La posible anulación de la protección constitucional del aborto en los Estados Unidos ha desatado a la bestia. Cthulhu ha despertado de las profundidades y junto al ejército progre está dispuesto a armar la de San Quintín si esto sigue para adelante. Cuando leo la noticia en diferentes medios aprecio un enorme desconocimiento de la realidad y de la historia del mundo en que vivimos. Joe Biden repite que «el derecho de la mujer a decidir es fundamental» y, claro, cuando confundes el concepto «libertad de elección» con «aborto», no sólo estás errando el tiro, sino que estás intentando lanzar flechas con una pistola. Aquéllos que defienden el aborto como un derecho intrínseco de las mujeres andan muy perdidos. Piensan que el aborto es la culminación del sufragio femenino y olvidan que antepone el deseo de la mujer al del hombre y otorga un poder sobre esa mitad de la población que por cosas de la biología no puede gestar vida. Una cosa es que las mujeres seamos libres y podamos tomar decisiones y otra muy distinta es que ese derecho prevalezca sobre la vida. Nuestro cuerpo, nuestra decisión, sí, pero no es lo mismo tomar la decisión de hacerse un tatuaje y quitártelo con láser, que tirar a la basura un ser vivo que crece en tu interior.

Existe la creencia de que históricamente el hombre ha gobernado el mundo a sus anchas, de que nacer con apéndice es una bendición y que a sus pies se abre un mundo de posibilidades, mientras la mujer ha permanecido reprimida, esclavizada, útil únicamente como recipiente, como fábrica de bebés y siempre lista para el placer y disfrute del hombre. Sé perfectamente que la mujer, en general, ha estado relegada a un segundo plano, pero si lo analizamos correctamente, observaremos que la verdad es muy diferente a como nos la han contado. No fue hasta bien entrado el siglo XIX cuando empezamos a hablar de sufragio masculino propiamente dicho. Hasta entonces, en escasas ocasiones, el porcentaje de varones que tenía derecho al voto era prácticamente inexistente y sólo se dio en momentos muy puntuales. Antes, hombres y mujeres eran meros espectadores de la historia y sólo unos pocos afortunados cortaban el bacalao. Con la independencia de los Estados Unidos y la Revolución Francesa comienza la escalada de conquista de derechos fundamentales y podemos atisbar los primeros retazos de las llamadas democracias occidentales. Si en España la primera vez que se logra el sufragio masculino es a finales del XIX, pocos años después, a principios del XX, es cuando se logra el sufragio universal. De este modo nos quitamos de encima algunas mentiras que permanecen en el imaginario colectivo como la percepción de que el hombre lleva siendo libre desde que empezó a andar y la mujer ha estado reprimida hasta anteayer.

Ahora podemos entender que esta supuesta represión de nuestras antepasadas ha alimentado la necesidad de deshacerse de todo lo que no huela a modernidad y progresismo, tachando de rancio y fascista al que piense que matar es matar, independientemente de que la víctima esté in utero o dando saltos por la calle. Para variar, se fragmenta la sociedad quedando a un lado lo cool, como llevar pelo teñido de colores, los bolsos con la bandera LGTBI o coleccionar abortos y al otro la familia, la religión, la ética y los pantalones de pinzas. La sociedad ha llegado a contradicciones antes inimaginables: aplaude cuando una mujer decide abortar para poder seguir pasándose el Tinder sin anticonceptivos y clama al cielo cuando una vaca lechera es explotada. Parece que a nadie le asombra ver cómo se encadenan a un árbol del Amazonas mientras a muchos les aterra ver personas rezando en la puerta de una clínica abortiva. Así nos va.

Año tras año batimos récords en descenso de natalidad y hoy en España fallecen más personas de las que nacen. Cada año hay cien mil abortos y el 90% de quienes cometen tal atrocidad se justifican afirmando que se trata de un embarazo no deseado. Olvidamos que sin nacidos no hay nación, que el fin de todos los seres de la tierra es la reproducción, desde el polen a los óvulos y sin relevo generacional los españoles estamos condenados a la extinción.

De suprimirse la protección constitucional del aborto en los Estados Unidos ya podemos ir haciendo palomitas porque la izquierda y sus esbirros prenderán las calles. Ya se sabe que nada expía mejor los pecados que el fuego. Así que prepárense para un terremoto informativo que eclipsará a Ucrania, al virus, a Pegasus y adelantará por la derecha a los mismísimos BLM.