Todos hemos vivido alguna vez en París. Hemos sido mosqueteros del rey, o hemos ayudado a una bella marquesa en apuros a huir de la guillotina, o hemos hecho buenas migas con los pobretones pintores bohemios de Montmartre, o nos hemos cruzado en los bajos fondos con un detective fumador de Galoises. La fascinación cultural de todo Occidente por la ciudad de la luz ha sido un reflejo de la fascinación política (esta, sin duda, menos inteligente, porque de allí nos ha llegado mucha mercancía averiada).

Ahora que todo está en duda en la capital francesa, ahora que la inseguridad alcanza niveles de espanto, ahora que hasta hemos visto Notre Dame en llamas, conviene seguir mirando hacia allí, porque quizás la reconstrucción tenga que empezar precisamente por donde tanto se ha destruido. O quizás no, quién sabe, pero, en todo caso, nos quedan muchas cosas buenas de París en los libros, las películas y los cómics. Aquí dejo algunas de mis favoritas.

El caballero de Harmental, de Alejandro Dumas

Mis seguidores más veteranos y memoriosos me reprocharán que repita recomendación, ya que esta novela de capa y espada apareció en esta sección hace un par de años, cuando se publicaba en El Debate de Hoy. Tómense la insistencia como un simple subrayado.

Ambientada tras la muerte de Luis XIV (arranca «cierto día de cuaresma, el 22 de marzo del año de gracia de 1718»), tiene casi todo lo que hace falta en un libro del género: peleas, conspiraciones, engaños y una historia de amor que nace de buhardilla a buhardilla. Por si fuera poco, España tiene un papel no menor en la trama. Aunque mi edición es vieja, veo que la editorial Verbum la ha rescatado recientemente en nuestro país.

Rififi (1955)

Una de mis películas de robos favoritas, y eso es decir mucho, porque ya saben que me gustan mucho las películas de robos. Dirige Jules Dassin y protagoniza un Jean Servais con aire de Bogart. El intento de asalto a la sucursal de la joyería Mappin & Webb (¡qué media hora de cine mudo!) es una historia exquisitamente contada. Por el camino, pinceladas de un París oscuro de tipos duros, chicas demasiado guapas y problemas disfrazados de oportunidades. Está en Filmin.

Atención al rastro, de Jean François Ferrané

El rastro del título no es una pista, sino un mercado callejero. Uno en concreto: el de las Pulgas, en Saint-Ouen (el título original de la novela, de hecho, es Attention aux Puces). Justin, el joven protagonista, lo recorre frecuentemente en busca de tebeos, viejos sombreros o recambios para su monopatín. Un día conoce a un enigmático anciano, un ruso blanco exiliado, y se ve metido de golpe en un lío al que hará frente con audacia, y con la ayuda, un poco a regañadientes, de su hermana menor.

Leí esta novela infantil a la edad que tocaba, y la relectura de adulto no me ha defraudado: la trama es inteligente y madura, el muchacho es un personaje con encanto, y el ambiente —el caos del mercado, el mundo del arte antiguo, los recuerdos de la emigración rusa blanca…— es un envoltorio fascinante. Creo que no hay ediciones recientes, pero si tienen en casa algún  preadolescente aficionado a las historias de intriga, no duden en regalarle la de los 90 (Editorial Didascalia), que encontrarán sin problema en librerías de viejo.

Niebla en el puente de Tolbiac, de Jacques Tardi – Léo Malet

El detective privado Nestor Burma fue antes personaje de novela que de cómic, y a mí me gusta en las dos versiones. Aquí lo traigo en su versión de viñetas, y en la primera entrega que dibujó Jacques Tardi siguiendo la historia de Léo Malet. Norma Editorial ha publicado tanto este tebeo independiente como la edición integral de la serie. Por su parte, Libros del Asteroide imprimió hace pocos años la novela original.

