El pasado lunes 21 de abril, hace ya dos semanas, fallecía el Papa Francisco en la residencia de Santa Marta, dentro de los muros vaticanos. Tras largas semanas de hospitalización, el Santo Padre parecía devolver la esperanza a Roma y al mundo apenas un día antes, en la celebración del Domingo de Resurrección en la Plaza de San Pedro. Con un rostro visiblemente cansado pero con el ánimo suficiente como par dar una vuelta por la plaza, saludando a los miles de peregrinos congregados en Roma, el Papa Francisco se despedía del mundo sin el mundo saberlo.

Tampoco imaginaba yo que dos días más tarde estaría en esa misma plaza, bajo el mismo balcón de la bendición Urbi et Orbi, para dar un último adiós al Papa de mi juventud: al que conocí en Cracovia, durante el verano de 2016; al que redescubrí en 2023 en Lisboa, junto al río Tajo y millones de jóvenes; y al que escuché en Audiencias Generales y Misas multitudinarias. Al que, ahora lo sé, ha marcado de algún modo mi forma de entender la Iglesia.

Una semana en Roma, bajo la óptica de mi cámara, nos permite ahora recorrer juntos los últimos días de Francisco en el Vaticano, las colas interminables de fieles que se acercaron a su féretro, los detalles de tanta gente que convirtió Roma en un Babel de idiomas pero en un Pentecostés de oraciones. El Papa Francisco se empeñó durante sus doce años de pontificado en ser el obispo de Roma y el ambiente de la Ciudad Eterna, en estas veinte estampas, nos deja intuir que logró estar cerca de su ciudad.

1 Dos hermanitas de las Misioneras de la Caridad pasean junto a la columnata de Bernini. Es miércoles 23 y sólo han pasado unas horas desde la solemne procesión que ha custodiado el cuerpo de Francisco hasta la nave central de San Pedro. Es el primer día de velatorio y comienzan ya las colas, que serpentean la plaza. Estas dos hermanas —yo las vi sonrientes— buscan el final de la cola.

2 Roma se nubla por su pontífice, mientras la Santa Sede se pone manos a la obra. Mientras que por un lado de la plaza se agolpan los fieles, por el otro no dejan de entrar y salir camionetas y operarios. El sábado 26 será el funeral del Papa Francisco, jefe de Estado, y se espera la asistencia de más de 160 delegaciones. Tan sólo unos días más tarde veríamos la icónica fotografía de Zelenski junto a Trump, o de los Reyes de España, así como Javier Milei, el príncipe Guillermo o Macron. Pero no hay tiempo que perder y en el atrio de la basílica comienza ya el montaje del Altar y de las pantallas. Esta plaza desde este miércoles vivirá un constante abarrotamiento.

3 Giorgia Meloni acude a la capilla ardiente del Papa Francisco. A última hora del miércoles 23 ya no quedan curiosos en la tribuna de prensa, situada en uno de los laterales del imponente baldaquino. Un fotógrafo francés parece inmortalizar, con algo de despiste, los detalles de la cúpula de San Pedro. Mira a un lado y a otro y de vez en cuando —ta ta ta ta ta ta ta ta— hace una ráfaga sobre la fila que recorre la nave central. Familias, religiosas, seminaristas… muchos rostros conocidos, que sin embargo nunca antes había visto. Se hace tarde y anochece, pero entra en ese momento con discreción la presidenta del Consejo de Ministros de Italia acompañada de su ministro Antonio Tajani. No sorprende su llegada sino la ausencia de flashes y me veo sólo, con mi pequeña cámara al cuello, frente a la mujer más poderosa de Europa. Así inmortalizo su rápido caminar en San Pedro.

4 Desde el fondo de la basílica, miles de fieles cruzan la Puerta Santa sin apenas barruntarlo. El Papa Francisco ha muerto pero no por ello deja de ser Año Jubilar de la Esperanza. Tampoco Roma y su ambiente primaveral olvidan el tiempo litúrgico: estamos en Pascua. En una de las barreras instaladas para guiar el recorrido por el interior de la basílica se apoyan cuatro monjas. Observan con la atención y la parsimonia de un tendido taurino, pero es algo mayor lo que sucede ante sus ojos: el Papa yace muerto y ellas lo comentan entre murmullos. 

