La caravana de la gira de despedida de Sabina, Hola y adiós, paraba este sábado en Pamplona, segunda vez en la semana y última en su vida, según dijo varias veces en la hora de recital con indudable tono triste. La del sábado ha sido la estación 40 de su gira de despedida, con la que dará fin a una carrera, ya larga, de plaza en plaza, hasta la el fin de trayecto, el próximo 30 de noviembre en Madrid; Serán 68 conciertos, 68 desde aquel 25 de enero en Ciudad de México hasta el próximo 30 de noviembre en Madrid de la última feria para un torero que se corta la coleta.
Se sabe que la obra de una persona ha subido de nivel cuando su nombre se convierte en la raíz de un adjetivo que pasa a convertirse en punto de referencia y comparación de cosas similares. Una canción es más canalla y sentimental cuanto más sabinera sea lo mismo que algo es mas odiado por los odiadores profesionales cuanto mas franquista o joseantoniana es, por poner ejemplos actuales. Sabina es ya un adjetivo, que su raíz lo niegue todo incluso la verdad. Y la verdad es que lo sabinero es mujeriego en el buen sentido, en el malo y en el peor, español, torero, canalla y poeta con todas sus debilidades.
Como todas las cosas buenas y algunas malas conocí a Sabina por mi hermano Ignacio cuando apareció en casa con un vinilo de El hombre del traje gris. Desde entonces han pasado muchos calendarios y muchos abriles. A los dos nos gustaba Sabina y una mala úlcera nos dejó sin compartir un concierto sabinero en Valladolid. Para mi hermano y para mí es nuestro 18 de julio y el 14 de abril se lo puede quedar Sabina si se baja en Atocha. Ni los retales amarillos aclaran el morao de las banderas porque el morao volvió a rojo para el Corpus. Los vicios del flaco no son menos vicios ni menos peligrosos porque estén bien rimados. A Sabina se le concede cierta indulgencia porque se adivina un alma auténtica, cuyos excesos se deben también a sus ganas por incordiar a los horteras como decía con su primo Rosendo a su manera.
Esos horteras del Blues de lo que pasaba en la escalera de Esta boca es (suya) o están ahora en el escaño azul de diputada del Gobierno o han estado o aspiran a serlo. Conmueve ver a las Mónicas García, las Montero, los Podemos y tal … canturrear las canciones de Sabina por cuyas letras le llevarían a cursos de nuevas masculinidades, a sesiones de reciclaje animalista anti-taurino, le multarían por prenderse un pucho en el auto… y así todo. El moralismo inmoral del rojerío ofendidito con su terapia invasiva haría imposible el espíritu de libertad, a veces mal llevada, de Sabina que inspiran sus canciones.
Pero hay más horteras. Los hay que se declaran sabineros para hacerse perdonar unas siglas aparentemente opuestas a las del símbolo ganchudo de ZP y tratan, al mismo tiempo, de enmascarar su levedad intelectual y el discurso insustancial de jerseicito al cuello exhibiendo el reverso canallita desde Viceversa. Ahí está Sémper, siempre él, Sémperlove, qué elemento / y llegó hasta el parlamento. De Irún a New York, de la Garbo a la cool de Okdiario, Sémper, que chico Almodóvar se ha perdido, son las cosas que pasan o más bien poesía de la que pasar. Es ese sector que no ha entendido el sabinero verso de que las verdades no tengan complejos en cambio como tales mentiras que son parecen mentiras. También a ellos los veremos en las primeras filas de esta gira. Les alabo el gusto, no obstante, aunque no se si es también mentira como todo el resto. Como Sémper se espera en las primeras filas a esas políticas Almodóvar un poco listas, un poquitín … otra cosa. Ahí tienen su peli Isa, Cuca y Cayetana y otras chicas con ganas. Las veremos cantar a pleno pulmón, versificar como ya lo hicieron con ese incomparable, me gusta la fruta con el Díaz y Díez de Noe, otra gran intelectual para un cameo con un ataque de nervios.
Cuando todo esto pase, no podemos perdonar al ridículo y ofendidito rojerío su totalitario moralismo inmoral de consecuencias artísticas paralizantes, no se puede escribir sobre nada ni hacer chistes, todo está mal. Y a la insoportable levedad gaviota haber convertido todo en un escenario de cartón piedra donde ser cobarde vale tantas veces la pena. Como dice su primo, de Sabina, el Nano, entre todos esos tipos y yo, hay algo personal.
Sabina sale al Arena de Pamplona con su bombín a cantar desde su taburete. Le cuesta llegar a las notas. El público ha acudido a un recital de su poeta, como al guitarreo después de una cena con el amigo músico al que le piden que se toque algo antes de echar la persiana e irse a casa. No es el conciertazo de tres horas, de unas fiestas, es una despedida sentimental. Cada coro es un abrazo del público. Vamos a echar de menos mucho el talento del flaco cuando no haya una gira. Ojalá el tiburón de Hacienda le deje en paz, no obstante. De las Ventas al Gran Rex, de Valladolid a Pamplona nos faltará algo. El día que falte Sabina, a la poesía le faltará un verso, a las barras les sobrarán vasos y, allá al fondo del bar, en la oficina del poeta habrá una mesa vacía.