Antes de ser uno de los autores españoles más citados del siglo XIX, Juan Donoso Cortés ejerció simplemente de joven extremeño que observaba con asombro un país en combustión permanente. España hacía malabares entre guerras civiles, pronunciamientos y regencias frágiles; Europa ardía entre revoluciones y contrarrevoluciones. En mitad de ese torbellino, Donoso acabó entendiendo que las ideas inclinan la balanza de la historia. No empezó pensando así, pero terminó viviendo y escribiendo como si el futuro de la civilización dependiera de cada una de sus frases.
En vida fue muchas cosas: funcionario precoz, periodista combativo, diputado minucioso, diplomático eficaz, cortesano con reservas y, en su último tramo, pensador escuchado en las capitales más influyentes de Europa. Su biografía es, en realidad, el relato de un cambio interior: del liberal que aspiraba a ordenar la política española al intelectual católico convencido de que sólo una doctrina sólida puede contener el ímpetu revolucionario.
Orígenes, formación y un primer choque con Madrid
Donoso nació en 1809 en el municipio pacense de Valle de la Serena, en el seno de una familia acomodada que quiso darle la mejor instrucción posible. Estudió en Don Benito, Salamanca, Cáceres y Sevilla, donde, además de completar Derecho, se contagió del gusto por la poesía que recorría Europa. Aquella inclinación literaria, sin embargo, duraría poco: los horizontes que le atraían estaban más en la política que en los versos.
Por eso, al terminar su formación, se instaló en Madrid con la determinación de abrirse un hueco en el bullicio intelectual y gubernamental. No tuvo éxito inmediato. La capital no se rindió a su talento y Donoso terminó regresando a su tierra, donde trabajó en el bufete familiar, continuó estudiando con disciplina y se casó con Teresa García Carrasco, hija de un liberal que ejerció notable influencia en su primera etapa política.
El informe que le cambió la vida
Su regreso a Madrid en 1832 fue otra cosa. Con más experiencia, más contactos y, sobre todo, un documento clave: un dictamen sobre la sucesión que se abriría tras la muerte de Fernando VII, asunto que recorría todos los corrillos políticos. El informe llegó al rey y causó una impresión excelente. Tanto, que Donoso fue nombrado oficial en el Ministerio de Gracia y Justicia bajo el gobierno de Cea Bermúdez. Era un puesto modesto, pero apuntaba alto.
A partir de ahí, Donoso abandonó la poesía para volcarse en el articulismo político. Era la época de los periódicos vinculados sin disimulo a partidos e intereses concretos (como LA IBERIA de entonces), y Donoso se hizo una de las firmas destacadas del liberalismo moderado. Lo que le diferenciaba de otros columnistas era su capacidad de conmoverse ante los hechos.
Le impactó la matanza de frailes de 1834, en la que 73 religiosos fueron asesinados y 11 resultaron heridos, a causa del rumor que se extendió por la ciudad de que la epidemia de cólera que la asolaba se había recrudecido porque «el agua de las fuentes públicas había sido envenenada por los frailes». Aquella tarde de violencia anticlerical del 17 de julio fue para él una advertencia del abismo hacia el que podía precipitarse la sociedad.
Lealtad a María Cristina y una misión en la sombra
Su fidelidad a la reina madre, María Cristina, se mantuvo incluso cuando en 1840 esta tuvo que salir de España. Donoso fue quien la recibió en Marsella y quien redactó su mensaje de despedida. Para abandonar España sin levantar sospechas solicitó permiso para «tomar los baños en Francia», fórmula que hoy provoca cierta sonrisa pero que entonces servía para encubrir viajes políticos comprometidos.
En París, María Cristina siguió contando con él. Lo incorporó al Consejo de Tutela de la reina niña Isabel y de la infanta Luisa Fernanda. Desde esa posición fue enviado a Madrid para negociar con el regente Espartero la cuestión de la tutela. El intento fracasó: ambas partes estaban atrincheradas. Pero Donoso ya se movía, discretamente, en el ámbito diplomático.
Regreso a España, actividad parlamentaria y primeros gestos de independencia
La caída de Espartero en 1843 le permitió regresar. En esa etapa publicó sus Cartas de París, donde se detecta ya su distanciamiento del liberalismo doctrinario. Elegido diputado por Badajoz, intervino con frecuencia en debates de relevancia nacional, defendió la proclamación de Isabel II y trabajó para facilitar el retorno de María Cristina.
Se movía en el entorno monárquico, aunque no fue un cortesano dócil. Se opuso al matrimonio entre Isabel II y el conde de Trápani —después de haberlo aprobado con anterioridad— porque consideraba que ya no reunía las condiciones adecuadas. Y aun así, la reina le distinguió en 1846 con el título de marqués de Valdegamas y Grandeza de España.
Un giro decisivo: fe, política y pensamiento
A partir de finales de los años cuarenta, Donoso atravesó una transformación personal e intelectual que marcó su obra posterior. Su conversión religiosa fue profunda, visible en su estilo de vida austero y en su dedicación a obras de caridad. Al mismo tiempo, amplió sus horizontes políticos y trató con figuras como Metternich, Pío IX o Napoleón III, con quienes debatió sobre el rumbo de Europa.
En 1848 reunió sus Obras escogidas, presidió la sección de Ciencias Morales y Políticas del Ateneo y fue recibido en la Real Academia Española con un discurso sobre la Biblia. Su intervención pública más célebre de estos años fue el Discurso sobre Europa (1850), donde defendió que sólo el catolicismo puede contrarrestar de raíz el avance del socialismo y la revolución. Ese mismo año rompió con los moderados al criticar al Gobierno de Narváez por privilegiar lo material sobre lo espiritual. Cuando se planteó la posibilidad de que dirigiera un ejecutivo, respondió con franqueza: «Soy demasiado dogmático para convenir a nadie».
En 1851 publicó su obra más influyente, Ensayo sobre el catolicismo, el liberalismo y el socialismo, recibida con entusiasmo en París y con cierta frialdad en España. Napoleón III vio en él a un gran teórico de la contrarrevolución. Sus detractores lo consideraban excesivo; sus seguidores, clarividente. Quienes le conocían subrayaban un rasgo que no suele aparecer en los retratos: su generosidad silenciosa con los necesitados.
Muerte y memoria
Donoso Cortés murió en París en 1853, con 43 años, víctima de una dolencia cardiaca. Dejó tras de sí una obra que sigue provocando discusiones. Fue liberal y tradicionalista, defensor del orden y crítico del poder, católico ferviente y parlamentario activo. Su vida recorre todas las tensiones de su tiempo, esas mismas que moldearon la Europa contemporánea.
Quizá por eso continúa siendo una figura difícil de encasillar. No perteneció por entero a ninguna facción, pero trató con todas. Y dejó, en sus discursos y ensayos, una advertencia que sigue vigente: ninguna sociedad dura si renuncia a los principios que la sostienen.


