Decía Umbral que «cuando aprendamos que la vida es gratuita le perderemos el miedo al sexo». Quiero pensar que algo parecido a esto estuvo presente en el momento de la concepción de Aless, el hijo de Ana García Obregón. Por él se desvivió y, como es sabido, murió hace tres años a causa de un sarcoma de Ewing, un cáncer.
La historia de amor de Ana Obregón con Alessandro Lequio, el padre de su hijo, fue una de las historias más destacadas de la prensa rosa en la España de los noventa. Se conocieron en Italia, entre estrellas, estando él casado por lo civil con Antonia dell’Atte (luego nacería su hijo Clemente). Al poco tiempo la abandonó por la española, dando comienzo a un idilio inmortalizado en nuestras revistas del corazón. No pasó mucho tiempo hasta que tuvieron a Aless Jr., aunque una infidelidad del conde Lequio carcomió la relación en seguida. En el 94 su aventura había terminado.
Más allá de los desórdenes, el vínculo de Ana Obregón con el padre de su hijo ha permanecido casi treinta años después, y más a raíz de la enfermedad. Desde la muerte de Aless, ella no ha dejado de testimoniar en sus redes sociales la espiral de dolor y desesperación que le viene consumiendo desde entonces. Quería a su hijo —a su único hijo— más que a su vida.
Ahora Ana ha comprado una niña. Lo pensamos automáticamente: lo ha hecho porque es rica y puede, y porque quiere llenar el vacío de la ausencia de su hijo. Sin embargo, me han sorprendido las reacciones. Hay quienes han señalado culpables, como el capitalismo, y hay quienes se han remitido a las distopías, como El cuento de la criada.
Tenemos un problema con la realidad y nuestra forma de relacionarnos con ella, hasta el punto de llegar a la incapacidad de sostener nada acerca de nada. Pero no han primado especialmente las voces del derecho a decidir. No han destacado aquellos que podrían considerar la decisión de Ana Obregón como una opción. Ha sido prácticamente unánime: con la vida no se mercadea. La compraventa de un hijo no puede ser una opción. Aunque si el PP se ha mostrado equidistante quizás disponga de datos que nosotros no manejamos.
Se ha hablado del futuro del bebé, el más misterioso fruto de todo esto. Y este es quizás el resorte del que muchos se habrán servido para fundamentar su reproche al egoísmo, al capricho, al deseo de la adquiriente: con doce años Ana tendrá ochenta años y con toda probabilidad la niña quedará huérfana en plena adolescencia. Pero, ¿y si tuviera veinte años menos? ¿Y si fuera un matrimonio estéril?
También se ha recordado que aquellos que ahora piensan en el bebé habrían mirado para otro lado si la decisión de la madre fuera la de abortar en vez de la de venderlo a otra mujer. Sin duda es un caso que llama a considerar distintas dimensiones, lo mismo políticas que económicas o sociales. Hay que tener en cuenta, entre otras cosas, la posible vulnerabilidad de la madre y, sobre todo, la dignidad de ella, la de la niña, la del tipo que puso el semen y la de Ana Obregón.
Como una reencarnación de las portadas noventeras con el pequeño Aless y el conde Lequio, las imágenes que todos hemos visto de Ana Obregón a la salida del hospital retratan lo que ocurre cuando pagamos a cualquier precio una falsa salvación para aliviar nuestra soledad. «Ya nunca volveré a estar sola. HE VUELTO A VIVIR», ha declarado. Y, sin embargo, allí estaba ella, sola, con su bebé y su deseo cumplido. Es interesante identificar esta lógica, que es la de la negación del Amor, de la fuente de todo don. Se paga fáusticamente con nuestra propia vida. ¿Dónde más vence esta lógica aparte de en quienes compran bebés?
Dándole la vuelta a lo que decía Umbral —precisamente en aquella elegía a su hijo—, el olvido de que la vida es gratuita alimenta el miedo al sexo, que es lo mismo que tenerle miedo a la carne, a lo humano, a la entrega, a la fragilidad, a las consecuencias de nuestros actos, a la responsabilidad, al barro con el que la vida se hace arte y cuyas manos no son las nuestras, sino las del Creador, don increado, de «esta corporeidad mortal y rosa donde el amor inventa su infinito».