¿Qué tienen en común mis curas favoritos de ficción? En la lista hay sacerdotes que son también detectives, aventureros, boxeadores aficionados y hasta cazavampiros, pero primero, y principalmente, sacerdotes. Los hay calmados y de armas tomar. Suelen ser exquisitamente ortodoxos en la doctrina, aunque de perfiles variados en muchas otras cosas. Son antiguamente modernos, o modernamente antiguos. Tienen amigos y disfrutan de sus aficiones sin descuidar su labor pastoral. No se toman demasiado en serio a ellos mismos, aunque sí a su ministerio.
Para poner límites, porque de lo contrario esta entrega sería interminable, me he impuesto un par de restricciones: la primera, incluir sólo a sacerdotes católicos; y la segunda, limitarme a los curas de infantería, excluyendo a la jerarquía eclesiástica —obispos, arzobispos y también cardenales y papas— que también ha dado mucho juego a la ficción, de Henry Morton Robinson a Paolo Sorrentino, y que podría llenar una entrega. Sentadas estas normas, entremos en la sacristía.
1 El padre Brown, de Chesterton
De estas historias dijo Jorge Luis Borges que aún se recordarán cuando el género policíaco haya desaparecido, y yo no sé qué pensar, porque no quiero que el género policíaco desaparezca nunca. Y el padre Brown, menos. Cura papista en la Inglaterra anglicana, inteligencia abierta a la intuición en el gremio de la pura deducción holmesiana, bonachón, buceador en las profundidades del alma humana, seguidor de la buena razón, el padre Brown es uno de los personajes más logrados de la literatura detectivesca.
Acantilado recopiló todas las historias del sacerdote en un tocho exquisito, que me trajeron los Reyes hace muchos años y desempolvo de vez en cuando. Hay también varias películas, protagonizadas por Alec Guiness, y una serie actual, de factura exquisita y muy fiel al personaje, cuyas cuatro temporadas están en Filmin.
2 Michael Logan (Yo confieso)
Católico a su manera, Alfred Hitchcock bordó en Yo confieso (1953) el thriller moral, en el que el suspense nace de la conciencia. La historia es tan sencilla como redonda: un sacerdote, el padre Michael Logan (Montgomery Clift) debe guardar un secreto de confesión a costa de su propia libertad. La figura del falso culpable, tan presente en la filmografía del orondo británico, adquiere aquí un tono de parábola. Disponible en iTunes.
3 Chuck O’Malley (Siguiendo mi camino y Las campanas de Santa María)
Cuando anuncié en Twitter el tema de marzo de Podría ser peor, Iñako Rozas me respondió que no podía faltar Bing Crosby. Y no, claro que no puede faltar. Después de un cura-detective, ¿un cura-crooner? No exactamente, aunque canta. Crosby no se limitó a revestir su personaje de siempre con una sotana, sino que se metió a fondo en el papel, y hasta ganó un merecido Óscar por su interpretación, creíble y matizada.
En la primera película, Siguiendo mi camino (1944), O’Malley llega a la parroquia de Saint Dominic para sustituir al viejo y bonachón padre Fitzgibbon (Barry Fitzgerald), cuyos métodos parecen pasados de moda. La llegada del nuevo sacerdote provoca un choque generacional muy divertido, pero también un jugoso intercambio de experiencias pastorales entre Crosby y Fitzgibbon. En la segunda entrega, Las campanas de Santa María (1945), el protagonista asume la capellanía de un colegio de monjas en un barrio humilde de Nueva York, y el duelo actoral se despliega en esta ocasión con la superiora, Ingrid Bergman. Dirigidas ambas por el gran Leo McCarey, son películas divertidas, humanas y emotivas, sin caer en lo cursi. Las campanas de Santa María está en Filmin.
4 Don Camilo, de Guareschi
Corren los cincuenta. En el Mundo Pequeño de Don Camilo, situado en el valle del Po, se enfrentan dos grandes figuras que pocos atrás, en la Guerra, fueron compañeros de trinchera: Don Camilo, el cura, y Peppone, el alcalde comunista del pueblo. De fondo, el Cristo del altar, el verdadero protagonista de estas historias, empeñado en hacer de Don Camilo un cura un poco menos incendiario.
Giovanni Guareschi fue todo un personaje en sí mismo: afilado como una cuchilla en sus escritos políticos, pero capaz de concentrar en sus relatos el humor y la sensibilidad que forjan la gran literatura. Palabra ha editado recientemente el primer libro del ciclo, aunque en librerías de viejo se pueden encontrar hasta cuatro recopilaciones.
5 El padre Moore (El exorcismo de Emily Rose)
En materia de exorcismos, el clásico ineludible es El exorcista, la novela de William Peter Blatty, mucho más rica y creíble que la película del mismo título. Más recientemente, El exorcismo de Emily Rose (2005) se ha aproximado al tema con sentido (común) y sensibilidad.
A medio camino entre la película de terror y el drama judicial, aborda la historia de una estudiante universitaria que comienza a mostrar síntomas —digamos, ejem— inquietantes. El principal acierto de la obra es el sacerdote, el padre Moore, un capellán universitario con un perfil muy alejado del clásico exorcista de película, que será defendido, para más inri, por una abogada agnóstica. Está en Netflix.
6 Thomas Edmund Gilroy OP (Un hábito sangriento)
Hace unos años tuve el placer de traducir y prologar Un hábito sangriento, de Eleanor Bourg Nicholson, para Homo Legens. Me lo pasé en grande con esta historia de vampiros muy deudora de Stoker, pero que le habría encantado a Chesterton. La autora se empeña en demostrar que la literatura católica, la de verdad, no tiene por qué ser aburrida ni dulzona. Recomiendo esta reseña del también dominico —aunque no cazavampiros, que sepamos, ¿pero acaso nos lo contaría?— Vicente Niño.
7 Peter Lonergan (El hombre tranquilo)
John Ford incluyó unos cuantos curas en su filmografía. Mis favoritos son el padre Padre Cluzeot, el misionero de La taberna del irlandés (1963), y este otro, irlandés precisamente, interpretado por Ward Bond.
El padre Lonergan es el narrador de El hombre tranquilo, y su imagen carismática, firme y protectora está muy presente en la vida social de Inisfree. Protagoniza, además, uno de los momentos más emocionantes: ese en el que anima a sus feligreses a aplaudir al reverendo Playfair, muy escaso de seguidores en la aldea, ante la visita de su superior. «Cuando aparezca el reverendo Playfair, recordad que se trata de un buen hombre. ¡Vitoreadle como si fueseis protestantes!». Eso también es homérico, ¿no?