En octubre de 2011, ETA anunció el cese de las actividades terroristas. Justo un mes antes de las elecciones generales del 20N, para las que todas las encuestas vaticinaban una mayoría absoluta del Partido Popular. La banda terrorista quiso hacerle al PSOE el regalo del final del terrorismo. Los favores había que pagarlos.
En noviembre de 2011, se celebraron las elecciones generales que otorgaron a Rajoy una mayoría de 186 escaños. La llegada del PP al poder fue un halo de esperanza para acabar con la infame política antiterrorista de Zapatero. Sobre todo, teniendo en cuenta que el PP se presentó a aquellas elecciones con la promesa de dar acabar con las concesiones de Zapatero e ilegalizar el brazo político de ETA.
Rajoy bendijo la estrategia de Zapatero
La realidad, para decepción de muchos, fue bien distinta. Con la llegada de Rajoy al poder no sólo no se emprendieron pasos para la derrota completa de ETA, sino que continuó la permisividad del gobierno socialista e incluso hubo algunos pasos en la dirección contraria.
También fue especialmente triste aquel día de febrero de 2012 en el que UPyD propuso la ilegalización de Amaiur en el Congreso de los Diputados y todos los demás partidos votaron en contra. Sí, también el mismo Partido Popular que dos meses antes se había presentado a las elecciones generales con esa misma promesa electoral. El resultado de aquella votación fue de 326 en contra de la ilegalización y los cinco votos de UPyD a favor.
Pocos meses después, en verano de ese mismo año, tuvo un lugar una de las mayores afrentas contra las víctimas que se recuerda en los últimos años: la excarcelación de Bolinaga. Aquello supuso la demostración definitiva de que Mariano Rajoy no iba a cambiar un ápice la política antiterrorista de Rodríguez Zapatero.
Desde ese momento asistimos a la imposición del relato por parte de las élites: ETA había sido derrotada. Y no había discusión. Había muchas ganas de pasar página pronto, sin formar mucho ruido y sin molestar demasiado a los terroristas. Rajoy tenía pavor a que cualquier acción de su gobierno provocara que ETA volviese a las armas. Fue lo que se llamó “el miedo al último muerto”. Tocaba agachar la cabeza y mantener un perfil bajo, aunque eso fuese a base de humillar a las víctimas y de arrebatarles el final que merecían.
También durante los años de gobierno de Rajoy no pararon de sucederse los homenajes a etarras en las calles del País Vasco. Se recibía a los etarras como verdaderos héroes, mientras las víctimas eran arrinconadas. A la vez que se blanqueaba a los terroristas, se oscurecía la democracia.
Desde entonces, la situación no ha mejorado en absoluto. El goteo de acercamientos y excarcelaciones de presos etarras es incesante y se ha normalizado en nuestro día a día. La política de dispersión de los presos etarras ya no existe. Los que no han sido excarcelados, cumplen sus condenas en cárceles vascas. La brutalidad de la pandemia que vivimos pone sordina a este injusto devenir de lo que debería haber sido una derrota sin paliativos de ETA.
ETA en las instituciones
Pero, sin lugar a duda, una de las mayores victorias de ETA ha sido conseguir que sus testaferros estén en las instituciones. Por si no fueran pocos los agravios que han tenido que sufrir las víctimas en los últimos años, también tienen que soportar que un partido político justifique los asesinatos de ETA desde las instituciones. Y, para mayor ofensa, ese partido forma parte de la dirección del Estado gracias a la colaboración necesaria del PSOE.
Desde su legalización, los dirigentes de Bildu han aprovechado los micrófonos de los parlamentos y de los medios de comunicación para humillar y vejar a las víctimas. Ni una petición de perdón. Ni un atisbo de arrepentimiento. Lo único que han hecho ha sido quitar importancia a los asesinatos, secuestros y extorsiones de la banda terrorista y en muchos casos justificarlos. En 2019, todos pudimos ver a Otegi pidiendo perdón si habían ocasionado “más daño del que tenían que hacer”. Uno de los episodios más deprimentes y vergonzosos al que se han tenido que enfrentar las víctimas.
Los verdugos en las instituciones dando lecciones de democracia y decidiendo el futuro de la nación española. En muchos casos, además, paseándose por los medios de comunicación como si fuesen estrellas, mientras las víctimas son silenciadas y arrinconadas. Todo ello se ha normalizado con la complicidad de las élites políticas, mediáticas y económicas.
ETA no ha sido derrotada
Por todas estas circunstancias, es imposible no tener la sensación de que se ha cerrado una herida en falso. De derrota. De haber pasado una página sin haber terminado de escribirla.
La derrota de ETA tiene que ser total y radical. Sin ningún tipo de concesiones. La hemos derrotado en el ámbito policial, pero no en el político y cultural. De hecho, el espíritu de ETA sigue más vivo que nunca en la sociedad vasca. El máximo ejemplo de esa victoria de los terroristas es que están en las instituciones y que la gobernabilidad del país depende de ellos. Ni en sus mejores sueños podrían haber imaginado una situación tan favorable.
Esa sensación aumenta al comprobar que el sentimiento mayoritario entre las víctimas es de fracaso e injusticia. Hay más de 300 asesinatos de ETA sin resolver. Hay miles de familias de víctimas de ETA (asesinados y heridos) que esperan todavía verdad y justicia. Por ello, no sería descabellado afirmar que, a día de hoy, el Estado de Derecho ha fracasado con muchas víctimas del terrorismo.
Por ello, los españoles deben tener claro que la derrota de ETA es una de las mayores mentiras políticas contadas en las últimas décadas. Todo un homenaje a la posverdad, ese fenómeno tan nombrado en los últimos años.
La sociedad española tiene el deber moral de buscar una derrota total de ETA, sin condiciones de ningún tipo. Y sí, con vencedores y vencidos. Si no lo hacemos así, estaremos traicionando la memoria de todas las víctimas que perecieron bajo el yugo terrorista. Ha sido demasiado el dolor durante tanto tiempo como para que caiga tan pronto sobre ellos el manto del olvido.
Al mismo tiempo, los demócratas no podemos dejar de insistir en la verdad y decir que la historia de ETA no fue la de ningún conflicto. Hubo asesinos y asesinados. Secuestradores y secuestrados. Extorsionadores y extorsionados. En definitiva, víctimas y verdugos. Esa es la verdad de ETA. Y nada más.
Todavía estamos a tiempo de escribir un final digno para las víctimas del terrorismo, basado en la memoria, la dignidad y la justicia. Tenemos la obligación moral de hacerlo. Las víctimas lo merecen.