Es el Día de los Santos Inocentes, fecha popularmente utilizada para hacer de ella la cita del humor y la broma. Sin embargo, no deja de ser una conmemoración del infanticidio que el reino de Herodes llevó a cabo, siendo un preámbulo de los ministerios de igualdad que Occidente replica en sus países, a través de los cuales apoyándose sobre la igualdad de todos el Mal se reafirma como el rey de nuestro tiempo.

Tal vez sea por su indefensión, tal vez sea por su inocencia; pero son los pequeños aquéllos sobre los que se ceba la barbarie. El pueblo elegido se sometió a los mandatos del mundo, dejando que en estas fechas salvíficas el mapa de Israel se tiñera de rojo hace dos mil veintidós años. Cuando Roma enfrentó a Cartago, los de Rómulo y Remo se supieron vencedores militar y moralmente sobre los norteafricanos cuando descubrieron cómo arrojaban niños a las fauces de Moloch, demonio representado por una estatua llameante que los incineraba. Después, Roma también se vería dominada por aquello que fue la semilla de su ocaso: el Mal.

Vivimos un tiempo en el que esta vieja tendencia se repite de manera institucionalizada bajo la proclama de derechos revolucionarios conquistados contra un pasado que hay que borrar, un pasado que tuvo origen hace dos mil veintidós años. Hoy, siguiendo las instrucciones de Rousseau y su definición de un hombre nuevo, contemplamos cómo la barbarie se hace cotidiana para así sepultar el legado que la Cruz nos regaló, esa exaltación de que por encima de las sombras del mundo se alza la luz que emana del Bien, de la Verdad.

Cada año, en España son asesinados en el vientre materno cerca de 100.000 hijos que son víctimas de un marco jurídico-político que hace de la muerte su signo más característico; con un especial empeño en llegar al suicidio y exterminio de Occidente, del heredero de la Cristiandad. Desde que se aprobase la primera ley, más de dos millones y medio de inocentes se han visto condenados por un tribunal que no da oportunidad a la defensa o redención de los enjuiciados, práctica propia de los verdugos de la Revolución Francesa. Elio Gallego acierta cuando asevera que el termómetro de una civilización es su tendencia demográfica, de manera que el aborto no es sino una manifestación más del enfermizo ocaso de los Estados Modernos.

Hemos vivido unas semanas en las que se ha clamado por el asalto al Tribunal Constitucional por parte del PSOE. Sin embargo, aquellos que ahora gritan callan sobre los doce años de mordaza sobre este mismo órgano respecto a la cuestión del aborto. Doce años de silencio sabiendo que, además de antiético e inhumano, es inconstitucional asesinar al hijo. Ahora que se ha desbloqueado la situación del tribunal y los jueces de corte marxista llegan para sustituir a los acobardados y complacientes conservadores, viviremos la proclamación del aborto como algo genuinamente constitucional, lo cual ahorrará más de un dolor de cabeza a aquellos que se escudan en la legalidad para hacer caso omiso de cuestiones morales, véase el Partido Popular.

No olvidemos que la institucionalización del aborto no se debe tanto a la presión revolucionaria de los sesentayochistas como a la omisión de quienes pudiendo cambiar las cosas y no lo hicieron. Fue Rajoy el que omitió, siendo moralmente sufragado por Ayuso al escudar ésta el aborto de chicas adolescentes embarazadas. No olvidemos que las naderías del constitucionalismo que defienden los populares les llevará en un futuro ―Dios quiera que me equivoque― a aplaudir el derecho al aborto constitucionalmente avalado sin ningún tipo de disimulo, como de facto hace la Junta de Andalucía de Juanma Moreno regando con más de 120 millones de euros los abortorios sureños.

Tampoco desaprovechemos la ocasión del día de hoy para rezar precisamente por aquéllos que sufren la injusticia de nuestro tiempo, de aquéllos que por no tener voz no merecen ser escuchados por nuestro sistema. Moloch, pese a los impresionantes ejércitos de Cartago, fue derribado por Roma. Herodes pereció, y ni todo su empeño y poder posibilitaron que Jesucristo reinase en la Tierra. Por eso, pese a ser un día que podría evocarnos tristeza, que también infunda en nosotros el coraje, la valentía y la esperanza de enfrentarnos abiertamente al Mal sabiendo que: si Dios con nosotros, ¿quién contra nosotros?

Ricardo Martín de Almagro
Economista y escritor. Tras graduarse en Derecho y Administración de Empresas, se especializó en mercados, finanzas internacionales y el sector bancario. Compagina su actividad profesional con el mundo de la literatura. Actualmente se dedica al análisis y asesoramiento de riesgos económicos y financieros.