5 Orgullo, pompa y circunstancia. Con estas palabras de Otelo parecen erguirse todos los guardias suizos que estos días custodian el cuerpo del Papa Francisco. Han pasado más de 500 años desde que el pontífice Julio II, atemorizado por los saqueos en la ciudad de Roma, pidiese auxilio y protección a estos feroces guerrilleros de Suiza. Fue en 1506 cuando se creó este cuerpo peculiarísimo que a lo largo de esta semana acompaña en todo momento el féretro del Papa. No quitan ojo ni alabarda. Hombres en su veintena, alturas inexpugnable, solteros imberbes… todavía hay quien dice que Julio II quiso para la Iglesia lo que cualquier madre querría para su hija.

6 El Papa Francisco descansa eternamente. Es jueves 24 de abril y su cuerpo lleva ya un día expuesto. Los fieles se agolpan junto a su cadáver para rezar durante cinco segundos, diez o quince los más afortunados. En un abrir y cerrar de ojos la Iglesia se ha quedado huérfana y también en un abrir y cerrar de ojos uno se descubre empujado por miles de peregrinos. Todos quieren su foto del Papa, todos su rezo junto a su ataúd. Llaman la atención sus zapatos negros, desgastados por la frenética actividad de estos doce años de pontificado. La pena de ver el cuerpo de un Papa muerto se torna en esperanza cuando recordamos muchas de sus palabras.

Es pena, dilo así, claro que es pena
la telegráfica agonía de un Padre.
No hay técnica que valga en este encuadre:
te lo imaginas, ay, menuda escena.

Pero tal turbación se va, fracasa,
y al fin sereno queda nuestro gesto
cuando Francisco repetía, honesto:
«Qué suerte tener al abuelo en casa».

Y yo imagino alegre a Benedicto
mirando desde el cielo, ahora algo inquieto,
redactando con Pedro el veredicto:

«Por causa familiar, menudo aprieto,
y en el amor de abuelo soy estricto:
hay guardado un sitio para mi nieto».

7 Cientos de periodistas se congregan en Roma para cubrir la capilla ardiente de Francisco. Mientras las colas interminables —que durante el jueves ya alcanzan los dos kilómetros de longitud— se remontan a las postrimerías de la Via della Conciliazione, por la parte trasera de la basílica de San Pedro otra fila aguarda: la de fotógrafos y periodistas que quieren acercarse al féretro del Papa. Por turnos, la Sala Stampa vaticana organiza grupos para acceder por un portón lateral de San Pedro hasta la tribuna de prensa. En una de esas pequeñas escaleritas, a veces utilizadas por los guardias suizos o por la Curia, ahora se amontonan objetivos, trípodes y cámaras. Matteo Bruni, portavoz de la Santa Sede, nos confiesa en un corrillo: «Hemos recibido 2.700 solicitudes de acreditación de prensa».

8 El cirio sigue encendido. Este jueves por la tarde se nota la llegada de nuevos peregrinos. En la nave central de la basílica se mezclan los adolescentes que viajaban a Roma para la canonización de Carlo Acutis e incontables personas en silla de ruedas que adelantan su vuelo del Jubileo de las Personas con discapacidad. Comienza el lunes 28, siempre que el calendario vaticano lo permita. En esta escena lúgubre, son muchos los que lloran frente al cuerpo del Papa. Los guardias suizos permanecen impertérritos y los cardenales se van relevando en las primeras bancadas para arrodillarse unos minutos junto a Francisco. Y en medio de tanta pena, el cirio pascual sigue encendido, y su mecha nos recuerda a los menos despistados que Cristo ha resucitado y que también así lo hará Francisco. Roma esta semana no debe llorar, sino dar gracias.

