Un servidor hace días que se enfundó el chándal y se puso a andar como lo hacía Forrest Gump, esto es, mirando hacia delante y poco más. Que es el Año Xacobeo ustedes ya lo saben porque, convencido estoy, siguen de cerca la realidad vaticana y disfrutan con cada motu propio del Papa Francisco al menos tanto como Ocáriz. Decía que me disfracé de deportista porque ando con amigos haciendo el Camino de Santiago y estos días he descubierto para mi pesar la realidad del Tabor.

No será ésta la primera vez que escribo del Tabor porque ando años obsesionado con ese monte cuya subida no es más que una bajada. Si hace un par de semanas estuve sin cobertura en una suerte de paraíso natural de la Serranía conquense y no planté tres tiendas fue precisamente por el mismo motivo por el que hoy, sangrante y dolorido, las plantaría. Y aunque no pretenda ser esto, claro está, una apología del dolor, me resulta hoy pertinente reflexionar sobre cómo en la loma del Tabor, en mis llagas de peregrino, está el triunfo que buscamos.

Alguno dirá que oigan, que si se está bien, para qué vamos a hacer las tiendas abajo, por qué extraño motivo querría alguien albergarse en el valle del Tabor. A mí me ha costado entenderlo y confesaré que fue gracias a una primera etapa de treinta y seis kilómetros que me hizo pasar por el hospital. De madrugada vaticinaron que no andaría ayer, ni hoy y vaya usted a saber si leyendo esto yo ando peregrinando por Padrón, donde unos pican y otros non, o en un coche escoba entre sacos, esterillas y latas de conservas. Sin embargo, lo entendí.

Así como Pedro le propuso a Jesús con admirable inteligencia aquello de montar las tiendas, esto es, así como yo anduve disfrutando de hectáreas de eternidad entre chopos conquenses, de mayor admiración me supone la respuesta de Jesús, que vino a ser una especie de «tira para abajo». Porque así como la subida del Tabor es una bajada, la gloria del Tabor se encuentran en el valle. Jesús le dijo a Pedro que bajara no para estar mal, sino para poder encontrar en su caminar, que estos días es el mío y el de miles más, el lugar donde poner tres tiendas. Porque, cansado y fatigado, ay, qué bien se está aquí.