Tiene, querido lector, Italo Calvino una colección maravillosa de relatos que bajo el título común de Los amores difíciles relatan las dificultades y pormenores de eso que algunos, acertadamente o no, llaman amor. Estos relatos, que son de lo más cinematográficos, nos presentan diferentes aventuras, pues así se van sucediendo sus títulos (La aventura de un bandido, La aventura de un lector, La aventura de un matrimonio, La aventura de un miope…), que bien podrían haber dado alguna historia para la gran pantalla, protagonizada por alguno de nuestros actores favoritos.

Ahora vuelvo a ver Con la muerte en los talones, de Alfred Hitchcock. La vuelvo a ver ahora por aquel lema sempiterno —si es que puede llamarse así— que establecí hace ya no pocos artículos: a los clásicos uno tiene siempre que volver o, mejor dicho, de los clásicos uno no puede nunca marcharse. Ruego que sepan ustedes disculpar mis insistentes repeticiones, que no son más que la consecuencia de eso tan bonito y humano de terminar hablando siempre sobre lo mismo. Admito también que la veo porque me entero de que la han subido a HBO MAX —o como diantres se llame ahora la plataforma— y al tenerla ahí, a golpe de click, pues es mucho más apetecible que tener que revolver entre los Blu-ray, ponerla en el reproductor y toda la operación. La inmediatez, chicos. En fin, que lo importante es que la he vuelto a ver y quería, sencillamente, recordarles que existe. Y que Hitchcock habló de aquello que Calvino tituló Los amores difíciles en su cine con una maestría absoluta, pienso que el apelativo de El maestro del suspense se lo ganó por hablar tanto y tan bien sobre el amor, que es, quizá, uno de los mayores suspenses que a uno le pueden ocurrir en la vida.

North by Northwest, es decir, Con la muerte en los talones —algún día tendremos que sentarnos a hablar de las traducciones de títulos— es, muy posiblemente, la más hitchcockiana de todas las películas de Alfred Hitchcock y, por supuesto, en mi opinión, una obra maestra absoluta. La película es el ejemplo del macguffin total, ese elemento narrativo que mueve toda la acción en apariencia pero que no es más que un mero pretexto para que todo suceda. George Kaplan, que es Roger O’Thornhill, que es Cary Grant, es ese hombre que nunca existió de invención británica para despistar a los nazis en Europa. Y es esa confusión inicial, levantando una mano para llamar a un camarero en el momento preciso, lo que desencadena toda una serie de catastróficas desdichas que hacen correr a Cary Grant un peligro continuo de muerte. Pero Grant, no contento con todo lo que le ocurre, termina la película metido, esta vez por propia voluntad, en quizá la aventura más trepidante de todas, un matrimonio con Eva Marie Saint, que además de estupenda, es realmente peligrosa.

Siempre que veo Con la muerte en lo talones me pregunto en qué momento se enamoran el personaje de Roger O’Thornhill y de Eva Kendall, si es que de verdad se enamoran. Sé que puede parecer una pregunta tonta, pero a mí me tiene realmente intrigado. No sé si es inicialmente en ese primer encuentro en el tren, si durante la conversación en el coche-restaurante o si en algún momento posterior de sus múltiples encuentros. Esta vez pienso que el amor de verdad les llega en esa escena entre árboles, tras el falso disparo al falso Kaplan, cuando ella le confesó parte de su vida real. «No tenía otra cosa que hacer y decidí enamorarme». ¿A quién no le resulta eso tan cierto como la vida misma? También me pregunto si el matrimonio Thornhill será feliz y habrá alcanzado la deseada monotonía de pareja estable, la rutina, una casa con niños, la oficina y todo eso. Sin armas, avionetas perseguidoras y con viajes al Monte Rushmore en familia. Pero esa, bueno, esa es otra historia.

De Con la muerte en los talones uno podría hablar toda la vida. Pero prefiero reservarme el derecho a escribir sobre los títulos de crédito de Saul Bass, el exquisito guion de Ernest Lehman o la música de Bernard Hermann en otra ocasión. Así puedo volver a hablar, en otra ocasión, de lo mismo de siempre y que tanto me —nos— gusta. De momento quedémonos con la historia de amor, o no, de Cary Grant y de Eva Marie Saint, porque, definitivamente, ¿no tiene el amor algo tan trepidante como la historia de Con la muerte en los talones? Intensidad, confusión, aventura, melodrama, desconcierto y, a la vez, tanta belleza. En fin, el cine y los amores difíciles, valga la redundancia. Vuelvan a verla.