Es complicado no sentir que quienes nos gobiernan no sólo no creen en nuestra libertad, sino que nos precipitan hacia algún lugar, o quizá directamente al vacío, a pesar de nosotros. Más complicado todavía es no sentir hastío al asistir inermes a la homogeneización, a la hiperregularización o la mecanización y el control de todas y cada una de las parcelas de nuestras vidas.

La cuestión, existencialmente, es demoledora: patología en progresión que retratara genialmente en su momento el Rinhoceros de Ionesco. Pero, como la ola de Hokusai, hoy todo nos cierne: afecta el todo social. Se ocupó de estudiarlo profusamente Juan Vallet de Goytisolo en su Ideología, praxis y mito de la tecnocracia (obra no reciente, data de 1971). En ella, llama mi atención de manera particular un capítulo del epílogo: apela a la responsabilidad personal como única forma de afirmarnos y defendernos de la masificación y la tecnocracia, entendida ésta como una ideología homogeneizadora que conduce al totalitarismo estatal sobre la base de la fe en el progreso indefinido. Presupuesta la libertad, Vallet nos propone el desarrollo de nuestra responsabilidad en tres ámbitos: en el pensar, en el obrar, en el querer y en el sentir.

Responsabilidad en el pensar. Ya entonces —y lejos, muy lejos de La rebelión de las masas— advertía de los riesgos de la masificación para el conocimiento y, en definitiva, para la relación entre la persona y la realidad; una enésima advertencia también sobre los peligros de los medios de comunicación de masas, hoy amplificados por internet y las redes sociales. Cóctel en mixtión de, por un lado, tomar por norma lo inmediato, lo que se lleva, y, por otro, la ausencia de reflexión y malvivir a impacto de slogan. Vallet, incluso, hablará de una especie de claudicación del pensamiento racional, regresión del logos al mythos, a nuevos mitos, obviamente por su significación peyorativa. En un clima saturado de bulimia informativa, de ansiedad comunicativa e hiperestimulación, donde existe un alto riesgo de ser teledirigidos o ser presas de la confusión y la superficialidad, pensar y poseer criterio para distinguir, analizar, reflexionar y valorar las cosas se nos presenta como una verdadera rosa de los vientos. A la postre, como decía Joseph Conrad, «los barcos son lo que de ellos hacen los hombres». Piensa bien y acertarás.

Responsabilidad en el obrar. En relación con lo anterior, Vallet nos propone aquello tan infantil, tan sencillo de poner nuestro granito de arena. Si mientras el constructo del Estado absorbe la vida social, por nuestra parte dimitimos de la misma, convenciéndonos de que la culpa de las injusticias es de otro, estamos necesariamente abocados no solo al individualismo, sino también al resentimiento y la esterilidad que produce el alistamiento en las ideas abstractas. Es por esto por lo que Vallet nos indica que «el camino de nuestra responsabilidad es el contrario» a aquel que observó Jouvenel cuando dijo: queremos «una sociedad justa sin que nadie tenga necesidad de serlo».

Responsabilidad en el querer y en el sentir. Como recuerda David Cerdá en su Ética para valientes, «cuando de hacer lo justo se trata, no obliga igual una entelequia que una presencia sentida», y por eso puede decir, con Simone Weil, que la «obligación» (ob-ligare) «nos une a nuestro entorno» y «nos vincula individualmente». Este tercer ámbito de afirmación de la responsabilidad refiere tanto la razón como el corazón. En cierto sentido, Vallet nos invita a que pensemos con el corazón y amemos entendiendo, no dejándonos esclavizar por lo puramente emotivo y los impulsos a la hora de obrar y, sin embargo, que descendamos hasta el barro en lo que se refiere al prójimo, o sea, al próximo. La sabiduría popular lo ha condensado en el transcurso de los siglos, obras son amores y no buenas razones. Es nuestra responsabilidad tejer «vínculos reales vitales», y, consecuentemente, no ser carnaza de los agitadores que nos «subyugan bajo ideales abstractos», tratando de seducirnos con el abandono de nuestra responsabilidad.

La salud de nuestra libertad la mide lo indelegable: el ejercicio de nuestra responsabilidad personal… y social.