresca, un atisbo de belleza, un instante que lo salva todo. De nuevo, como esas ferias viejas en las que todo chirría pero el niño que un día fuimos sigue mirando embobado las luces.

Cualquier otra ciudad estaría bostezando a esta hora, claro, pero en Nueva York todo bulle. Gente que grita por las esquinas, rehenes de la droga; hombres que fuman marihuana en los portales; borrachos que deambulan por la Quinta Avenida con la misma animada parsimonia que los ejecutivos que portan su café en la mano. Starbucks es su becerro de oro. Las bocinas no descansan ni un segundo, convirtiendo el tráfico en una orquesta de metales desafinada, un estrépito continuo que, por extraño que parezca, tiene su propio ritmo, esa musicalidad neoyorquina.

Nadie puede del todo vivir en esta ciudad. Nueva York es una feria, y en las ferias no se vive: se va, se está un rato, se disfruta y se abandona. Nadie acamparía bajo una noria, ni pondría su cama frente a un tiovivo. Todo en esta ciudad está pensado para el tránsito, para la gente que pasa de largo. Los turistas, los trabajadores, los que todavía sueñan con hacerse de oro. En Nueva York el mundo corre de un lado a otro como si existiera un premio al final de la calle, pero aquí, por mucho ruido que haya, ya no se canta bingo.

Precisamente al final de este martes, cuando los neoyorquinos terminen de votar en sus elecciones municipales, esta ciudad tendrá su nuevo feriante. En medio de la ruidosa locura, todo parece elevar a Zohran Mamdani como el perfecto maestro de ceremonias. El joven candidato demócrata ha conseguido que las clases trabajadoras de la ciudad —esas que apenas logran pagar el alquiler y que no entienden las monsergas morales del progresismo— vuelvan a mirar la política con cierta curiosidad.

El tipo es peligroso, no nos engañemos. Mamdani promete las mismas utopías woke de la izquierda norteamericana pero con ese barniz de crudeza que le permitirá recabar la mayoría de los votos. Este musulmán ha predicado durante meses sobre el precio del falafel, los alquileres imposibles, y un metro que no llega —por muy bien que funcione—. Si va a arrasar entre tanto delirio es porque ha devuelto a la política un tono que parecía extinguido: el de lo cotidiano. Su populismo, digamos, artesanal, resulta incómodo para el establishment desde dentro del establishment. Nadie mejor para esta feria.

Quizá por eso muchos lo miran con una mezcla de asombro y sospecha. En él hay algo de vendedor ambulante, de ilusionista, acaso de trilero que promete mucho pero nunca cumple. Esta noche, cuando Nueva York apague sus luces por unas horas —aunque la oscuridad va por dentro—, la feria tendrá su nuevo feriante. La decadencia no impide que la ciudad siga produciendo la ilusión de que algo importante está a punto de ocurrir. Si Nueva York es una feria, en fin, parece haber encontrado en Mamdani su mejor payaso.

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