9 La Iglesia se da cita en San Pedro. Cada día se hace más evidente el «todos, todos, todos» del Papa Francisco en esta ciudad de tocas, sonatas y alzacuellos. No hay una monja igual a otra ni un sacerdote idéntico a otro. Cada uno es, en esta Ciudad Eterna, de su padre y de su madre, pero también de su Padre y de su Madre. En uno de los accesos laterales de la basílica, pasada ya el Aula Pablo VI, se reúne un grupo de religiosas. Fácil será verlas, una detrás de otra, rezando junto al cuerpo de Francisco. Atardece por fin este jueves interminable y lo cierto es que todos deseamos que llegue el sábado y las exequias por el Papa de «todos».

10 La seguridad no es la que dicen los periódicos. Yo mismo me veo escribiendo sobre protocolos infalibles y blindajes policiales pero ya son cuatro las veces que me he colado en el interior de la basílica. A última hora del jueves, además, logro bajar a la gruta de los papas, que permanece ahora cerrada al público. Paseo tranquilo ante San Pedro y, a su lado, Benedicto XVI. Igual de tranquilos pasean estos dos agentes por el Borgo Pío. Las terrazas están saturadas en esta bella calle de Roma y las tiendas de artículos religiosos se engalanan para una semana de incomparable facturación. Frente a un escaparate con custodias y otros ornamentos eucarísticos me los encuentro curiosos.

11 En la Roma primaveral hace calor, aunque muchos se empeñen en decir que nada en comparación con el ferragosto italiano. Desde las diez de la mañana de este viernes de Pascua yo ya estoy sudando, pero algo hay más temible que el bochorno: la lluvia. Son cientos de cámaras colocadas en la parte trasera de la Plaza de San Pedro, donde algunas radios aprovechan también para emitir en directo. No es día más adecuado para llover pero comienza a llover. Yo voy corriendo de lado a lado y el adoquinado de la explanada no ayuda estas carreras informativas. Tampoco parecen felices los peregrinos que hacían tres horas de cola, en esta última jornada, para despedirse de Francisco. Con la lluvia sólo veo un mejoramiento en el uniforme de la Guardia Suiza, que saca sus capotas sin perder un poco de su elegancia inevitable.

12 La ciudad se ha teñido de recuerdos del Papa Francisco. Dos nos llaman ahora la atención. Por las calles, todos los carteles luminosos ofrecen fotografías del Papa Francisco, que han sido seleccionadas por el propio Ayuntamiento de Roma. «Roma abraza a Francisco con amor», es el mensaje de estas grandes pantallas. Frente a la basílica de Santa María la Mayor, donde descansarán para siempre los retos del Santo Padre, un gran letrero atrapa la mirada de todos los fieles: «Grazie, Francesco».

13 La tumba de Francisco está ya preparada. Este viernes por la tarde logro entrar en la basílica de Santa María la Mayor. Los últimos preparativos de la sepultura del Papa ya han concluido, y entre rezos a la Salus Populi Romani, imagen de la Virgen tan venerada por Francisco, logro husmear en la basílica. Unos biombos tapan su discreta sepultura. A ras de suelo, una lápida blanca con una inscripción granate: «Franciscus». De fondo, su cruz pectoral con Cristo como Buen Pastor.

14 Amanece en el Vaticano. Todavía no han sonado las seis de la mañana en las campanas de San Pedro. Antes de las 5:30 de la madrugada cientos de periodistas acreditados ya hacíamos cola bajo la columnata de Bernini para subir a la azotea izquierda de la plaza. Hace dos años subí para el funeral del Papa Benedicto XVI y ahora vuelvo emocionado a lo alto del Brazo de Carlo Magno. Los periodistas internacionales se pelean para hacerse con la primera fila. Está cotizada la mira desde la barandilla y por eso los demás nos vamos hacia atrás, con toda la paz del mundo. Unas mesas corridas, húmedas por el amanecer, son todo el material de trabajo de la prensa, que discute también por las pocas sillas que quedan. Los españoles formamos rápidamente un frente común: a mi derecha, las chicas de Artículo 14 y la enviada especial de El Mundo; a mi izquierda, una mujer simpatiquísima de Onda Cero y la inagotable Paloma Cervilla, de The Objective. Nos organizamos y en unos minutos ya somos dueños de toda la mesa, de tres sillas —que vamos turnando como en aquellos juegos de infancia— y de la contraseña wifi. María Serrano logra incluso interceptar unos prismáticos del periodista alemán que, atónito, nos mira con cierta envidia.