Los Aristogatos (1970)

Podría vivir eternamente en el París de Los Aristogatos, al igual que podría hacerlo en el Londres de 101 dálmatas. Preferiría hacerlo en la mansión de Adelaide Bonfamille, claro, pero no le haría ascos a la buhardilla bohemia de la divertida banda de O’Malley, gato de arrabal. Está en Disney Plus (con un estúpido aviso inicial que nos advierte, agárrense a la silla, de los peligrosísimos estereotipos que contiene).

Cómo robar un millón y… (1966)

Esta comedia ágil y elegantísima va de arte, de Audrey Hepburn (y de Peter O’Toole) y de París. El macguffin es una estatuilla de mármol, la Venus de Cellini, tan bella como falsa. Para evitar que se descubra el timo, el nieto y la bisnieta del escultor contratan a un ladrón profesional para que la sustraiga del museo —ficticio— en el que se exhibe.

No busquen verosimilitud en el guion, pero sí encontrarán talento, humor y vocación de divertir. Un canto del cisne de un cine colorido y relajado que encontró en París una gran zona de confort —parece imposible pensar que un par de años después del rodaje volarían los adoquines en esos mismos escenarios. En Filmin.

El fantasma de la Ópera, de Gaston Leroux

¿Cuál es esa Ópera con mayúscula? La Ópera Garnier, evidentemente: esa guinda de lujo que puso Napoleón III en el París de las avenidas y los bulevares. En el subsuelo del edificio hay un lago subterráneo que todavía en la actualidad debe drenarse todos los años, y varios pisos de sótanos oscuros, escenario ideal para una novela gótica.

No se acerquen a este libro si tienen alergia a lo folletinesco, porque el autor jugó sin recato con los ingredientes de la literatura de masas: trampantojos, giros bruscos del argumento, amor apasionado, muertes y traiciones. Pero lo hizo tan bien que de sus páginas salió un mito universal, adaptado mil veces en el teatro y en el cine. Está editado recientemente por Valdemar.

Frenético (1988)

Como tantas estrellas de Hollywood, Harrison Ford también pasó por París. Fue un reputado médico americano que llega a la ciudad para participar en un congreso en el lujoso Intercontinental de la Rue Scribe. Todo empieza a complicarse cuando advierte que la maleta que se ha llevado no es en realidad la suya, error inocente que le conduce a un viaje por los bajos fondos parisinos.

Además de una bella postal de la ciudad, esta película de Roman Polanski es, como promete su título, un ejemplo de suspense rabioso. No es un detalle menor la banda sonora de Ennio Morricone, capaz de poner de los nervios hasta a un monje budista. Está en Prime Video.

El muerto de Maigret, de Georges Simenon

No hay mejor guía de París que el comisario Maigret, buen conocedor de todos sus rincones y, sobre todo, de los recovecos del alma de sus ciudadanos. De entre las que he leído, por alguna razón, El muerto de Maigret me parece una de las más antonomásicamente parisina, quizás porque su trama tiene mucho que ver con los cafés.

Simenon describió como nadie la ciudad. Sirva de ejemplo esta instantánea tomada directamente desde el despacho del comisario, en el primer capítulo de este libro: «Al tiempo que llamaba miraba por la ventana y, al otro lado del Sena, donde Quai des Grands-Augustins forma una rampa para subir a Pont Saint-Michel, podía ver la vidriera estrecha de un café de barrio en el que alguna vez había entrado a tomar una copa en la barra. Recordaba que se bajaba un escalón, que la sala era fresca y que el dueño llevaba un mandil negro de bodeguero». Publicada por Acantilado.

10  Charada (1963)

La dejo de cierre y no diré mucho porque estoy seguro de que todos ustedes la conocen, y esta sección, se supone, va de descubrimientos. Pero me quedaría mala conciencia si no la incluyo, porque pocas veces ha lucido París tan brillante, romántica y misteriosa. Se encuentra en Filmin, y se puede complementar con el coloquio de Qué grande es el cine que está en RTVE Play.