Manuel y Francisco deciden hacer montañismo, son amateur y no están federados. Estudian una ruta para expertos que han visto en internet y eligen el mejor día para emprender su marcha. A las 6.00 de la mañana aparcan sus coches al borde de la ladera y comienzan el camino. Pasadas unas horas descubren que se han perdido, han confundido el camino y se encuentran en una zona peligrosa. No tienen cobertura y una inesperada tormenta, consecuencia del caprichoso cambio climático, se cierne sobre ellos. Ansiosos por encontrar un refugio, Manuel resbala y queda atrapado en una zona de muy difícil acceso. Alarmados por los familiares, los servicios de emergencia salen en su búsqueda. En plena tormenta, los helicópteros peinan la zona y pasadas 24 horas son encontrados y rescatados. El coste del rescate es de 5.000 euros. Todo ha salido bien.

María ha quedado con amigas para cenar, la noche se alarga y tras tomarse unos vinitos y un par de copas decide volverse a casa en coche. Ella «va bien», pero sabe que si le paran es muy probable que sobrepase la tasa de alcoholemia. Vive a 10 minutos y nada malo tiene por qué pasar. Un cambio de rasante impide ver con claridad que Laura, que está embarazada de seis meses, está cruzando por el paso de cebra. El impacto es mortal y sólo María sigue con vida. Cinco años de cárcel, 6.500 euros de costas y 180 mil euros de compensación.

Cristina y Juan, ambos de 19 años, salen de fiesta, llevan saliendo unos meses y ya saben que esa noche la pasarán juntos. Ninguno de los dos hace uso de ningún método anticonceptivo. Igual que a los protagonistas de las historias anteriores, no les importan las consecuencias. Un mes y medio más tarde Cristina, que ya lo sospechaba, descubre que está embarazada. Sale de su casa temprano y acude a la clínica abortiva que hay a dos manzanas de su casa. Por la tarde está en casa, le faltan 300 euros en su cuenta y el lunes irá a trabajar.

Parece que, en general, los errores, conscientes o no, que comete uno en la vida tienen, siempre o casi siempre, consecuencias. Aparcar mal el coche, sobrepasar el límite de velocidad, no ponerse el casco, no recoger la caca del perro o tirar el cartón en el contenedor del plástico, son considerados faltas o delitos porque, básicamente, vivir es tener responsabilidades. En este contexto hay que entender que el aborto es la consecuencia de un cúmulo de negligencias que tienen como resultado el fin de una vida. Que a su vez es un proceso antinatural, sujeto a una decisión particular y que, al igual que ponerse los labios de Carmen de Mairena, este no debería ser competencia de la Seguridad Social y así no hacer partícipe al pueblo sufragando una mala decisión.

Cada año vemos en todos los medios de comunicación campañas de la DGT o del Ministerio pertinente hablándonos de los peligros de usar el móvil en el coche. Carísimos anuncios pagados por todos con el fin de concienciar y prevenir accidentes no deseados. No ocurre lo mismo con el aborto, sino todo lo contrario. Se ha creado un entorno que no sólo favorece el asesinato de un ser humano como método anticonceptivo, sino que lo alienta y lo aplaude.

En España tenemos la suerte de disponer de manera gratuita métodos anticonceptivos tales como preservativos, el DIU o la píldora del día después. Todos ellos destinados a evitar un final trágico y traumático donde se menosprecia y se tira literalmente a la basura lo que muchas personas buscan sin suerte durante toda su vida.

Y es que, con 100 mil abortos al año, de los que el 90% obedecen exclusivamente a una decisión de la madre y no a exigencias médicas y con una tasa del 30% de reincidencia, nada hace pensar que las políticas medievales como la intención de extender los plazos del aborto hasta las 20 semanas o permitir que menores oculten su situación a los padres vayan a reducir de modo alguno este registro.