15 En los edificios más cercanos al Vaticano las azoteas son una fuente de ingresos. Esta semana son muchos los vecinos que alquilan su terraza para la instalación de platós televisivos. Son ya las ocho de la mañana del sábado 26 y varios helicópteros comienzan a sobrevolar la plaza de San Pedro. No sólo estará el difunto Papa Francisco, sino los cientos de líderes políticos y religiosos que acompañarán su féretro en esta despedida del mundo. Nos llegan algunas noticias: Biden, Trump, Zelenski, etc. El ruido, digamos, abrumador de los helicópteros se vuelve definitivamente ensordecedor desde nuestra terraza.

16 El cuerpo de Francisco llega a la plaza. Pasadas las 10:07 de la mañana, el féretro del Papa salía por el portón de la basílica. Ha sido colocado frente al Altar de la plaza de San Pedro, y esa pequeña caja de ciprés recibe ahora toda nuestra atención. Nos vamos turnando los prismáticos para comprobar cómo se santiguan unos y otros ante los restos mortales del primer Papa de la historia procedente del continente americano. Preside la ceremonia el cardenal Battista Re, que en este momento se acerca al féretro para rezar por el Papa. Medio millón de fieles hacemos silencio.

17 Son tantos los dispositivos electrónicos que en cada esquina de la azotea encuentro un bombero. Hay mucha seguridad y en un recoveco de este imponente Brazo de Carlo Magno aprovecho medio minuto para descansar a la sombra. Entonces pillo atento desde arriba a este bombero, que vigilia atento. Después de fotografiarle se gira y me descubre agotado. Me sonríe y con cierta gracia me espeta: «Abbiamo ancora un po’ da fare, amico mio». Que significa algo así como que todavía nos queda un rato. En efecto, un rato largo.

18 Más impresionante todavía que la bancada lateral de los cardenales, todos revestidos de un rojo llamativo, son los cuadrantes reservados para los sacerdotes concelebrantes. Jueves y viernes dar un paseo por la plaza era esquivar sillas, todas colocadas para los miles de sacerdotes que en estos momentos ofician junto con obispos y cardenales el funeral por Francisco. Desde arriba la plaza es un puzle indescifrable y ya no se distingue a unos de otros. Más divertido sería aún el momento de la paz: todos juntos y revueltos.

19 A la izquierda del Altar ha concelebrado el Colegio Cardenalicio. En unos días comienza el cónclave y ahí está una buena suma de los que elegirán al nuevo pontífice. Durante el funeral del Papa Francisco, para dejar de lado habladurías y rumores, los cardenales se sientan ordenados según su experiencia en el cardenalato. Delante, los más experimentados; detrás, los más nuevos. Bromea el arzobispo de Madrid, don José Cobo: «A mí me veréis fácil porque voy a estar sentado el último». Es una prueba de fe, puesto que desde arriba apenas se distingue a los españoles de los purpurados, qué sé yo, asiáticos. La marea de casullas y mitras tras la efigie de San Pedro —que porta en su mano la llave dorada del Paraíso— nos deja esta estampa emblemática.

20 Las campanas tocan a muerto. Son las doce y cuarto de la mañana y ya ha terminado el funeral del Papa Francisco, cuyo féretro en unos instantes será trasladado hasta Santa María la Mayor. Entonces, dos ruidos se cruzan en la plaza de San Pedro: el aplauso unánime de los miles de fieles agradecidos con su Papa; arriba, el repicar de las campanas de la basílica, que tocan a muerto. De la muerte de las campanas al aplauso de la vida hay apenas unos segundos, pero un abismo se abre: quedan la esperanza y el agradecimiento. La próxima vez que suenen con vehemencia estas campanas la Iglesia tendrá una gran alegría —gaudium magnum—: tendremos un nuevo Papa.