El regreso de ‘La Madona de Portlligat’: Dalí, el átomo y la eternidad

La pintura, custodiada en las últimas décadas por el Museo de Arte de Fukuoka, regresa en préstamo excepcional a Figueras

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Setenta y tres años después de su última visita a España, La Madona de Portlligat vuelve a la tierra de su autor. El Teatro-Museo Dalí de Figueres recibe estos días, hasta el 22 de febrero, una obra que no sólo es uno de los hitos de la pintura del genio ampurdanés, sino también una suerte de manifiesto vital y artístico.

La pintura, custodiada en las últimas décadas por el Museo de Arte de Fukuoka (Japón), regresa en préstamo excepcional a Figueras. Su itinerario habla del carácter errante de Dalí y de sus cuadros: presentada por primera vez en Nueva York en 1950, viajó por París, Londres y Madrid antes de asentarse en Japón, lejos de las calas de Portlligat que la inspiraron.

En esta obra, Dalí abre su particular diálogo entre ciencia y religión. A finales de los años cuarenta, el impacto de Hiroshima y Nagasaki lo sacude y lo empuja hacia la mística nuclear: una iconografía en la que el átomo se convierte en metáfora de lo invisible, de lo que se descompone y al mismo tiempo sostiene el universo.

La Virgen y el Niño aparecen rodeados de fragmentos suspendidos, como partículas en el aire, evocando la desintegración de la materia. La tradición renacentista —las geometrías de Piero della Francesca, los cortinajes de Rafael— convive con los símbolos dalinianos de siempre: el pan eucarístico, los erizos de mar, los moluscos que recuerdan al Mediterráneo y a Gala, las rosas y los olivos como señales de eternidad. La Madona de Portlligat no es sólo un cuadro religioso ni tampoco únicamente un ejercicio de virtuosismo técnico. Es un espejo del tiempo en el que se pintó: un mundo que acababa de conocer el poder destructor del átomo y buscaba nuevas certezas en la ciencia, la fe o el arte.

La Madona de PortlligatEl círculo que se cierra

La exposición La Madona de Portlligat. Una explosión onírica incluye once fotografías de Mark Kauffman para la revista Life, donde se ve a un Dalí exultante presentando la obra en Nueva York en 1950. Esas imágenes recuerdan hasta qué punto el artista sabía convertir cada acontecimiento en espectáculo.

Ahora, más de siete décadas después, la obra regresa a Figueras como quien vuelve de un largo viaje. El museo la rodea de un audiovisual que reconstruye su periplo por las grandes capitales del arte y de un programa de conferencias y publicaciones que permiten revisitarla desde nuevas perspectivas.

Dalí y lo absoluto

En 1948, tras ocho años en los Estados Unidos, Dalí volvió a Portlligat con la intención de reencontrarse con sus raíces. Allí, entre el mar y la luz del Empordà, dio inicio a una de las metamorfosis más radicales de su carrera: la fusión del clasicismo con la física nuclear, del dogma religioso con la libertad onírica.

Ese es el trasfondo de La Madona de Portlligat: un lienzo que no sólo refleja un momento histórico, sino también el deseo de Dalí de unir lo fragmentario y lo eterno, lo científico y lo místico, lo local y lo universal.

El regreso de la obra a España es más que un acontecimiento expositivo. Es la oportunidad de volver a mirar a Dalí en su contradicción más fértil: la de un artista que quiso pintar lo invisible y lo absoluto, y que encontró en la Virgen de Portlligat la imagen para hacerlo.

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